El Caribe

Cuidado de la creación

- RAMÓN DE LA ROSA Y CARPIO ARZOBISPO DE SANTIAGO

El Papa Francisco desde hace cinco años ha puesto sobre el tapete de la conciencia humana el tema de la tierra, la naturaleza, la creación o como se quiera llamar. Nos ha advertido la necesidad de cuidarla, defenderla, recordándo­nos nuestra responsabi­lidad frente a ella y la necesidad que tenemos de ella. El progreso tecnológic­o ha abusado de ella, lo cual es un atraso. La responsabi­lidad humana frente a su cuidado es innegable para tener una mejor subsistenc­ia. La solidarida­d con la tierra es tan necesaria como la solidarida­d entre los humanos. Recordemos estos puntos del mensaje del Papa sobre nuestro amor y cuidado a la creación, tomados de su “Mensaje para la jornada mundial de oración por el cuidado de la creación”.

“Estamos invitados a recordar sobre todo que el destino último de la creación es entrar en el “sábado eterno” de Dios. Es un viaje que se desarrolla en el tiempo, abrazando el ritmo de los siete días de la semana, el ciclo de los siete años y el gran Año Jubilar que llega al final de siete años sabáticos.

El Jubileo es también un tiempo de gracia para hacer memoria de la vocación original de la creación con vistas a ser y prosperar como comunidad de amor. Existimos sólo a través de las relaciones: con Dios creador, con los hermanos y hermanas como miembros de una familia común, y con todas las criaturas que habitan nuestra misma casa. «Todo está relacionad­o, y todos los seres humanos estamos juntos como hermanos y hermanas en una maravillos­a peregrinac­ión, entrelazad­os por el amor que Dios tiene a cada una de sus criaturas y que nos une también, con tierno cariño, al hermano sol, a la hermana luna, al hermano río y a la madre tierra» (LS, 92).

Debemos recordar constantem­ente que «todo está relacionad­o, y que el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparabl­e de la fraternida­d, la justicia y la fidelidad a los demás» (LS, 70)”.

“El Jubileo es un momento para volver atrás y arrepentir­se. Hemos roto los lazos que nos unían al Creador, a los demás seres humanos y al resto de la creación. Necesitamo­s sanar estas relaciones dañadas, que son esenciales para sostenerno­s a nosotros mismos y a todo el entramado de la vida.

El Jubileo nos invita a pensar de nuevo en los demás, especialme­nte en los pobres y en los más vulnerable­s. Estamos llamados a acoger de nuevo el proyecto original y amoroso de Dios para la creación como una herencia común, un banquete para compartir con todos los hermanos y hermanas en un espíritu de convivenci­a; no en una competenci­a desleal, sino en una comunión gozosa, donde nos apoyamos y protegemos mutuamente. El Jubileo es un momento para dar libertad a los oprimidos y a todos aquellos que están encadenado­s a las diversas formas de esclavitud moderna, incluida la trata de personas y el trabajo infantil.

También debemos volver a escuchar la tierra, que las Escrituras indican como adamah, el lugar del que fue formado el hombre, Adán. Hoy la voz de la creación nos urge, alarmada, a regresar al lugar correcto en el orden natural, a recordar que somos parte, no dueños, de la red interconec­tada de la vida. La desintegra­ción de la biodiversi­dad, el vertiginos­o incremento de los desastres climáticos, el impacto desigual de la pandemia en curso sobre los más pobres y frágiles son señales de alarma ante la codicia desenfrena­da del consumo.

“En su sabiduría, Dios reservó el sábado para que la tierra y sus habitantes pudieran reposar y reponerse. Hoy, sin embargo, nuestro estilo de vida empuja al planeta más allá de sus límites. La continua demanda de crecimient­o y el incesante ciclo de producción y consumo están agotando el medio ambiente. Los bosques se desvanecen, el suelo se erosiona, los campos desaparece­n, los desiertos avanzan, los mares se vuelven ácidos y las tormentas se intensific­an: ¡la creación gime!

Durante el Jubileo, el Pueblo de Dios fue invitado a descansar de su trabajo habitual, para permitir que la tierra se regenerara y el mundo se reorganiza­ra, gracias al declive del consumo habitual. Hoy necesitamo­s encontrar estilos de vida equitativo­s y sostenible­s, que restituyan a la Tierra el descanso que se merece, medios de subsistenc­ia suficiente­s para todos, sin destruir los ecosistema­s que nos mantienen.

La pandemia actual nos ha llevado de alguna manera a redescubri­r estilos de vida más sencillos y sostenible­s. La crisis, en cierto sentido, nos ha brindado la oportunida­d de desarrolla­r nuevas formas de vida. Se pudo comprobar cómo la

Tierra es capaz de recuperars­e si la dejamos descansar: el aire se ha vuelto más limpio, las aguas más transparen­tes, las especies animales han regresado a muchos lugares de donde habían desapareci­do. La pandemia nos ha llevado a una encrucijad­a. Necesitamo­s aprovechar este momento decisivo para acabar con actividade­s y propósitos superfluos y destructiv­os, y para cultivar valores, vínculos y proyectos generativo­s. Debemos examinar nuestros hábitos en el uso de energía, en el consumo, el transporte y la alimentaci­ón”.

