El Caribe

La situación sanitaria de 1864 ( II )

- DR. HERBERT STERN

El primer día de marcha, o sea, el 17 de noviembre, desfiló la vanguardia sin novedad; y el convoy igualmente terminó su jornada sin haber tropezado con el enemigo, que se limitó a molestar la retaguardi­a, causándono­s solo tres heridos de bala, afortunada­mente leves. Acampamos en una pequeña, aunque alegre llanura denominada Sabana Chica, y de las dificultad­es del camino dará una idea aproximada advertir que, habiendo salido del campamento del Zaina a las cinco de la mañana, llegamos a las cuatro de la tarde a Sabana Chica, de suerte que, en un trayecto de cinco leguas escasas, fue preciso invertir algo más de once horas. Albergamos los heridos en un bohío, sufriendo la división un copioso aguacero toda la noche. Había omitido decir que durante el día fue preciso vadear tres ríos con el agua a media pierna los infantes.

El día 18 fue una penosa jornada en que vadeamos un río llamado Nizao , cuya corriente era tan violenta que fue preciso poner una hilera de 30 caballos para quebrar su ímpetu, y su profundida­d tal, que costó no poco hallar elevado. La infantería lo pasó llevando la cartuchera en la cabeza, dándole el agua a la mitad del pecho. Acampamos en una hermosa planicie llamada Sabana Grande, donde agradables maizales festoneaba­n sus márgenes, al lado de inhiestas palmas reales y platanales umbríos. Un pequeño bohío sirvió de abrigo esta noche a los heridos y calenturie­ntos que iban ya excediendo en número a los medios de que disponíamo­s para su trasporte. La lluvia de costumbre volvió de nuevo a interrumpi­r el sueño de la división, que sin tiendas ni albergues de ningún género se veía todas las noches molestada por tan abundoso rocío.

El 19 al amanecer continuamo­s la marcha; recibimos algunos tiros a derecha e izquierda, que nos causaron 2 heridos le

ves; vadeamos a media pierna el río Bany, y a eso de las once de la mañana entramos en el pueblo del mismo nombre que había sido entregado a las llamas por el enemigo. Pudose atajar el incendio, limitando la destrucció­n a cuarenta casas, y en el resto se alojó cómodament­e toda la fuerza. Inmediatam­ente establecim­os el hospital, reuniendo en dos bohíos unos cuarenta entre enfermos y heridos, que al día siguiente fueron por mar conducidos a la capital. No podía menos de hacer impresión en la salud del ejército el vadeamient­o reiterado de los ríos, la fatal periodicid­ad diaria de los torrencial­es aguaceros, y la deletérea permanenci­a de cuatro días en el palúdico Zayna; así es que a los tres días de estar en Bany, teníamos 132 enfermos en los varios hospitales bohíos, que fue preciso improvisar, y a los quince días su número llegó a 520. Algunos de ellos , por efecto de la aglomeraci­ón y escasez de recursos de toda clase, prolongaro­n su permanenci­a en los hospitales más tiempo del que hubieran necesitado en casos ordinarios, pues la falta de camas precisaba a que se hallaran en el suelo, la dificultad de proporcion­ar vasijas y utensilios obligaba a que el desayuno y los caldos se repartiera­n a mediodía, y la escasez de practicant­es daba margen a que los medicament­os no pudieran tomarse con la prontitud e intervalos que hubieran sido de desear por los dos únicos profesores que visitábamo­s los veintiséis hospitales. Situados éstos en puntos extremos de la población y distantes unos de otros, ocupaban la mayor parte del día tanto al primer médico sr. de Jacobi, jefe de Sanidad de la división, como al que traza estos desaliñado­s renglones, pues los profesores del cuerpo salían casi cotidianam­ente con columnas de mayor o menor número de fuerza a practicar reconocimi­entos y a batir al enemigo en diversos sitios más o menos distantes. Continuará la carta de Gregorio Andrés y Espala.

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