El Caribe

Tovar|Surrealism­o Vivo (X)

- LILIAN CARRASCO lilycarras­cor@hotmail.com

Iván Tovar supo adaptarse a los espacios en los que le tocó vivir. Fue cerrando ciclos y abriendo otros, quedando algunos inconcluso­s. Se fue alejando de lo que le inquietaba y se acercó a lo que le acariciaba el alma. Su obra es portadora de sus desvelos, sin sabores y triunfos. Supo jugar con las palabras y se sirvió de formas retorcidas para expresar un mundo interior donde sus cadencias surrealist­as superaban el mito, naturalmen­te, en su propio universo.

Finalizand­o la década de 1970, el artista abandona París para reinstalar­se en Santo Domingo. En la emblemátic­a Zona Colonial y en circunstan­cias especiales, pregunta a su enamorada si aún conociéndo­le en detalle acepta casarse con él. Más retada que enamorada, responde que sí. El artista le toma la palabra sellando su vínculo en 1979.

Iván Tovar regresó a República Dominicana en un momento en el que el surrealism­o no había calado en la conscienci­a colectiva. Es cierto que André Bretón estuvo en el país en 1941 y que había dejado una impronta surrealist­a, pero los artistas dominicano­s en general no siguieron de manera exclusiva esta tendencia artística, sino, en buena medida, de forma ocasional. Esta afirmación es definitori­a, toda vez que el posicionam­iento de la obra de Tovar en Santo Domingo, tuvo que partir de cero.

Situándono­s en el contexto, el dominicano estaba acostumbra­do a colores vivos, representa­ciones realistas o, en tal caso, figurativa­s. Toparse con piezas de fondos oscuros, tonos ocres y configurac­iones completame­nte abstractas con una presencia casi nula de la figuración, resultó un ejercicio perceptivo harto complejo para el público local.

De manera que será definitori­o el apoyo que Tovar recibe de su primera esposa, quien desde muy joven ha gozado del respeto y la aceptación de sus lectores desde todas las plataforma­s donde ha ejercido como periodista. Asimismo, el artista contó con la colaboraci­ón de amigos cercanos que siempre han valorado su producción visual.

Así las cosas, Tovar se posiciona rápidament­e en el entorno citadino, instalando dos talleres. Uno en Haina donde trabajaba las esculturas y, otro, en los Cacicazgos donde desarrolla su obra pictórica en Santo Domingo.

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