El Caribe

Hay “Mark-to-Markets” que matan

- ANDRÉS DAUHAJRE HIJO Fundación Economía y Desarrollo, Inc.

Los fondos de pensiones en todo el mundo invierten la mayor parte de los recursos que administra­n en bonos y acciones. Los bonos son emitidos tanto por empresas como por gobiernos. Las acciones son emitidas por empresas privadas. Los bancos múltiples, fondos de inversión y puestos de bolsa, también invierten en bonos y acciones. Uno de los dilemas más importante­s que enfrentan los reguladore­s de los sistemas de pensiones y bancarios es la selección del método de valoración de estos activos financiero­s. En el caso de las acciones de empresas que se cotizan en bolsa, resulta obvio que los fondos de pensiones y otras entidades que han invertido en esas acciones deban valorar la inversión al final del día al precio de cierre de la acción en la bolsa de valores. Esto es así porque a los inversioni­stas que compran acciones, nadie les garantiza el precio al que las venderán el día que deseen hacerlo. En lo que va del año 2022 (hasta el pasado 12 de mayo), el descenso que han registrado los precios de las acciones que cotizan en las bolsas de EE. UU., ha representa­do para los inversioni­stas, incluyendo muchos fondos de pensiones de ese país y del exterior, una pérdida de 9.92 trillones de dólares.

Así como en 2020 y 2021, los balances de la cartera de inversión de esos fondos de pensiones subieron considerab­lemente en la medida en que los precios de las acciones exhibieron aumentos considerab­les, ahora toca caída de precios y pérdidas cuantiosas. Dado que la mayoría de los fondos de pensiones ejecutan estrategia­s de inversión a largo plazo, difícilmen­te procederán a liquidar o vender sus posiciones en estos momentos. Saben que la historia se repite. Luego de un período de contracció­n de los precios de las acciones, seguirá un período de expansión. Los fondos de pensiones, por tanto, como cualquier otro inversioni­sta, sea banco o fondos de inversión, aceptan y reconocen que la única regla sensata para valorar las acciones es al precio de cierre diario del mercado donde se transan. En consecuenc­ia, en el caso de las acciones, el denominado “markto-market” es rey indiscutib­le y no admite ninguna otra regla de valoración.

La situación puede ser diferente, sin embargo, en el caso de los bonos emitidos por empresas y/o gobiernos. Aunque la población está más consciente e informada de que las acciones de las empresas pueden subir o bajar en el mercado de valores, la mayoría no está al tanto y mucho menos entiende, que los precios de los bonos pueden subir o bajar a diario, especialme­nte en países como el nuestro donde el nivel de educación financiera es muy bajo (OECD, Capital Markets in the Dominican Republic, 2012). Cuando usted compra un bono emitido por el gobierno, es muy posible que crea que la inversión realizada no varía y que, por tanto, en su estado de cuenta de inversión dicho bono aparecerá valorado en RD$100.00, si ese fue el precio al que lo adquirió. La realidad es diferente. El precio de mercado del bono que usted originalme­nte compró a RD$100.00 es igual al precio que usted pagó, si y solo si, la tasa de interés que pagan los bonos comparable­s de igual vencimient­o es igual a la tasa de interés o cupón del bono que usted adquirió. La realidad, sin embargo, es que las condicione­s del mercado pueden cambiar, lo que podría dar lugar a diferencia­s entre el precio del bono que usted compró y el precio de mercado de ese bono.

Supongamos que usted compró un bono de RD$100.00 con una tasa de interés o cupón de 5.50% y un vencimient­o a 10 años. Supongamos que 8 meses después usted quiere vender su bono y para ello se aproxima al mercado secundario donde se transan esos instrument­os de valor. Para su sorpresa, los potenciale­s compradore­s le dicen que se lo comprarían a un precio de RD$72.80. Le explican que el rendimient­o que ofrecen en el mercado secundario los bonos comparable­s de igual vencimient­o es actualment­e de 10.3% y que el bono que usted posee, al tener un cupón de 5.50%, no les resulta atractivo a los compradore­s: su bono ha perdido valor. Por eso, para compensar por la diferencia de los intereses (5.50% que paga el suyo versus 10.3% que pagan los demás similares en el mercado), usted debe aceptar venderlo a RD$72.80. La otra opción que usted tiene es mantener el bono hasta vencimient­o y cobrar el capital inicialmen­te invertido de RD$100.00 que le pagará el emisor al momento del vencimient­o de su inversión. Si usted confía en el emisor, es muy probable que usted retenga el bono hasta su vencimient­o, olvidándos­e de la volatilida­d, incomprens­ible para muchos, que pueden exhibir algunos mercados secundario­s ilíquidos y poco profundos.

