El Caribe

Cuando el glamour se va

- MIGUEL GUERRERO

Como todo en la vida, la calidad de un gobierno se mide no por quienes lo critican sino por quienes lo defienden de manera irracional. Y son estos últimos lo que definen y resaltan, no otros, la ruta de la bancarrota moral. A lo largo de nuestra historia esa ha sido una constante, que se acentúa en la medida en que el tiempo se les acorta y el deterioro hace mella en su sentido del equilibrio, a partir de lo cual pierden contacto con la realidad y se muestran incapaces de diferencia­r entre lo claro y lo oscuro, creyéndose por encima de todo interés público.

Cuando esta situación se da en aquellos casos en que hubo alguna vez expectativ­as en la población, el sentimient­o popular resulta en una confusa mezcla de compasión e ira. A su vez, esto hace que la adhesión se exprese solamente en gritos, ruidos que lastiman los oídos y llenan de estupor los ambientes mediáticos, porque es a partir de ese momento en que emigran los espacios para la moderación y el buen sentido. Es la fase en la que ya no se puede volver atrás ni recuperar tiempos perdidos y el aprecio público se esfuma para difícilmen­te volver.

Son incontable­s las veces que hemos padecido como nación este fenómeno que nos muestra, despojada de disfraz, la faz real de quienes echan a un lado el debate respetuoso de las ideas por la diatriba, convencido­s de que el elogio desmesurad­o, casi siempre burlón, y no la crítica independie­nte, es el camino que

La buena defensa de un gobierno requiere no sólo de pulcro manejo de argumentos, sino de respeto a quienes no comparten sus ideas. Un sentimient­o muy escaso en esos litorales que nada constructi­vo aportan al debate nacional”.

lleva a sus defendidos a la inmortalid­ad, como si ese camino existiera en el ámbito en que los defensores de alquiler se desenvuelv­en. Es entonces cuando se olvida que la crítica constructi­va es el más eficaz antídoto contra el desenfreno y la caída moral. La buena defensa de un gobierno requiere no sólo de pulcro manejo de argumentos, sino de respeto a quienes no comparten sus ideas. Un sentimient­o muy escaso en esos litorales que nada constructi­vo aportan al debate nacional.

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