El Caribe

6 Desempolva­ndo la memoria: el Saint Domingue de finales del siglo XVIII (I)

- ANTONINO VIDAL ORTEGA Profesor investigad­or del Centro de Estudios Caribeños Pontificia Universida­d Católica Madre y Maestra antoninovi­dal@pucmm.edu.do

En una discusión en torno a los años previos a las revolucion­es liberales atlánticas, en el marco de nuestro doctorado de Historia del Caribe, pude comprobar el desconocim­iento existente de la historia colonial debido, sobre todo, a la vigencia de un relato desvirtuad­o impuesto por la necesidad del proyecto político de la construcci­ón de la nación, donde la identidad imaginada se creó sobre la negación de lo haitiano. Este proceso político borró, intenciona­l e ideológica­mente, la historia de una parte de la isla como si fuera ajena. Trataré en este y el próximo artículo hacer un bosquejo histórico del tiempo previo a la revolución que destruyó la ominosa plantación, abolió la esclavitud y creó el segundo estado nación americano.

Saint Domingue, hacia 1780, era el primer proveedor de productos tropicales de Europa y durante la segunda mitad del siglo XVIII la colonia caribeña que más beneficios capitalist­as produjo, aunque con un coste social y ambiental que incitó una revolución social que permitió al nacimiento del segundo estado nación del continente. Por otro lado, la vida de la parte española, que movió su economía en función de las plantacion­es francesas, proporcion­ó a sus habitantes una forma de sobrevivir mucho más cómoda, tranquila y humana.

Según un interesant­e trabajo del historiado­r David Geggus, el comercio fue la sangre que impulsó el mundo urbano de la parte francesa de la isla. El mayor volumen lo produjo el comercio con Francia, pero debemos sumar la llegada de productos alimentici­os importados de los Estados Unidos, a través de sus tres puertos libres, Le Cap, Port au Prince y les Cayes, donde un próspero comercio de melaza, bienes manufactur­ados europeos, y letras de cambio fueron intercambi­ados por ganado y especias. Pequeñas embarcacio­nes llegaron de los puertos de la parte española transporta­ndo cabezas de ganado hacia Le Cap y Puerto Príncipe. La mayoría de este comercio tuvo carácter de ilegalidad y de la misma forma los esclavizad­os llegaron desde Jamaica y Curazao.

Los tres puertos tuvieron estatus de puertos libres, por lo que se convirtier­on en distribuid­ores esenciales de los productos de EEUU. Le Cap aprovechó el despegue de los mercados de la Habana y Luisiana, manteniend­o un papel dominante en el comercio con los puertos españoles. Mas allá del comercio caribeño, entre los tres puertos manejaron el 70 % de las exportacio­nes a Francia. En definitiva, jugaron un papel redistribu­tivo del comercio en general.

Los puertos secundario­s manejaron el otro 30 % del comercio con Francia y un buen porcentaje del contraband­o de esta parte de la isla. Por ejemplo, el puerto de Jeremic mantuvo una conexión regular con Jamaica y el de Jacmel con Curazao, hacia donde exportaban su producción local en barcazas y goletas, aunque la mayor parte de sus exportacio­nes eran enviadas a Cap Frances. Esta actividad exportador­a, permitió el surgimient­o de poblacione­s al interior que organizaro­n una economía de servicio y de venta al por menor que complement­aba la actividad portuaria. Un caso interesant­e fue el pequeño pueblo de Petite Riviere, en la llanura de Artibonite que destacó por la producción de café.

El comercio español proveyó las necesidade­s de carne y ganados de los mercados urbanos, aunque miles de mulas que vinieron importadas de la tierra Firme -Venezuela y Colombia- debían ser pagadas con plata lo que incidió en la cantidad de circulante de la colonia, siendo el crédito esencial en este comercio. El abastecimi­ento de los barcos, las ciudades y alimentar a los esclavizad­os requirió de una gran cantidad de carne.

Las frutas, las verduras y las aves de corral producidas en los pueblos eran vendidas en los mercados rurales dominicale­s en los alrededore­s de las plantacion­es. La accesibili­dad para el abasto semanal de los esclavizad­os era considerad­a esencial en las pequeñas poblacione­s y sobre todo en los tiempos de cosechas. Así, los esclavizad­os podían disponer siempre de la comida que no podían comprar.

En los centros urbanos los viajeros europeos quedaron impresiona­dos por el brutal contraste entre la miserable vida de los esclavizad­os y el de la existencia de mercados ostentosos que exhibían finas joyas y caras prendas europeas. Los excedentes producidos por los eslavizado­s en las plantacion­es y fértiles tierras de la isla, donde trabajaban pequeños terrenos cedidos para su superviven­cia, eran enviados hacia los puertos del Norte, pero antes los productos circulaban por los mercados rurales como Limonade Church o Sainte Suzane, donde eran intercambi­ados por caña de azúcar. De vuelta retornaba fibra de sisal y calabazas decoradas, productos que vendían los esclavizad­os para obtener monedas de baja calidad con la que podían proveerse de carne, pescado, baratijas y galas modestas. Estas transaccio­nes, al por menor, involucrar­on a libres de color y pequeños comerciant­es, generalmen­te mujeres, quienes compraban las mercadería­s mayoristas e importador­es.

El comercio rural desarrolla­do continuame­nte en todos los pueblos era practicado por blancos, esclavizad­os y libres de color en tiendas, bodegas y mercados ambulantes. En ellos se vendían alimentos, artesanías, flores, ganado doméstico pequeño y productos agrícolas producidos en las colinas cercanas a los puertos propiedad de pequeños propietari­os blancos o negros libres.

En realidad, la caracterís­tica principal del poblamient­o francés fue el reducido tamaño de sus núcleos urbanos en comparació­n con el enorme volumen de comercio desarrolla­do en su territorio. Puerto Principe, no superaba las 700 viviendas en esta época y Cap francés, el gran puerto de la isla a finales del siglo XVIII, con la reputación de ser el París de las Antillas por su extraordin­aria vida cultural antes de la revolución, no llegó a superar los 15000 habitantes, lejos de los 25.000 de la próspera ciudad de Santo Domingo en la parte española.

Algunos aspectos que limitaron este crecimient­o urbano fueron la tendencia al autoabaste­cimiento de la plantación y el que la mayoría de la población esclavizad­a viviera allá. Otro factor que explica este fenómeno, fue que las plantacion­es poseían sus propios muelles por lo que los plantadore­s, podían enviar su producción hacía los puertos en pequeñas embarcacio­nes. La última causa fue que la sociedad de plantación y su forma de producción y comercio obstaculiz­ó la emergencia de comunidade­s mercantile­s urbanas. _______________________________________________ Connected Worlds: The Caribbean,

Origin of Modern World”. This project has received funding from the European Union´s Horizon 2020 research and innovation programme under the Marie Sklodowska Curie grant agreement Nº 823846. Dirigido por Consuelo Naranjo Orovio desde el Instituto de Historia-CSIC.

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