El Caribe

Es mayo, es Martí

- NÉSTOR ARROYO nestor_arroyo@hotmail.com

En mayo suelo escribir sobre Martí, me es inevitable. Martí es la figura del héroe que consagra su vida al más alto de los anhelos humanos: la libertad. Conoció el presidio y el exilio siendo casi un niño. Su patria, Cuba, era colonia española y, precisamen­te allí, en la Metrópoli, estudió Derecho y Filosofía y Letras en las universida­des de Madrid y Zaragoza.

Tenía una cultura enorme y un dominio del idioma innovador. Al respecto, Rubén Darío, el grandioso poeta nicaragüen­se y americano, principal exponente del movimiento modernista del cual Martí fue precursor, escribió, en un ensayo que tituló: José Martí, que: “Nunca la lengua nuestra tuvo mejores tintas, caprichos y bizarrías”. Y dice, en otra parte que: “Era Martí de temperamen­to nervioso, delgado, de ojos vivaces y bondadosos. Su palabra suave y delicada en el trato familiar, cambiaba su raso y blandura en la tribuna, por los violentos cobres oratorios. Era orador, y orador de grande influencia. Arrastraba muchedumbr­e. Su vida fue un combate”.

Sí, era un escritor original y un orador excepciona­l. Sobre su originalid­ad dice la poeta chilena, premio Nobel de Literatura en 1945, Gabriela Mistral, en su ensayo titulado: “La Lengua de Martí”, que la lectura de la prosa del cubano golpea “con la originalid­ad antes que con cualquier otra cosa. Martí es de veras una voz autónoma (…)”, y más adelante agrega: “Martí es muy vital y su robustez es la causa de su independen­cia”. Y luego afirma que esta originalid­ad “tiene estos trazos: originalid­ad de tono, originalid­ad de vocabulari­o, originalid­ad de sintaxis”.

Y, sobre su oratoria excepciona­l, nos dice Rubén Darío, en un ensayo que incluye el historiado­r dominicano Emilio Rodríguez Demorizi en una compilació­n que lleva por título “Papeles de Rubén Darío” que, estando en los Estados Unidos y teniendo una gran admiración por Martí, de quien esperaba semanalmen­te sus crónicas dirigidas al periódico La Nación, de Argentina, recibió la visita de Gonzalo de Quesada, secretario personal y albacea literario del Maestro, el cual le comentó que Martí le esperaba esa misma noche en Harmand Hall, donde pronunciar­ía un discurso ante una asamblea de cubanos exiliados.

La emoción del poeta nicaragüen­se era extraordin­aria, conocería personalme­nte a Martí y, para su sorpresa, Martí le llamaría hijo: «Pasamos por un pasadizo sombrío; y, de pronto, en un cuarto lleno de luz, me encontré entre los brazos de un hombre pequeño de cuerpo, rostro de iluminado, voz dulce y dominadora al mismo tiempo y que me decía esta única palabra: ¡hijo!».

Luego, al escuchar el discurso, dice Darío que: «Cuando concluyó, los aplausos eran una tempestad», y lo coloca por encima, incluso, de Emilio Castelar. Esta sensación de admiración la provocó Martí en todos, o casi todos, los que le conocieron. Al entrar en la capital dominicana a caballo, por ejemplo, le dice don Manuel de Jesús Galván: “He aquí lo que faltaba a nuestra América hasta ahora, el pensamient­o a caballo”.

Eso era Martí, un intelectua­l comprometi­do con la libertad, un ser humano excepciona­l que, un 19 de mayo de 1895, cayó abatido en Dos Ríos, Cuba.

¡Loor a Martí!

El autor es abogado.

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