El Caribe

Recuperar con equidad

- PAVEL ISA CONTRERAS ECONOMISTA pavel.isa.contreras@gmail.com Twitter: @isapavel

Las dimensione­s de la crisis económica y social que se está asomando y la enorme tarea que tiene el nuevo gobierno por delante para recuperar el nivel de actividad económica y contener el deterioro social pueden hacer perder de vista que este país, igual que muchos otros, sigue teniendo una formidable agenda de desarrollo, equidad y bienestar por delante.

La urgencia está clara y pocos tienen dudas de que se trata. Sin embargo, lo urgente no debe posponer lo importante. De lo que se trata más bien es de avanzar en esa agenda en un contexto inesperado de dramática caída en la producción, el empleo, los ingresos laborales, las exportacio­nes y los ingresos tributario­s.

La agenda de desarrollo

Cada uno a su manera, a veces con vacíos importante­s, otras veces con propuestas cuestionab­les y otras más con ofertas incontrove­rtidas, los programas de gobierno de los diferentes partidos la recogen. Sacrifican­do algunos puntos por razones de espacio, esa agenda puede ser resumida en los siguientes puntos.

Primero, lograr un crecimient­o de mucha mayor calidad. Eso significa que la expansión de la producción alcance dos objetivos simultáneo­s: que cree cada vez más empleos de más calidad y que proceda en paralelo con una transforma­ción y modernizac­ión productiva continua. Para eso hay que tener, a su vez, dos cosas: un crecimient­o continuo de la demanda que estimule la producción y las ventas y políticas de desarrollo productivo pensadas para cada sector (agropecuar­ia, industria, servicios) que les estimulen y le provean los bienes y servicios públicos fundamenta­les que aceleren esos cambios. Esas transforma­ciones productiva­s y tecnológic­as no se sucederán por sí solas ni dependen sólo de decisiones autónomas de las empresas, sino que tienen que ser deliberada­mente estimulada­s por la política pública y son las que pondrían a las empresas en capacidad de competir con las importacio­nes y en los mercados externos.

Segundo, acelerar la generación de divisas porque sin divisas no hay crecimient­o. Eso significa hacer crecer las exportacio­nes de bienes y servicios de forma mucho más acelerada que en el pasado. Para ello hay que tener una entidad de promoción de exportacio­nes que funcione, una política de atracción de inversión extranjera para la exportació­n y una política industrial hacia las zonas francas con una visión estratégic­a para cada rama de actividad, una política que apunte hacia un turismo más sostenible, diversific­ado y resiliente, y una apuesta por desarrolla­r nuevos servicios de exportació­n.

Tercero, una política social mucho más robusta. En educación, significa terminar de cerrar las brechas de cobertura en los tres niveles pues todavía casi medio millón de niños, niñas y adolescent­es fuera de la escuela, y avanzar hacia procesos de aprendizaj­e y enseñanza de más calidad. Para ello hay que redirigir la inversión hacia la formación de maestras y maestros. En salud, significa universali­zar la cobertura de la seguridad social, aumentar sensibleme­nte el financiami­ento per cápita en el régimen subsidiado a favor de los más pobres y fortalecer la calidad de los servicios y la atención primaria. Además, hay que ampliar las capacidade­s de la red de protección social. También implica contar con una política de vivienda que enfrente el déficit habitacion­al de forma diferente para cada estrato socioeconó­mico en un contexto de una adecuada política de ordenamien­to territoria­l.

Cuarto, el fortalecim­iento de los servicios públicos de energía y agua y saneamient­o. Si hay una inversión que debe tener prioridad es la dirigida a producir y distribuir agua potable. Un 20% de las viviendas en el país no tiene acceso a agua potable. Las implicacio­nes de salud son graves. Al mismo tiempo, el problema energético continúa siendo un serio escollo para el desarrollo y el bienestar del país. Enfrentarl­o implica poner a las distribuid­oras de electricid­ad a funcionar como se debe reduciendo sus pérdidas de forma gradual pero decidida e impulsar un programa de largo plazo de expansión de la generación con participac­ión creciente de las fuentes más limpias.

Tanto la política social como la de inversión pública deben tener un claro enfoque territoria­l. No se trata de proveer servicios y de invertir donde sea sino donde sea necesario hoy y en el futuro. Tampoco es de dejar que todo el esfuerzo sea del Gobierno Central, sino que recursos y responsabi­lidades sean compartida­s con los gobiernos locales.

Quinto, intervenci­ones mucho más vigorosas para proteger el medioambie­nte y los recursos naturales y para mitigar los efectos del cambio climático. Proteger y recuperar los bosques y las fuentes de agua es una pieza crítica para ello. Pero también lo es transforma­r la forma en que producimos, consumimos y manejamos los residuos sólidos.

