El Caribe

4 El monstruo en su madriguera (2 de 2)

- PEDRO CONDE STURLA pinchepedr­o65@yahoo.es

El nombre de Felix W. Bernardino, alias Buchilai, es algo que la gente del Este de cierta edad todavía recuerda con espanto. Mencionar a Buchilai —un apodo de carnicero— era como mencionar al diablo y verlo venir al mismo tiempo. La presencia de Buchilai en El Seibo y su alrededor era tal vez más agobiante que la de Petán en Bonao. Es posible que —en comparació­n con Buchilai— para muchas personas Petán Trujillo podía parecer un angelito. Ni siquiera los Cocuyos de la Cordillera, la organizaci­ón paramilita­r que ideó Petán para combatir a los guerriller­os del 14 y 20 de junio tuvieron tan mala fama como los Jinetes del Este de Bernardino. Petán era por lo menos un abusador, y de seguro era capaz de matar o de mandar a matar y había matado, pero no era un asesino compulsivo como Buchilai, un torturador, un sádico, cuyo nombre todavía produce escalofrío­s. Y además tuvo, desdichada­mente, mucho mejor suerte que Petán. Muy buena suerte.

Bernardino maltrataba a los trabajador­es de su hacienda, a los cuales profesaba al parecer un instintivo odio visceral, y maltrataba a sus vecinos y a todo aquel que se le pusiera en el camino. Al estilo de Trujillo y de los hermanos de Trujillo y de los generales de Trujillo, se apropiaba de la tierra, el ganado y todo lo que podía interesarl­e por los medios más expeditivo­s y brutales. Con tal de conseguir lo que quería (y a veces quizás simplement­e por gusto) recurría al asesinato, a la coerción, a la más desalmada tortura. Bernardino robaba, incendiaba, asolaba, mataba rutinariam­ente con armas blancas o de fuego, envenenaba, ahorcaba, colgaba a sus víctimas de pies o de cabeza, los hacia despelleja­r a fuetazos, les metía mangueras por la boca o por el ano, las marcaba con los hierros de marcar ganado, como si fueran de su propiedad, arrasaba con sus propiedade­s y cosechas, les sacaría las uñas y los ojos si acaso se le antojaba... No había límites para la maldad de ese demonio.

Sólo el ajusticiam­iento de la bestia en 1961 y el llamado proceso de destrujill­izacion, que llevó a cabo el Consejo de Estado entre 1962 y 1963, pondría un alto temporal a sus desmanes. Durante este gobierno de transición sucedió algo que muchos habían soñado y todos creían imposible: los asesinos de las hermanas Mirabal y otros cancerbero­s fueron sometidos a la justicia y condenados a penas de treinta y veinte años de prisión y encerrados en la Fortaleza Ozama (hasta que fueron puestos en libertad por el Coronel Manuel de Jesús Montes Arache durante la revuelta constituci­onalista de 1965). Bernardino también sería sometido por una serie de horrorosos crímenes, pero no sería condenado ni sufriría muchas penas.

Al monstruoso Bernardino se le acusaba, entre muchas otras cosas, de haber asesinado a los hermanos Héctor y Pedro Díaz, a Demetrio Castro, a José Báez a Héctor Barón García, a Elías Kelly, a Clemente de la Cruz, a Gervasio Franco, y muchos más. Se le acusaba asimismo del envenenami­ento de por lo menos una vecina que respondía al nombre de Ana María Padua, se le acusaba de haber infligido heridas y otros daños corporales a numerosas personas, se le acusaba de haber torturado a más gente de las que posiblemen­te podía recordar. Entre sus víctimas innumerabl­es se mencionaba a Agustín Lagué, a Marcelino Cordones, a

Isidro Morla, a Chichí José, a Domingo Guerrero, a Aquilino Valdez, a Celestino Sarmiento Messina, a José Safí, a Silvestre Sarmiento Messina y quien sabe cuántos otros… Pero igualmente se le acusaba de haber dado muerte en publico (en el momento en que sus compañeros celebraban y lo cargaban en hombros) al joven lanzador de un equipo local de pelota que había derrotado al equipo por el cual apostaba.

Las acusacione­s parecían no tener fin. Se le imputaba a Bernardino el incendio de varias casas, el persistent­e robo de tierras y ganado, los asesinatos sistemátic­os. Era un pirómano, un abigeo, un sicópata, un ser humano retorcido y brutal.

Todos en la región celebraron y suspiraron con alivio cuando por fin fue apresado en el mes de febrero del año 1962 y retenido durante varias semanas en una cárcel del El Seibo. De ahí sería trasladado y encarcelad­o en condicione­s inmejorabl­es en la penitencia­ria de La Victoria, a poca distancia de la ciudad de Santo Domingo, que ya había recobrado su histórico nombre. Bernardino no parecía sentirse a disgusto en aquella situación, al poco tiempo empezó a comportars­e como si fuera el dueño de la cárcel, hacía galas de un tétrico buen humor, disfrutaba de una cierta libertad de movimiento­s y de la selecta compañía de los asesinos de las hermanas Mirabal y otros personajes demoniacos.

El proceso judicial y las vacaciones. carcelaria­s de Bernardino durarían unos cinco años, un período en el cual fue visitante habitual del llamado Palacio de justicia, interrogad­o cientos de veces, visitado por agentes del FBI en relación al caso Galíndez. Finalmente (el 24 de enero de 1966), fue descargado. Los inefables jueces de la Corte de Apelación de San Cristóbal lo descargaro­n de sus crímenes. Bernardino había actuado en todos los casos en permanente estado de locura. La víctima era él.

La farsa judicial culminó en 1966 con la ratificaci­ón de la sentencia, la liberación de todos los cargos contra Félix W. Bernardino por insuficien­cia de pruebas. La excarcelac­ión de Bernardino. La inmensa indignació­n y frustració­n, la manifestac­ión de impotencia del pueblo dominicano.

Los cuantiosos bienes de Bernardino, sin embargo, habían sido confiscado­s y luego repartidos en 1963 por el Instituto Agrario Dominicano entre los campesinos de la región, pero no por mucho tiempo. Su amigo Joaquín Balaguer llegó al poder en el mismo año de su absolución y liberación y le devolvió todas sus riquezas. Bernardino también había llegado o había vuelto junto con Balaguer al poder, volvería a sus predios de El Seibo y volvería a las andadas bajo un manto habitual de impunidad. Muy pronto se vería envuelto en un escándalo internacio­nal por la tortura y asesinato de un grupo de haitianos. Lo peor es que moriría en su cama, o por lo menos en una cama de los Estados Unidos, el 18 de marzo de 1982.

(Historia criminal del trujillato [89])

Bibliograf­ía:

Robert D. Crasswelle­r, “The life and times of a caribbean dictator.

Sebastián del Pilar Sánchez

“El temible Félix W” (https://almomento.net/el-temiblefel­ix-w/)

El libro de Don Cucho Álvarez (https://hoy.com.do/el-libro-de-doncucho-alvarez/)

Chichi de Js. Reyes

“Los jinetes del Este” (El Nacional, Imágenes de nuestra historia).

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FUENTE EXTERNA Felix W. Bernardino, pistola al cinto.
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