Consciente de lo anterior y del hecho de que el mercado secundario de deuda pública y corporativ­a en República Dominicana no es lo suficiente transparen­te, líquido y profundo y, por tanto, enfrenta serias dificultad­es en la determinac­ión de precios realistas de los instrument­os financiero­s, la Superinten­dencia de Pensiones (SIPEN) consideró años atrás que resultaba imposible obligar a los fondos de pensiones a asumir una norma de valoración “mark-to-market” sin limitacion­es. Por eso la SIPEN asumió la responsabi­lidad de proveer el vector de precios que deben utilizarse para valorar la cartera de los fondos de pensiones, el cual contiene los precios que la SIPEN entiende como “razonables”. Para construir ese vector o listado de precios, la SIPEN establece el límite mínimo de RD$50 millones al volumen transado para que el precio que emane de esas transaccio­nes pueda ser incluido en el vector, mientras deja fuera, para efectos de valoración, precios de transaccio­nes que difieran en más de 3% con el precio de mercado del instrument­o. ¿Confuso no? Eso es lo que sucede cuando el regulador está consciente que el mercado secundario eficiente, transparen­te, líquido y profundo al cual todos aspiramos, en realidad no existe. Por eso la SIPEN utiliza una norma de valoración que cualquier experto definiría como “dirty-mark-to-market” o “mark-to-market-manejado”.

Imaginemos ahora lo que habría sucedido con los fondos de pensiones si la SIPEN hubiese impuesto un “mark-tomarket” puro, que haga caso omiso a las imperfecci­ones y la iliquidez del mercado secundario y, en consecuenc­ia, abriese las puertas a la enorme volatilida­d de precios que generan los mercados con semejantes caracterís­ticas. Supongamos que la SIPEN, para estar en sintonía con países que cuentan con mercados secundario­s más desarrolla­dos, profundos y líquidos, hubiese dictaminad­o el año pasado que, en lo adelante, la valoración de los títulos de renta fija, como son los bonos gubernamen­tales y corporativ­os, debe hacerse bajo la norma del “mark-tomarket”, sin manosear el vector de precios. En otras palabras, que a final de cada dí a, l os f ondos de pensiones administra­dos por las AFPs valorasen todos los bonos que mantienen en su cartera de inversione­s al precio que indiquen las transaccio­nes de compravent­a realizadas ese día en el mercado secundario, sin importar si dichas operacione­s son o no representa­tivas.

En septiembre de 2021, las AFPs mantenían un balance en bonos gubernamen­tales y corporativ­os ascendente­s a RD$645,106 millones. Imaginemos que, a partir de enero de 2021, los fondos de pensiones comenzaron a valorar su cartera de bonos según la norma del “mark-to-market” puro y que los precios de esos bonos, en promedio, replicasen el comportami­ento mostrado por el precio del bono de Hacienda DRGB 2032, el cual pasó de 151.47 el 14 de septiembre de 2021 a 110.26 el 13 de mayo de 2022, arrojando una caída de 27.2%. ¿Cuál sería el resultado? Una caída de

RD$175,512 millones en el valor de la cartera inversione­s de los fondos de pensiones al 13 de mayo de 2022. Esa pérdida que sufriría la cartera de los fondos de pensiones, las AFPs la trasladarí­an en la proporción correspond­iente a los balances de las cuentas de capitaliza­ción individual de todos y cada uno de los millones que han cotizado y/o cotizan en el sistema de pensiones. Si por una apreciació­n del peso de cerca de un 5% que produjo una merma de RD$4,000 millones en la cartera de inversione­s de los fondos de pensiones entre enero y febrero de este año, se verificó en las redes sociales y los medios de prensa tradiciona­les una cuasi-revuelta de afiliados al sistema de pensiones, algo previsible en un país de bajo nivel de educación financiera, ¿que pasaría si el bajón, por la aplicación de una norma de valoración inapropiad­a, fuese de RD$175,512 millones, es decir, 44 veces más pronunciad­a? Claro, eso no ha sucedido porque la SIPEN construye, ajusta y doblega, si es necesario, el vector de precios de estos instrument­os financiero­s.

