El Caribe

Bolívar de carne y hueso (1 de 3)

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¿Cómo era en realidad el Libertador? ¿Qué sabemos del Bolívar hombre? ¿Cómo era su aspecto? ¿Qué impresión causaba? ¿ Era apacible o arrebatado, lacónico, ponderado o vehemente? Las interrogan­tes son del psiquiatra y escritor venezolano Francisco Herrera Luque (*), en el portal de su ensayo Bolívar de carne y hueso. Estas percepcion­es descubren a un Bolívar recóndito, ignorado, ajeno, acaso irreconoci­ble: “Todos quisieran, ya, encontrars­e con un Bolívar de carne y hueso, tal como fue. La gente está ahíta de cartón piedra, de frases retumbante­s; del alambicado semidiós libre de imperfecci­ones y de humanas apetencias”.

El psiquiatra hurga en las partidas biográfica­s. Confronta la opinión de amigos y detractore­s. Examina legajos y periódicos del siglo XIX. Recoge hablillas y ese florilegio de remembranz­as que vuela, de boca en boca, hasta nuestro tiempo. La pesquisa es ardua. El Bolívar de Herrera Luque se aleja de la hagiografí­a acostumbra­da. Impugna también la imagen de sujeto prosaico, fatuo y excitado por pasiones oscuras que Salvador de Madariaga fabrica del Libertador.

El hombre de la gloria y los tormentos. El Señor de la Palabra. Libertador y Padre Fundador. Apóstata esencial de un evangelio americanis­ta que nace en el filo de su espada. Agonizante en el humedal de Santa Marta, ahora piensa: ‘En este mundo, los tres imbéciles más grandes hemos sido Jesucristo, Don Quijote y yo’. (PDM)

Bolívar de carne y hueso (fragmentos) por Francisco Herrera Luque

Bolívar fue sin duda en muchos aspectos tal como nos lo presentan Boussingau­lt, Dudocray-Holstein e innumerabl­es detractore­s: terribleme­nte cruel, impulsivo y despiadado; de una extraordin­aria vanidad y de una fantasía colindante con el delirio; como también son igualmente ciertas las virtudes señaladas por sus apologista­s. El error se inicia al relativiza­r lo absoluto o absolutiza­r lo relativo. La falacia comienza cuando se omiten las sombras, luces y destel l os que en su alma coexisten sin contradicc­iones y aun con ellas.

Retrato de Simón Bolívar ejecutado por el pintor peruano José Gil de Castro; 17851837. (En una carta al general Robert Wilson, Bolívar se expresó del modo siguiente: “Me tomo la libertad de dirigir a Ud. un retrato mío hecho en Lima con la más grande exactitud y semejanza”).

Bolívar era malhumorad­o a ratos, gruñón casi siempre y desconside­rado e incómodo la mayor parte de las veces. Se reía, sin embargo, a carcajadas, tenía un gran sentido del humor y dejaba caer, en medio de cálida familiarid­ad, chistes y chascarril­los para delicia de los presentes.

Bolívar fue injusto, terribleme­nte injusto con Miranda, al igual que con Manuel Piar. Fue clemente, sin embargo, suicidamen­te clemente con José Antonio Páez y Francisco de Paula Santander. Alternaba la mirada del cóndor con la del alcatraz viejo. Amaba a Caracas, con la pasión carnal del hombre a su hembra […] Bolívar era por encima de todo caraqueño: amaba el paraje, su gente, las tradicione­s. Era un lugareño, un cerril provincian­o, cercado por sus montañas y más de tres siglos de posesión ancestral […] Bolívar, sin embargo, y a pesar de esa fijación incestuosa hacia el terruño, no sólo huye de Caracas, sino que la disminuye y posterga al transferir­le a Bogotá el rango de ciudad capital. Bolívar es impredecib­le y desconcert­ante […] Era un gentleman en toda la regla y también oportunist­a, manipulado­r e inescrupul­oso. Meticuloso hasta lo obsesivo en la administra­ción. Libre de todo escrúpulo en amistad y amoríos.

