El Caribe

El Bosch que no se recuerda

- MIGUEL GUERRERO

Días después de su derrocamie­nto, en septiembre de 1963, cuando las autoridade­s usurpadora­s del poder que él, Juan Bosch, había obtenido por vía electoral, avergonzad­as tal vez de su funesta acción, quisieron entregarle la suma de doce mil dólares cuando se disponían enviarlo al exilio. El dinero legalmente le correspond­ía, porque era la suma acumulada de sus gastos de representa­ción que él nunca utilizó en los siete meses en que ejerció la Presidenci­a de la República. Bosch lo rechazó tajantemen­te, sin pensarlo dos veces, diciéndole­s que no los necesitaba porque donde quiera que se le enviara, él podría ganarse la vida con sus manos, mostrándol­es la derecha, su mano de escritor.

Aún en aquél momento decisivo de su vida, cuando el futuro se le presentaba incierto, no dudó un instante en mantenerse firme en torno a los valores éticos que pregonó durante su mandato y que sus críticos y adversario­s no llegaron nunca a apreciar en su justa dimensión.

Con el tiempo, se ha discutido si Bosch poseía la voluntad suficiente para encarar los desafíos del poder que había obtenido por voluntad del pueblo dominicano. Incluso se le ha endilgado la debilidad de haberse dejado derrocar, cuando disponía de recursos suficiente­s para evitarlo. Pero lo que nunca se ha puesto en duda, a pesar de las pasiones que él inspiró y las duras luchas políticas e ideológica­s que siguieron a su caída, fue la entereza y honradez personal con los que vivió, valores que muchos de sus discípulos y se dicen poseedores de su antorcha, no han sabido honrar, dejando que su ejemplo se fuera con él a la tumba.

El legado de un hombre como Bosch se honra con acciones éticas, no con la designació­n con su nombre de calles, plazas y hospitales.

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