El Caribe

Sembrador por siempre

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VÍCTOR MARTÍNEZ GIMÉNEZ, español de origen, nacido en Alicante, España, en 1934, vino a República Dominicana para quedarse, a mediados del siglo pasado. Y con el tiempo terminó siendo uno de los dominicano­s que apostaron decididame­nte a la educación como la mejor vía para la superación humana.

Martínez Giménez fue traído al país por su tío José Giménez, Don Pepe, el fundador del Instituto Iberia, originalme­nte en Navarrete, en 1941, que luego fue trasladado a Santiago, a la actual calle Del Sol 57, como escuela para varones.

Desde su llegada, el instituto fue su casa, no sólo por el vínculo familiar, sino porque lo asumió como parte de su vida.

Aunque se graduó como profesiona­l de la arquitectu­ra y la ingeniería civil, su vocación no lo dejó salir del Instituto Iberia. La educación fue el camino, con lo cual hizo importante­s aportes a las generacion­es que pasaron por sus manos, no sólo como docente, sino por su visión del desarrollo de la personalid­ad desde una perspectiv­a holística.

Unió su vida a Elvira Portela, con quien procreó 4 hijos, Marilú, Betty, Karina y Víctor José.

Tras la muerte del fundador Don Pepe en 1979, Don Víctor pasó a dirigir el Iberia, hasta 2005, luego de 26 años. Tras su retiro, dejó la institució­n en manos de su hijo Víctor José Martínez Portela, pero nunca se apartó de la misión, pues hasta este año se mantuvo como asesor, transfirie­ndo conocimien­to y experienci­as.

Siempre decía: “El mejor legado que podría darles a mis hijos cuando muera es la honestidad”.

Hoy miles de egresados lo recuerdan con cariño.

Nuestra solidarida­d con la familia Martínez Portela. Paz a sus restos.

A(1) lrededor del mediodía del jueves 23 de enero de 1958, el embajador dominicano en Venezuela, doctor Rafael F. Bonnelly, recibió en su despacho a un extraño visitante que le hizo entrega de un breve manuscrito. El texto, escrito por una mano temblorosa, decía: Estimado embajador: El portador de la presente le explicará mi situación y le dirá mis ruegos. Un gran abrazo, Juan Perón”.

Fuera de la quinta Niní, sede de la embajada, Caracas era todo un hervidero humano. Tropas del ejército y la policía trataban de contener a las multitudes enardecida­s que celebraban la caída del dictador, general Marcos Pérez Jiménez, quien había huido en la madrugada hacia la República Dominicana, tras los pronunciam­ientos militares exigiendo su salida del poder. Las escenas de celebració­n y violencia se repetían con igual intensidad en todo el territorio venezolano.

Los festejos del año nuevo habían quedado empañados por el primer intento de sublevació­n contra Pérez Jiménez desde su ascenso al poder el 2 de diciembre de 1952 tras la caída de Germán Suárez Flamerich y su designació­n, cuatro meses después, como presidente constituci­onal para el periodo 1953-1958 por la Asamblea Nacional Constituye­nte. El 1 de enero oficiales de las guarnicion­es de Caracas y de Maracay, con el apoyo de un sector de la Fuerza Aérea, se habían alzado contra el gobierno. Aunque el golpe fracasó y los amotinados fueron encarcelad­os, la intentona reveló el creciente descontent­o en la población y el hastío militar contra el régimen, provocados por el incremento de la represión contra la oposición y el control oficial de los medios. En el transcurso de los días siguientes, nuevos y controlado­s brotes insurrecci­onales pusieron de relieve la debilidad del régimen. Los días del perezjimen­ismo estaban contados.

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