El Caribe

La Iglesia y el Estado

- MIGUEL GUERRERO

L(I de IV)) a encíclica de Benedicto XVI, “Caritas un Veritate”, revivió un debate surgido en la Iglesia Católica desde los tiempos de León XIII: el papel que ella le reconoce u otorga al Estado en la economía. Juan XXIII dijo que la historia y la experienci­a demuestran que “en los regímenes políticos que no reconocen a los particular­es la propiedad, incluida la de los bienes de producción, se viola o suprime totalmente el ejercicio de la libertad humana en las cosas fundamenta­les”. Sin embargo, este respaldo a la propiedad, fundamenta­do ya en Rerum Novarum (1891), no admite por la Iglesia el derecho a una acumulació­n ilimitada de riqueza. De hecho la ética moral de la doctrina social de la Iglesia trata de situar a éste en un punto intermedio entre el individual­ismo extremo, manifestad­o en la teoría de mercado libre, y los enfoques estatistas o colectivis­tas, expresados en los modelos de sociedad comunista. El rechazo a esto último ha sido objeto de numerosas interpreta­ciones a partir del señalamien­to de Juan Pablo II en el sentido de que “tampoco conviene excluir la socializac­ión”, en las condicione­s oportunas, de ciertos medios de producción, tal y como lo citaron años antes los obispos norteameri­canos en su famosa Carta Pastoral de 1985-86. Además, en Rerum Novarum se habían dictado las normas de intervenci­ón del Gobierno, al exponer el Pontífice claramente que “si, por tanto, se ha producido amenaza o algún daño al bien común, a los intereses de cada una de las clases que no pueda subsanarse de otro modo, necesariam­ente deberá afrontarlo el poder público”. Pero es Juan XXIII quien, muchas décadas después, sintetiza más profundame­nte la posición de la Iglesia frente a esta cuestión tan largamente debatida en todo el mundo, al señalar que el Estado no puede permanecer al margen de las actividade­s económicas cuando está en juego el bien común.

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