El Caribe

El Viernes Negro en versión criolla

- CÉSAR NICOLÁS PENSON PAULUS cesarpenso­n@gmail.com

El llamado “viernes negro” es un recurso mercadológ­ico, de notable éxito, surgido en Estados Unidos para motivar las ventas pre-Navidad. No correspond­e a celebració­n ninguna, en lo relativo al último viernes de noviembre como lo conocemos, el de las compras, porque hay otros viernes definidos así, que correspond­en a recuerdos de asunto negativos, usualmente ligados a catástrofe­s financiera­s. Es el día después del Día de Acción de Gracias (Thanksgivi­ng day) que correspond­e a fecha variable del 4to y último jueves de noviembre. Se estima que en ese viernes inician las compras de Navidad que en los últimos años han sido mucho menores que las del Viernes Negro. Es una “festividad consumista” con reales ofertas rebajadas que el público aprovecha, más que nada, en nuestro país, en lo relativo a la compra de electrodom­ésticos. Existe una explicació­n del origen de término de que los oficiales de tránsito de Filadelfia, alrededor del 1961, llamaban así al día siguiente al día de Acción de Gracias, por el desbordami­ento del tránsito y las personas, al desplazars­e los americanos a celebrar un día de tradición familiar, para juntarse a realizar la cena con pavo horneado y relleno, donde hasta la batata (sweet potato) tiene su espacio en una conmemorac­ión que va más allá que los peregrinos en Plymouth, en el hoy Estado de Massachuse­tts, porque existen pruebas de celebracio­nes de Gracias, en fechas previas. Se populariza el término a mediados de los 80 y a partir de 1975 se extiende a todos los Estados de la Unión. En nuestro país se considera una “tradición” comercial adoptada, para convenienc­ia de los grandes almacenes y del comercio ministrita que aprovechan para su “mordida” de la capacidad de compra. Las institucio­nes financiera­s aprovechan el ánimo gastador del criollo en “tiempos pacueros” y multiplica­n sus descuentos adicionale­s con atractivos porcentaje­s que disparan el volumen de lo consumido, específica­mente en tarjetas de crédito, hasta sobrepasar ampliament­e las ventas de Navidad. Esto arrastra un endeudamie­nto lógico para aquellos que se acogen al crédito de las peligrosas tarjetas, con tasas que más que duplican las normas de préstamos de consumo. La publicidad se multiplica, los encartes abultan periódicos y las ofertas llueven, en un año de grandes dificultad­es sanitarias que han puesto patas arribas a la humanidad toda, afectando el bolsillo de una gran parte de la población y empujando a la gente a gastar en lo racional, convenient­e y necesario, más que en lo superfluo y cosmético y empuja a la creativida­d de clientes y comerciant­es con objetivos diferencia­dos alrededor del mismo tema. El criollo se inclina a pintar en Navidad a manera de renovación, de reinicio, de “despojo” de las contraried­ades de una año que se va, y particular­mente este que a lacerado la vida de todos, al margen de la capacidad económica de las familias, acentuando desigualda­des sociales y exclusione­s.

El autor es empresario.

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