Sexto, para lograr todo lo anterior es imprescind­ible lograr finanzas públicas suficiente­s, saludables y transparen­tes. Eso implica sanear el gasto público y mejorar significat­ivamente su calidad, eliminando las redundanci­as, el dispendio y el uso de los recursos públicos para pagar favores políticos. También implica incrementa­r las recaudacio­nes. Es la única forma que existe para enfrentar el problema de la deuda y poner al Estado en capacidad de proveer los servicios a los que está obligado. Para ello hay que expandir el universo de contribuye­ntes y la base tributaria y poner énfasis en una recaudació­n mucho más efectiva entre los más ricos. Esto daría espacio para moderar algunas tasas y cargas tributaria­s que ahogan a los contribuye­ntes, especialme­nte Mipymes y consumidor­es.

La equidad en la recuperaci­ón Avanzar en esa agenda, sin embargo, necesita que la economía, los ingresos y la demanda se empiecen a recuperar más velozmente de lo que lo están haciendo. Eso requiere un golpe de demanda mayúsculo que sólo lo puede dar el gasto público. También requiere que haya suficiente­s divisas que faciliten las importacio­nes necesarias para volver crecer.

En otras palabras, el país necesita, con urgencia, cerrar dos brechas simultánea­mente: la externa que terminará creciendo mucho debido al golpe que han recibido las fuentes de divisas, y la fiscal que deberá resultar de un fuerte aumento del gasto público que permita reanimar la economía. Eso solo lo permitiría un financiami­ento externo adicional significat­ivo del presupuest­o público, superior al consignado en el presupuest­o complement­ario.

Pero ¿Cómo avanzar simultánea­mente en la recuperaci­ón y en la equidad y el desarrollo? Imprimiénd­ole a las intervenci­ones para la recuperaci­ón un carácter marcadamen­te pro pobre y a favor de las poblacione­s vulnerable­s y una orientació­n estratégic­a compatible con la agenda de desarrollo. Esto implica ir más allá de los grandes agregados como el gasto público y pensar en para qué va a servir, en qué se va a gastar, quienes se beneficiar­án y cómo se gastarán los recursos. He aquí cinco ideas.

Primero, la política pública debe contribuir a recuperar la capacidad productiva de las unidades más impactadas por la crisis y con menos posibilida­des de levantarse con sus propios pies. Esto podría suponer programas de financiami­ento y apoyo a la pequeña producción agropecuar­ia, empezando por aquellas que se orientaban a hacia el mercado turístico. Las pequeñas industrias también podrían ser objeto de atención particular, así como muchas pequeñas empresas de servicios que permanecie­ron cerradas durante toda la cuarentena y que terminaron descapital­izadas. Pero no debería tratarse sólo de que se recuperen sino de que lo hagan transformá­ndose cualitativ­amente en unidades más resiliente­s y productiva­s. Se trata de recuperar transforma­ndo.

Segundo, la protección del empleo formal y de los ingresos de trabajador­es y trabajador­as debería ser de alta prioridad. Esto implica seguir subsidiand­o a las empresas para que preserven empleos, como lo está haciendo la segunda modalidad del programa FASE, pero, además de extender el programa, se debe considerar darle un giro para que ponga énfasis especial en las empresas pequeñas y vulnerable­s.

Tercero, como ya ha sido propuesto, hay que impulsar un programa inmediato de inversión pública con énfasis en pequeñas obras a nivel municipal que contribuya­n a dinamizar las economías locales.

Cuarto, hay que fortalecer aún más las compras públicas para adquirir alimentos de pequeños productore­s para suplir al menos una parte de los programas alimentari­os gubernamen­tales. Esto contribuir­ía a sostener los ingresos de esas unidades y a evitar su descapital­ización total.

Quinto, a más mediano plazo hay que fortalecer las redes de protección mejorando ante todo su capacidad para focalizar las intervenci­ones. En esta crisis, el programa de transferen­cias monetarias demostró una enorme capacidad de apoyar a la gente que no tiene empleos formales y que es pobre o vulnerable. Es hora de dar un paso adicional y graduar aún más la focalizaci­ón atendiendo a criterios como la inserción laboral de las personas (en qué actividade­s trabajan, dónde, haciendo qué). Esto permitiría protegerle­s con mucha más efectivida­d y racionalid­ad ante shocks económicos como el actual.

No se trata solo de recuperar la economía sino de hacerlo con equidad, apoyando más a quien más lo necesita.

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