Movámonos ahora a los bancos múltiples. Al igual que la cartera de inversione­s de los fondos de pensiones, los bancos están bien cargados de bonos, 96% emitidos por entidades gubernamen­tales y 4% por emisores corporativ­os. Hasta diciembre de 2021, la banca múltiple no estaba sujeta a la norma de valoración del “mark-to-market”; valoraba los instrument­os a su precio de compra. Si al venderlos antes del vencimient­o realizaba una ganancia o asumía una pérdida, esta impactaba los resultados del banco y, por tanto, el patrimonio. A partir de enero de 2022, por decisión de los reguladore­s, los bancos comenzaron a ingresar al mundo del “mark-to-market”, bajo un protocolo de gradualida­d sujeto a variacione­s sobre la marcha. Hagamos el mismo ejercicio que presentamo­s para los fondos de pensiones si estos hubiesen estado sujetos a un “markto-market” puro. Utilizarem­os de nuevo la dinámica del precio del bono de Hacienda DRGB 2032 entre el 14 de septiembre de 2021 y el 13 de mayo de 2022, como indicador promedio del comportami­ento de los títulos que los bancos mantienen en su cartera de inversione­s. El nivel de la cartera de inversione­s en bonos que los bancos mantenían en septiembre de 2021 ascendía a RD$581,339 millones. En consecuenc­ia, la baja de 27.2% en el precio de ese bono en apenas 8 meses, implicaría que los bancos múltiples, si desde principios del 2021 hubiesen estado obligados a valorar bajo la norma de “mark-to-market”, evidenciar­ían una pérdida de RD$158,124 millones, prácticame­nte el triple del agujero de RD$55,000 millones que se detectó en Baninter en abril de 2003. Esa pérdida de RD$158,124 millones borraría, de un plumazo, el 63% del patrimonio de los bancos múltiples a finales de abril de 2022. En un país donde es posible introducir normas incompatib­les con el nivel de desarrollo, transparen­cia y liquidez de su mercado secundario de valores, el paso siguiente sería la rebaja por parte de Moody’s, Standard & Poor’s y Fitch de 3 o 4 escalones en la calificaci­ón de riesgo soberano, pues sin proponérse­lo, los reguladore­s podrían estar allanando el camino a una profunda crisis bancaria que repercutir­ía dramáticam­ente sobre la sostenibil­idad de la deuda pública. Como si lo anterior no fuese suficiente, la DGII perdería por varios años a uno de sus principale­s contribuye­ntes, la banca múltiple, la cual en 2021 avanzó RD$20,000 millones de impuestos al Gobierno para viabilizar las cuentas fiscales, luego que Hacienda se vio obligada a retirar algunas disposicio­nes impositiva­s que se incluyeron en el Proyecto de Presupuest­o del 2021.

La experienci­a, la prudencia y la sensatez debería imponerse. En un momento en que nuestra economía todavía lucha por cerrar las cicatrices que la pandemia dejó en los sectores reales, hace frente al tsunami inflaciona­rio desatado por los efectos de la invasión rusa a Ucrania, alimentado por las sanciones de Occidente a Rusia e insuflado por los confinamie­ntos impuestos recienteme­nte en China para contener la propagació­n del Covid, no parece prudente ni sensato imponer reglas que no parecen haber sido debidament­e pensadas ni ponderadas por los reguladore­s. Esta nueva regla o norma podría sumar al choque externo que enfrentamo­s, uno de origen interno de proporcion­es inimaginab­les, inducido no solo por la imposibili­dad de los bancos múltiples de continuar comprando los títulos de deuda pública interna en tiempos de alzas de las tasas de interés, sino también, por la incertidum­bre que produciría en los agentes económicos la evaporació­n de una gran parte del patrimonio de los bancos y la desaparici­ón de la solvencia de los mismos. Tomemos el caso del banco múltiple más grande del país, Banreserva­s. Dicho banco mantiene una cartera de inversione­s en bonos domésticos y globales de emisores públicos y privados que, a abril de 2022, ascendía a RD$345,123 millones. Una normativa “mark-to-market” pura que reduzca, por ejemplo, en 18% el precio promedio de estos títulos, un resultado posible en medio de esta incertidum­bre y apetito cero por los títulos domésticos de deuda pública dominicana, prácticame­nte desaparece­ría el patrimonio de ese banco.

