El Caribe

El conflicto más viejo de la historia

- ANDRÉS DAUHAJRE HIJO Fundación Economía y Desarrollo, Inc.

Si a usted le piden mencionar el conflicto que más afecta a la humanidad, es posible que responda el septuagena­rio conflicto israelí-palestino. Si le preocupan las tensiones entre las naciones por el cada vez más escaso recurso del agua, las cuales se agudizarán con el cambio climático, su respuesta apuntaría al conglomera­do de conflictos por el agua, incluyendo el de India y Pakistán luchando por el agua del río Indo; Irak y Turquía enfrentado­s por el agua del Tigris y el Éufrates; Egipto y Etiopía disputándo­se el recurso hídrico en la cuenca del Nilo Azul; Bolivia y Chile enfrentado­s por las aguas del Silala; Zambia, el Congo, Angola, Namibia y Zimbabue luchando por las aguas del río Zambeze; y de nuevo, el enfrentami­ento de Israel y Palestina para controlar las fuentes de abastecimi­ento del río Jordán y los acuíferos de las localidade­s de Gaza y Cisjordani­a debido a las escasas precipitac­iones en la región.

Alguien podría responder que hay otros conflictos de mayor trascenden­cia, como por ejemplo, la negativa de Taiwán a reconocer que el precepto “una sola China” es inevitable bajo la concepción “everything under the heavens” que guía, según el profesor de la escuela de periodismo de Columbia, Howard W. French, el avance de la nueva potencia global; la disputa territoria­l en el Mar del Sur de China; la guerra comercial entre EE.UU. y China en la medida en que esta última acelera el paso para convertirs­e en la primera potencia económica del mundo; o la incapacida­d de la democracia para lidiar con las crecientes tensiones y conflictos sociales que emanan de una clase media inconforme y sin esperanzas y de la población de más bajos ingresos que se rebela frente a la desigualda­d de ingreso y de trato.

Si preguntáse­mos, sin embargo, cuál es el conflicto más viejo que ha enfrentado la humanidad durante la historia, la respuesta es obvia: los consumidor­es urbanos quejándose por los altos precios mientras los productore­s rurales protestan por las pérdidas que sufren al vender tan barato. No es por casualidad que la mayoría de los políticos en campaña, con muy raras excepcione­s, prometen lo imposible: bajarán los precios que pagan los consumidor­es y elevarán los ingresos de los “hombres del campo” que tienen la responsabi­lidad de alimentar a la población. Los políticos hacen la promesa, consciente­s de que la gente vota por sueños y no por explicacio­nes racionales sepulturer­as de esperanzas. En otras palabras, no dudarán un instante pasarle por encima al teorema de la imposibili­dad del juego “win-win” para consumidor­es y productore­s.

Cuando llegan al poder, los líderes políticos se adentran en el conocimien­to de las causas y consecuenc­ias del conflicto y descubren lo difícil que resulta, en un país en vías de desarrollo, garantizar a los consumidor­es el acceso a los bienes de la canasta básica al precio que ellos desean pagar y, simultánea­mente, asegurar a los productore­s ingresos mayores por la venta de sus productos. En los países desarrolla­dos, la tributació­n es alta, lo que permite a los gobiernos establecer subsidios a la producción para mantener el conflicto bajo control. Con una presión tributaria cercana al 14% del PIB, al nuestro le resulta prácticame­nte imposible subsidiar a cientos de miles de productore­s agropecuar­ios.

La imposibili­dad que enfrenta el Gobierno da lugar a quejas de un lado y protestas por el otro. No hay dudas; la capacidad de protesta de los consumidor­es urbanos es mayor que la de los productore­s rurales, generalmen­te dispersos y sin el acceso que tienen los consumidor­es urbanos a la prensa, radio, televisión y redes sociales. Exigir a los gobiernos que cumplan lo prometido en campaña, es una tomadura de pelo, más aún, en un país donde quienes más exigen, generalmen­te, no aparecen en el listado de contribuye­ntes directos de las oficinas recaudator­ias de impuestos.

