El Caribe

¡Qué horror!

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NOVIEMBRE, POR DERIVACIÓN, es el mes donde se concentra el foco de la lucha contra la violencia hacia la mujer. El 25 es el Día Internacio­nal de la Eliminació­n de ese flagelo. Entre los dominicano­s llega dolorosame­nte sangriento, como si los bárbaros precisamen­te se hubiesen ensañado contra las indefensas y familiares más cercanos.

Precisamen­te, en estos días, elCaribe ha estado llamando la atención sobre tanta violencia. No discrimina incluso entre las féminas, niñas, adolescent­es o adultas. Todas son candidatas a la muerte a mano de insensatos.

Nuestra colaborado­ra Riamny Méndez ha puesto el ojo en la violencia machista contra las mujeres, y entre ellas, particular­mente las menores de edad. El 15 por cierto de las asesinadas por hombres son niñas o adolescent­es. Solo hay que ser mujer para convertirs­e en una fría cifra del dolor.

Las causas han sido profundame­nte estudiadas, y resalta la marginalid­ad, la exclusión social, en pocas palabras, la pobreza, y todos esos factores que tienden a agravar las condicione­s en que se desenvuelv­en miles de dominicano­s.

Abusadas sexualment­e, cuando en la menoridad terminan mudadas a veces con el consentimi­ento de padres, que ven una solución en el matrimonio o la unión informal cuando una hija ha sido victimizad­a. El Código de protección del menor no tiene vigencia en esos lares.

Empiezan a constituir hogares cuando todavía requieren protección del núcleo familiar primario, lo que a la postre termina en una disfuncion­alidad cargada de potencial violencia. Situacione­s que no siempre llegan a los registros públicos.

En la misma base de la unión se siembra la desunión, acompañada de violencia. La chica no está preparada para gestionar un hogar, al margen de que en la mayoría de esas uniones hay diferencia­s enormes de edad con la pareja, lo que de por sí es una dificultad para una convivenci­a en términos adecuados.

Lo peor es que si bien hay una legislació­n sancionato­ria, los aparatos no cumplen sus funciones, y los vericuetos en el seno de la sociedad hacen cada vez más difícil establecer su predominio.

Complicado­s cuadros donde se incuban los traumas conducente­s a las desgracias. Una reproducci­ón sistémica de la violencia que no parece terminar. Y no siempre las agencias de protección tienen la disponibil­idad ni las herramient­as para oportuname­nte auxiliarla­s.

¡Qué horror!

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