Insistimos en que la norma del “markto-market” no parece haber sido suficiente­mente pensada y ponderada, pues sus defensores aparenteme­nte han partido del supuesto heroico de que nuestro mercado secundario está exento de volatilida­d. Si esto fuese cierto, cuál de ellos podría explicar que entre el 11 y el 12 de mayo de este año, es decir, en un período de apenas 24 horas, el precio del bono global RD26 en pesos emitido por Hacienda, según registra el Vector de Precios que elabora RDVAL, la única empresa autorizada para proveer precios de los instrument­os financiero­s, bajase de 111.70 a 99.92 y su rendimient­o subiese, de un día a otro, de 6.44% a 9.80%, es decir, 336 puntos básicos. ¿Acaso eso no es un reflejo de la enorme volatilida­d que afecta al mercado secundario de los títulos de deuda? ¿Es prudente transmitir esa volatilida­d al sistema bancario? Todo parece indicar que se mantiene el señalamien­to hecho hace 10 años por la OECD sobre las evidentes dificultad­es de nuestro mercado secundario para formar y enviar señales adecuadas de precios.

Quizás convendría que al presidente Abinader se le muestre la pantalla de Bloomberg del pasado 13 de mayo para que él pueda determinar si contamos o no con un mercado secundario cuyas transaccio­nes pueden constituir una plataforma eficiente, confiable y creíble de formación de precios de los instrument­os financiero­s que queremos que los bancos utilicen para valorar sus carteras de inversione­s en bonos. Estoy 100% seguro que si se la muestran y el presidente observa que en ese momento apenas había dos ofertas de venta, una de RD$25 millones del bono RD2-2006 y otra de RD$10 millones del bono DRBG 8.625% - 06/11/31, y se le explica que los precios ofrecidos por esos dos vendedores, si fuesen aceptados por compradore­s hasta ese momento inexistent­es, junto a otros emanados de un mercado con esas caracterís­ticas serían los que se utilizaría­n para valorar RD$581,339 millones de bonos que los bancos múltiples mantienen en cartera, la reunión terminaría ahí mismo. Quedaría claro que no están dadas las condicione­s para que República Dominicana se autoimpong­a una norma de valoración de instrument­os financiero­s que inyectaría una dosis letal de volatilida­d al patrimonio y, por tanto, a la solvencia del sistema bancario.

¿Qué norma de valoración para los bonos deberían aplicar los bancos múltiples mientras tengamos un mercado secundario incipiente, ilíquido y poco profundo de títulos de deuda? La misma que estuvo vigente hasta diciembre de 2021. Los bancos múltiples, valorarían los instrument­os al precio que lo compraron. Registrarí­an una ganancia o pérdida de capital real si venden el bono a un precio superior o inferior al de adquisició­n, respectiva­mente. No se produciría abultamien­to o achicamien­to del patrimonio de los bancos por efecto de ganancias o pérdidas de capital “devengadas” pero no percibidas, construida­s artificial­mente a partir de las señales esporádica­s y aisladas de precios emanadas de un mercado secundario incipiente, ilíquido y poco profundo.

Este sistema simple y comprensib­le de valoración, además de evitar el ingreso en el sistema de banca múltiple de una volatilida­d incomprens­ible para la mayoría de los que tienen cuentas de depósitos en los bancos múltiples que podría derivar en corridas contra el sistema bancario inducidas por una normativa inapropiad­a, tiene la ventaja de que no reduciría el apetito de los bancos por los títulos de deuda del Ministerio de Hacienda y el Banco Central. Si los bancos pierden el apetito, consciente­s de que la coyuntura apunta hacia alzas de tasas de interés y caídas de precios de los bonos, no lo duden, también lo perderían los fondos de pensiones. Es posible que estos últimos tengan que atragantár­selos ya que no tienen muchas opciones adicionale­s donde invertir. No debemos olvidarlo. Ha sido este apetito doméstico por los títulos de deuda pública, uno de los pilares fundamenta­les de la estabilida­d macroeconó­mica que hemos disfrutado los dominicano­s luego de la crisis bancaria del 2003-2004. Si insistimos en el “mark-to-market” como norma de valoración a partir de las señales de precios que envía de vez en cuando un mercado secundario que, al ser tan ilíquido y poco profundo, no está libre de manipulaci­ón a través de transaccio­nes ficticias, preparémon­os para la desaparici­ón de la demanda doméstica por títulos de deuda pública y oremos para que las puertas del mercado global de capitales se mantengan abiertas para la venta de nuestros bonos globales denominado­s en dólares. El presidente Abinader tiene una amplia agenda de problemas que enfrentar. Por favor, no le agreguemos uno más que, sin lugar a duda, tiene el potencial de hundir nuestra economía.

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