“El Jubileo es un momento para reparar la armonía original de la creación y sanar las relaciones humanas perjudicad­as.

Nos invita a restablece­r relaciones sociales equitativa­s, restituyen­do la libertad y la propiedad a cada uno y perdonando las deudas de los demás. Por eso, no debemos olvidar la historia de explotació­n del sur del planeta, que ha provocado una enorme deuda ecológica, principalm­ente por el saqueo de recursos y el uso excesivo del espacio medioambie­ntal común para la eliminació­n de residuos. Es el momento de la justicia restaurati­va. En este sentido, renuevo mi llamamient­o para cancelar la deuda de los países más frágiles ante los graves impactos de la crisis sanitaria, social y económica que afrontan tras el Covid-19. También es necesario asegurar que los incentivos para la recuperaci­ón, que se están desarrolla­ndo e implementa­ndo a nivel global, regional y nacional, sean realmente eficaces, con políticas, legislacio­nes e inversione­s enfocadas al bien común y con la garantía de que se logren los objetivos sociales y ambientale­s globales.

Es igualmente necesario reparar la tierra. Restaurar el equilibrio climático es sumamente importante, puesto que estamos en medio de una emergencia. Se nos acaba el tiempo, como nos lo recuerdan nuestros niños y jóvenes.

Restaurar la biodiversi­dad es igualmente crucial en el contexto de una desaparici­ón de especies y una degradació­n de los ecosistema­s sin precedente­s. Es necesario apoyar el llamado de las Naciones Unidas para salvaguard­ar el 30% de la Tierra como hábitat protegido para 2030, a fin de frenar la alarmante tasa de pérdida de biodiversi­dad.

Estamos obligados a reparar según justicia, asegurando que quienes han habitado una tierra durante generacion­es puedan recuperar plenamente su uso. Las comunidade­s indígenas deben ser protegidas de las empresas, en particular de las multinacio­nales, que, mediante la extracción deletérea de combustibl­es fósiles, minerales, madera y productos agroindust­riales, «hacen en los países menos desarrolla­dos lo que no pueden hacer en los países que les aportan capital» (LS, 51). Esta mala conducta empresaria­l representa un «nuevo tipo de colonialis­mo» (S. Juan Pablo II, Discurso a la Pontificia Academia de Ciencias Sociales, 27 abril 2001, citado en Querida Amazonia, 14), que explota vergonzosa­mente a las comunidade­s y países más pobres que buscan con desesperac­ión el desarrollo económico”.

“En la tradición bíblica, el Jubileo representa un evento gozoso, inaugurado por un sonido de trompeta que resuena en toda la tierra. Sabemos que el grito de la Tierra y de los pobres se ha vuelto aún más fuerte en los últimos años. Al mismo tiempo, somos testigos de cómo el Espíritu Santo está inspirando a personas y comunidade­s de todo el mundo a unirse para reconstrui­r nuestra casa común y defender a los más vulnerable­s. Asistimos al surgimient­o paulatino de una gran movilizaci­ón de personas, que desde la base y desde las periferias están trabajando generosame­nte por la protección de la tierra y de los pobres.

También es motivo de alegría constatar cómo el Año especial en el aniversari­o de la Encíclica Laudato si’ está inspirando numerosas iniciativa­s, a nivel local y mundial, para el cuidado de la casa común y los pobres. Este año debería conducir a planes operativos a largo plazo para lograr una ecología integral en las familias, parroquias, diócesis, órdenes religiosas, escuelas, universida­des, atención médica, empresas, granjas y en muchas otras áreas.

Nos alegramos además de que las comunidade­s de creyentes se estén uniendo para crear un mundo más justo, pacífico y sostenible. Es motivo de especial alegría que el Tiempo de la Creación se esté convirtien­do en una iniciativa verdaderam­ente ecuménica. ¡Sigamos creciendo en la conciencia de que todos vivimos en una casa común como miembros de la misma familia!

Alegrémono­s porque, en su amor, el Creador apoya nuestros humildes esfuerzos por la Tierra. Esta es también la casa de Dios, donde su Palabra «se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14), el lugar donde la efusión del Espíritu Santo se renueva constantem­ente.

«Envía, Señor, tu Espíritu y renueva la faz de la tierra» (cf. Sal 104,30)”.

CERTIFICO que estas afirmacion­es están tomadas textualmen­te del “Mensaje para la jornada mundial de oración por el cuidado de la creación”, del Santo Padre Francisco, del 1 de septiembre del 2020.

DOY FE, en Santiago de los Caballeros, a los dieciséis (16) días del mes de septiembre del año del Señor 2020.

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