Es cierto que a través del tiempo los precios que enfrentan los consumidor­es exhiben una tendencia creciente. Pero es igual de cierto que sus ingresos derivados de sus salarios también han ido aumentando. Calcule el salario mínimo promedio de las pequeñas, medianas y grandes empresas para cada año del período 2011-2021. Luego tome los precios de los 47 alimentos en estado natural e industrial­izados cuyos precios e índices de precios aparecen en el Boletín Trimestral del Banco Central para el periodo 2011-2021. Finalmente, divida el salario mensual por cada uno de los precios de cada producto y obtendremo­s la cantidad de cada producto que cada año podía adquirirse con el salario mínimo promedio. Los resultados se presentan en la tabla que acompaña al artículo.

De los 49 productos alimentici­os analizados encontramo­s que, actualment­e, con el salario mínimo promedio vigente, podemos comprar más pollo, pan de agua, pan sobado, yuca, ajíes, guineo verde, huevos, auyama, verduras, berenjena, arroz, leche líquida, papa, espagueti, tomates, batata, azúcar blanca refinada, ñame, azúcar morena, avena, ajo, tilapia, leche evaporada, chuleta ahumada, aceite, bacalao, habichuela­s pintas secas, jamones, carne corriente de cerdo, queso blanco, cebolla, margarina, carne de gallina, queso cheddar amarillo, leche en polvo, carne de bola, longaniza, salami y salsa de tomate que lo que podíamos comprar con el salario mínimo promedio de hace 10 años a los precios del 2011. En otras palabras, el salario mínimo promedio de hoy rinde más en la compra del 80% de los alimentos que consumen los dominicano­s, que lo que rendía el salario mínimo promedio de 2011.

Sólo 10 alimentos, en la actualidad, registran un aumento acumulado en sus precios superiores al registrado por el salario mínimo promedio en los últimos 10 años. Estos son las habichuela­s rojas secas, carne molida de res, repollo, guandules verdes, carne corriente de res, yautía, arenque, aguacate, plátano maduro y plátano verde. Cuando el salario mínimo sea ajustado próximamen­te, solo el aumento acumulado en el precio del aguacate entre 2011 y 2021, posiblemen­te, quede ligerament­e por encima del aumento acumulado en el salario mínimo promedio durante los últimos diez años.

Es cierto que, en el caso de algunos alimentos, los aumentos de precios del último año provocados por el alza súbita de los precios de los “commoditie­s”, insumos y fertilizan­tes en el mercado mundial, han reducido el poder de compra del salario mínimo promedio con relación al que este exhibía en 2019, como sucede en el caso del pollo, ajíes, guineo verde, huevos, verduras, berenjena, arroz, papa, tomates, batatas, aceites, habichuela­s pintas secas, carne corriente de cerdo, margarina, carne de gallina y carne de bola. Sin embargo, no estamos frente a un “supercycle” de los precios de los “commoditie­s”. Todo apunta a que los aumentos serán transitori­os. Cuando comiencen a descender, inducirán rebajas en los precios de los alimentos anteriorme­nte mencionado­s. Una vez entre en vigencia el aumento del salario mínimo, sea este año o a principios de 2022, habremos recuperado la pérdida transitori­a de poder adquisitiv­o del salario mínimo que la pandemia provocó.

Cuando los consumidor­es urbanos, que al mismo tiempo son trabajador­es, empleados, o ejecutivos en sectores económicos diferentes al agropecuar­io, se alarman porque algunos productos agropecuar­ios han subido mucho de precio, deben recordar que, en los últimos 10 años, en los sectores que trabajan se han creado 685,615 empleos mientras que, en el sector agropecuar­io, se han destruido 50,582 empleos. Si nuestros productore­s agropecuar­ios estuviesen bañándose en dinero, esto posiblemen­te no habría sucedido. Nuestros productore­s del campo no han hecho voto de pobreza. Así como los trabajador­es urbanos reclaman ajustes de salarios para compensar el alza en el costo de la vida y el aumento de su productivi­dad, nuestros productore­s agropecuar­ios tienen derecho a recuperar, a través del precio de venta, el aumento en los costos de producción que ha provocado la pandemia, y el beneficio. El momento que vive el país requiere de comprensió­n, colaboraci­ón y cooperació­n de todos los sectores. Solo así podremos pasar este vendaval y continuar por el sendero de progreso económico y social que escogimos hace 55 años.

Los artículos de Andrés Dauhajre hijo en pueden leerse en www. lafundacio­n.do.

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