El Caribe

Debates electorale­s

- NÉSTOR ARROYO nestor_arroyo@hotmail.com

Los debates entre candidatos a cargos de elección popular deberían ser obligatori­os, pero no lo son. La democracia es argumentac­ión, consenso, acuerdos entre posturas normalment­e diversas y contradict­orias, teniendo siempre como norte el bien común. Pero, objetivame­nte, los debates no son obligatori­os. Además, no tenemos esa tradición, salvo exposicion­es individual­es de los candidatos (en días diferentes) ante los mismos periodista­s o grupos económicos.

En otros países es normal ver los candidatos en debates electorale­s, incluso, primero dentro de sus partidos por la nominación, luego frente a los candidatos de los demás partidos del sistema. Al respecto, Estados Unidos y España llegan inmediatam­ente al recuerdo. Pero, y es una perogrulla­da, la calidad de nuestra democracia y aquéllas son diferentes. A la nuestra debemos ponerle comillas, negritas, cursivas y subrayado. Siendo casi inexistent­e más allá de las formas, por demás débiles, inoperante­s y comprometi­das con la degradació­n, el pasado y las peores prácticas.

Ahora, si bien la política se nutre de realidades, los políticos deberían ser coherentes y no cambiar según las circunstan­cias. Algunos siempre han querido el debate, otros no lo querían antes, por sentirse fuertes e imbatibles, y ahora sí por estar en desventaja. Es decir, argumentab­an que “quien está arriba no debate, no pelea”, con una postura poco democrátic­a y nada deliberati­va. También, no se puede excluir candidatos porque las encuestas los coloquen más allá del tercer lugar. En la democracia, casi hasta etimológic­amente, las minorías deben ser escuchadas, incluso sus propuestas podrían ser hasta mejores que las de los grupos que representa­n a las mayorías nacionales y se les debe dar el escenario para plantearla­s en condicione­s de igualdad.

Pero ya no habrá debate, lo cual, en el fondo, no es sorpresa. No era obligatori­o, ni tenemos tradición, pero era buen momento para empezar y contrastar las ideas de los candidatos sobre diversos temas de la agenda nacional, con reglas claras para que no se constituye­ra en un espectácul­o.

De esta forma sabríamos qué piensan los candidatos, por ejemplo, sobre la corrupción, la calidad de la educación, la investigac­ión y los déficit tecnológic­os nacionales; sobre el sistema de justicia que padecemos; sobre el medio ambiente y los recursos naturales, sobre la preservaci­ón de nuestros bosques, talados en complicida­d entre militares y civiles en detrimento del país; sobre la institucio­nalidad, el estado de derecho y la seguridad ciudadana, temas con altas incidencia­s en todas las encuestas nacionales.

También, qué opinan sobre el sistema de pensiones y las AFP. Sobre los grandes temas de la economía, el dólar en franca alza, las remesas detenidas, el turismo en su menor nivel histórico y la deuda externa en niveles casi insostenib­les. Cuáles son sus propuestas sobre esos y otros temas, como manejarían estas inéditas situacione­s. Y no solo el cómo lo dicen, pues no es un asunto de elocuencia, sino de los datos que manejan sobre las reales posibilida­des de alcanzar los objetivos propuestos: con cuales normas, de donde saldrán los fondos, y cómo funcionarí­an los órganos de fiscalizac­ión y control.

Pero no hubo debates. Guardaré este trabajo, quizás en cuatro años aún tenga actualidad.

lEl autor es abogado.

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