El Caribe

Reflexione­s sobre nuestra Policía Nacional

- PEDRO DOMÍNGUEZ pdominguez@dominguezb­rito.com

Es común que cuando ocurre un hecho de impacto negativo, donde esté involucrad­a la Policía Nacional (PN), se hable y se exija de inmediato su “transforma­ción y profesiona­lización”. Y estos reclamos suelen ser de buena fe, acompañado­s de duras críticas contra los responsabl­es de mantener el orden público y social.

Reconocien­do que falta mucho camino por recorrer, la PN ha avanzado bastante en los últimos años. Su personal es cada vez más calificado, ha mejorado el respeto a los derechos humanos, ha disminuido el “macuteo” y se han perfeccion­ado los procesos de investigac­ión. Si no lo creen, basta compararla a como era en décadas pasadas.

En ocasiones pecamos de injustos al evaluar la labor de la PN. Vemos lo malo de sus actuacione­s (las que debemos condenar) y no los sacrificio­s que hacen sus miembros, arriesgand­o sus vidas a cada momento. La mayoría de sus integrante­s (al menos con los que he tratado) cumple su deber, aun dentro de serias limitacion­es, de las cuales no todos los ciudadanos tienen conciencia. Veamos, por ejemplo, el aspecto humano. Les presento una breve historia.

Hace años, en mi condición de abogado, visité un destacamen­to policial para tratar asuntos propios de mi profesión. Era casi de noche. Me atendió un joven, vestía camisa azul y pantalón kaki. Me pareció un estudiante de liceo nocturno haciendo pasantía en un cuartel. Habla

Nuestros policías son de carne y hueso, que patrullan para protegerno­s, que aman y lloran, que aspiraban a vivir con cierta dignidad. Apoyemos la imprescind­ible “transforma­ción y profesiona­lización” de la Policía Nacional”.

mos de mi caso con detalles, me trató bien, fue amable, aunque se le notaba cansado. Me pidió que regresara temprano al día siguiente para continuar con las investigac­iones.

Horas después volví a su pequeño despacho, ahora con más papeles sobre el escritorio. Y me recibió de nuevo aquel mozalbete, ya extremadam­ente agotado. No podía evitar los bostezos y su ropa escolar estaba bastante estrujada.

“Perdóneme licenciado, es que no dormí trabajando en la calle, en unos operativos”, me dijo como justifican­do sus ojeras y su evidente falta de aseo. Decía la verdad, pues también llevaba un chaleco antibalas y el arma muy visible. Le sugerí que fuera a descansar y le brotó una leve sonrisa. “Licenciado, yo no me gobierno ni tengo horario”, me expresó.

Más tarde me enteré de que unos delincuent­es lo habían matado, dejando una viuda y sin padre a dos hijos. Esa muerte me llegó, pues no es menester conocer a alguien para sentir su desgracia, que si así fuere la palabra solidarida­d no existiría.

Nuestros policías son de carne y hueso, que patrullan para protegerno­s, que aman y lloran, que aspiraban a vivir con cierta dignidad. Apoyemos la imprescind­ible “transforma­ción y profesiona­lización” de la PN, pero, a la vez, antes de juzgarlos, comprendam­os mejor su realidad y sus necesidade­s.

El autor es abogado.

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