El Caribe

Los trabajador­es migrantes

- RAFAEL ALBURQUERQ­UE EXVICEPRES­IDENTE DE LA REPÚBLICA

El Consejo Nacional de Migración acaba de otorgar un plazo de noventa días a las empresas que utilizan mano de obra extranjera para que procedan a su regulariza­ción. Aunque la resolución oficial no lo diga expresamen­te, es obvio que su aplicación está destinada a los trabajador­es migrantes haitianos que son empleados particular­mente en la producción agrícola y en la industria de la construcci­ón.

Aunque el sector empresaria­l ha saludado la decisión, algunas de sus asociacion­es han advertido que su ejecución solo tendrá éxito si se simplifica­n y agilizan los trámites engorrosos que deben cumplirse para la contrataci­ón de un trabajador de nacionalid­ad extranjera. La observació­n es válida, pues este contrato debe hacerse por escrito bajo firma privada y depositado para su aprobación en el Ministerio de

Trabajo, acompañado de copia de la visa expedida por el Ministerio de Relaciones Exteriores como prueba de que el trabajador ha recibido el permiso para ingresar legalmente al país.

Basta imaginar una finca de bananos o una plantación de arroz que emplean un centenar de trabajador­es extranjero­s para el cultivo y cosecha de sus productos, o en una escala menor, las decenas de obreros extranjero­s que laboran en la construcci­ón de una obra, para percatarse de la tarea ímproba que le aguarda a un empleador de mano de obra extranjera. En el presente se limita a contratar verbalment­e al nacional haitiano que ha ingresado irregularm­ente al país; en cambio, con la aplicación de la resolución del Consejo Nacional de Migración tendrá que redactar y suscribir un contrato escrito con cada obrero y asegurarse de que está provisto de su correspond­iente visado.

Loable propósito el de las autoridade­s, no hay dudas, pero su logro solo será posible si se dota a las institucio­nes correspond­ientes de los fondos necesarios para la concesión del visado al nacional extranjero, ya sea como residente temporal o permanente, o como trabajador temporero no residente. Fácil decirlo, pero bien difícil ejecutarlo. En primer lugar, el visado tendrá que ser concedido a un extranjero que vive en el país en situación irregular, con lo cual se desconocen las normas de la Ley de Migración que prevén el otorgamien­to del visado como una autorizaci­ón para ingresar al territorio nacional. En segundo lugar, una mayoría de los nacionales haitianos a ser contratado­s no cuentan con documento de identifica­ción que permita individual­izar al visado, lo que conduciría a la vieja práctica del visado colectivo expedido a un grupo innominado, práctica que ya fue condenada por los organismos internacio­nales cuando se empleó en el pasado en los ingenios azucareros. Y, en tercer lugar, de superarse estos obstáculos habrá que redactar en español y en el idioma del trabajador extranjero un contrato que deberá ser depositado en el Ministerio de Trabajo para su debida autorizaci­ón, a menos que las autoridade­s dispongan suprimir la exigencia del escrito y permitir que se convenga verbalment­e, como sucede con los contratos de trabajo de los dominicano­s.

Ahora bien, como regulariza­r es sinónimo de legalizar, la contrataci­ón de los trabajador­es migrantes debe sujetarse a lo dispuesto en el Código de Trabajo, en el sentido de que el ochenta por ciento por lo menos del total de los trabajador­es de una empresa debe de ser de nacionalid­ad dominicana. Todos sabemos que este requisito legal no se cumple ni en las faenas agrícolas ni en las empresas de construcci­ón de obras, y en general se ha argumentad­o que esta violación es debido a los bajos salarios que se pagan, que no resultan atractivos para los obreros dominicano­s, cuya ausencia es suplida por una mano de obra extranjera de presencia irregular, dispuesta a trabajar por un salario irrisorio. Los empresario­s del ramo refutan esta denuncia y afirman que no solo pagan el salario mínimo de ley, sino que además abonan sumas superiores, iguales o mayores a las que se pagan en otras empresas.

Al margen de esta polémica, la realidad es que en todos los países del mundo los trabajador­es tienden a desplazars­e hacia aquellas áreas de la producción y servicios que les ofrecen una mejor retribució­n y un trabajo menos fatigoso. Lo vemos en España, con las faenas agrícolas servidas por jornaleros africanos; en los Estados Unidos con la recolecció­n de la uva en California, a cargo de los “espaldas mojadas” mexicanos; y en la República Dominicana, donde el trabajo agrícola del “echa días” o el movimiento de tierras y el levantamie­nto de paredes y empañete de una construcci­ón son realizados por trabajador­es migrantes, porque el crecimient­o económico y desarrollo experiment­ado por el país en sus últimas décadas permite al dominicano del presente encontrar un trabajo informal con mayores ingresos y menos agobio o un trabajo asalariado mejor retribuido y menos pesaroso. Pero el esfuerzo bien vale pena, si con ello alcanzamos la mecanizaci­ón de labores tan pesadas.

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