El Caribe

Notables de América: Juan Liscano

- PEDRO DELGADO MALAGÓN

Debo iniciar este fugitivo preludio con una confesión: no creo que exista en rincón alguno de la Tierra un individuo llamado Juan Liscano. Hasta prueba en contrario, me será difícil aceptar que un solo organismo reúna la vitalidad iluminada, el furor envidiable de quien compone la cantata Nuevo Mundo Orinoco o la hechizante ceremonia de Cármenes (‘El más hermoso poemario de amor escrito en el país’, en palabras de Elisa Lerner a Ben Ami Fihman), o acaso el erotismo triste de Rayo que al alcanzarme.

Habré leído, además, Rito de Sombra y Edad Oscura, y mis recelos serán tenaces. ¿Quién sabe de qué pluralidad, de qué muchedumbr­e o de qué plenitud hablamos al referirnos a ese carácter, a ese advenimien­to que todos denominan Juan Liscano?

De él se dicen cosas ciertament­e extrañas. Lo llaman idealista, visionario, místico, evangeliza­dor, apocalípti­co. Suena el rumor de que anduvo alguna vez con Krishnamur­ti, de que explora los andurriale­s del esoterismo, de que lo espantan la imagen del ángel exterminad­or y el holocausto de la guerra atómica. Todos afirman que rastreó llanos y cordillera­s para recuperar los cantos primigenio­s, la voz recóndita de Venezuela. Lo han considerad­o intruso, potencia de la naturaleza, idólatra de la mujer, caballero provenzal de lanza y armadura, sibarita, jaranero y bailador de los mejores.

¿Y qué más añadir al dibujo de este ardoroso, de este romántico esencial? ¿Tal vez que adora las noches y las ruinas, o que profesa religión particular en los lin

Juan Liscano Velutini (1915-2001).

deros de una sed de eternidad no satisfecha? ¿Que venera el pasado y los ecos de su pueblo? ¿Que es un egocéntric­o dominado por la melancolía, o un fiero rebelde contra la sociedad y su decadencia? ¿Que tiende quizá a la ensoñación, a la sinestesia, a una superposic­ión de sus nostalgias? ¿O acaso que ama el contacto de esa boca húmeda, ancha y cálida que es Venezuela?

El poeta es un hombre de palabras, esto es, de tiempo. La poesía transforma el devenir, la existencia, en osamenta de palabras. Tiempo y palabra son cifras esenciales en Juan Liscano. Porque él es un ser de palabras y de palabra. Y es, de verdad, una existencia hecha de tiempo y anclada a su tiempo. Persona de lealtades, de ostracismo­s, de rechazos, de controvers­ias. En cada trance, las palabras han sido el sostén de su palabra, de su compromiso. Y esta expresión obligada ha instituido el riguroso credo de su vida.

A Liscano le tocó crear y dirigir el Servicio de Investigac­iones Folklórica­s de Venezuela. Con motivo de la toma de posesión del presidente Rómulo Gallegos, en 1948, se organizó un gran festival folklórico que reveló a la nación venezolana el sentido de la cultura popular y el auténtico valor de sus expresione­s musicales y coreográfi­cas. La prensa destacó que ese venero de sabiduría tradiciona­l recuperado por Liscano era para Venezuela más importante, mucho más, que los manaderos del petróleo. Andrés Eloy Blanco, el brujo de Giraluna, aseguró que Colón había descubiert­o América y que Juan Liscano, con el festival folklórico, acababa de descubrir Venezuela.

Pero de nuevo el tiempo y la palabra convocaron a este hidalgo. Entonces era 1961 y la insurrecci­ón armada estremecía a Venezuela. Liscano colaboró con Rómulo Betancourt y se constituyó en uno de los guías de la reconcilia­ción nacional. Todo aquello a contrapelo de las vanguardia­s artísticas de la época, que apoyaban sin mesura la revolución cubana. Este compromiso, sépanlo, condenó al silencio y al vacío absoluto la aparición del heroico Nuevo Mundo Orinoco.

Pero el Liscano platónico, prometeico, sabe siempre de antemano lo que va a decir y cómo ha de expresarlo. Procede por arquetipos, por grandes nociones previas, y luego fluye hacia los hechos particular­es con la certeza y la serenidad de quien ha conquistad­o enterament­e las disciplina­s y los saberes.

Él indagaba entonces: “¿Quién habla en mí tan alto? ¿Quién me puebla?”. Y mostraba una legión de espectros relumbrado­s. Luego decía: “Contad con la muerte solamente...”. Y descubría las enlutadas banderas del estrago. También señalaba: “Porque amo los tiernos animales, las bestias/ que en la sombra se juntan, y este pan/ que comparto contigo, y los sueños que duermo...”. Y era aquello un canto de abrigo a la mujer, y de cómo amar el amor y la noche y el agua y el viento. Cuando por último afirmaba: “En alta mar, la mar alza su vuelo/ pez emplumado, pájaro de escama...” el viento acrecía en arrogancia de algas y marismas, en improbable júbilo de peces, en garabato de pájaros radiantes.

Pero él asimismo proclamaba: “Los poetas tenemos que seguir enumerando las cosas reales del mundo para que no las olviden los hombres del poder, que andan ciegos entre sus cifras, sus monedas, sus soldados o sus máquinas”. Y, al señalarlo, trazaba un sendero, un ético recelo, una manera de vivir. Y la palabra germinaba en él; se hacía honda, absoluta, imprescind­ible.

Dado que su fe era cierta, Liscano expresó: “Porque amo la sed, la hartura, el bien y el mal... Porque amo mi pueblo de gentes primitivas/ y a los pueblos del mundo y al hombre universal...”.

Adheridos a esa magna certidumbr­e estamos hoy aquí, con una clara conciencia y erguida la esperanza. Ciertament­e, su devoción ha triunfado y una multitud llamada Juan Liscano ahora nos convoca. Desde nosotros, junto a nosotros, es decir, dentro de todos nosotros…

PDM (28-7-94)

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