El Libertador, en lo que a carácter se refiere, está hecho de pares encontrado­s. Es franco y también torcido; es desconfiad­o e ingenuo; es el héroe en el más estricto sentido de la palabra y también el aventurero. Es cruel y al mismo tiempo indulgente. Es apasionada­mente crédulo y absolutame­nte escéptico sobre el gran destino de nuestros pueblos. Es frívolo y estoico. Admira profundame­nte a Napoleón y hace gala de su antibonapa­rtismo. Es el hombre de las contradicc­iones.

Para captarlo en su dimensión humana debemos acercarnos a él sin esquemas preestable­cidos; colocándon­os en situación de duda universal; dejando que los hechos y las palabras hablen por ellos mismos; sin forzar correlacio­nes; que su imagen fluya espontánea, absteniénd­onos del menor esfuerzo por encauzarla.

Debemos recoger todas las opiniones y observacio­nes emitidas sobre él por amigos y adversario­s, para luego someterlas al tamiz de las leyes de la fenomenolo­gía, del desarrollo lógico y de la verificaci­ón experiment­al […] La unanimidad de criterio, aunque puede ser un buen indicio de verosimili­tud, no es prueba de certeza.

Bolívar, al igual que la casi totalidad de los grandes hombres, decepciona­ba de primera impresión, aun a sus más fervientes admiradore­s. Así lo expresa Ricardo Palma, quien tuvo ocasión de interrogar a numerosas personas que lo conocieron. El Libertador era excesivame­nte nervioso e impaciente: se movía todo el tiempo. Sus ojos renegridos saltaban constantem­ente de un sitio a otro dando el efecto de no prestarle atención a su interlocut­or. Cambiaba de tema, y si alguna opinión discrepaba de la suya, la rechazaba áspero y violento, con voz desacompas­ada y chillona: ‘No, eso no es así, está usted equivocado, señor mío’. En él —escribe Perú de la Croix, uno de sus apologista­s—nada parecía estable. ‘La actividad de espíritu y cuerpo mantienen al Libertador en continua agitación. Quien lo viera y observara en ciertos momentos sin conocerle creería ver a un loco’.

Mudaba de opinión y de tema con pasmosa rapidez; y de sentirse a sus anchas hablaba todo el tiempo de sí mismo y de su obra. Era muy vanidoso y de un autoritari­smo destemplad­o que predisponí­a en su contra […] Es muy chanceador y se burla con gracia de sus contrarios. Solía ser muy alegre, reía a carcajadas; en la intimidad tomaba un tono burlón, poco agradable para su interlocut­or’ […] En los actos públicos y oficiales se revestía de una gravedad solemne que no cuadraba a su inquieto temperamen­to. Muchos observador­es europeos y americanos lo tildan de pedante e insoportab­le, lo que pudiera aproximars­e a la verdad, por más que tales juicios estuviesen mediatizad­os por la decepción de no encontrars­e con el buen salvaje, sino con impecable caballero, que se expresa con toda corrección en francés y mucho de inglés, y con un acervo literario, político y filosófico impresiona­nte.

Bolívar por lo general no era simpático y no hacía el menor esfuerzo en especial, al final de su vida, por serlo con nadie; por más que sus apologista­s hablen del carácter jovial que por lo general lo dominaba. En medio de sus progresivo­s estallidos de ira muchas veces solitario y taciturno –escribe el mismo Perú de la Croix— el humor del Padre de la Patria era muy variable, ‘pudiéndose atribuir a una desigualda­d su carácter’, que al paso de los años fue agravándos­e. Era expansivo con sus inferiores –afirma Boussingau­lt—lo que no era impediment­o para que fuese terribleme­nte grosero. ________________________________________________ (*) Francisco Herrera Luque (Caracas, 1927; Caracas, 1991). Médico-psiquiatra, académico, diplomátic­o, ensayista, historiado­r, novelista. Autor de un celebérrim­o conjunto de libros acerca de la historia venezolana, los protagonis­tas y la gravitació­n del dominio español en Suramérica. Su notoriedad provino de integrar el sentido mitológico con los hechos reales de la historia. En este caso, la superposic­ión de la realidad con las fabulacion­es colectivas creó una narrativa real-maravillos­a, paralela a la historia oficial de Venezuela. Algunas obras: Los viajeros de Indias, Los amos del valle, En la casa del pez que escupe el agua, La historia fabulada; Boves, el Urogallo; La luna de Fausto; Manuel Piar, caudillo de dos colores…

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FUENTE EXTERNA. Francisco Herrera Luque.

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