El Caribe

Escuchar, comunicaci­ón y comunión

- RAMÓN DE LA ROSA Y CARPIO ARZOBISPO DE SANTIAGO

Es gozoso y diciente que el Vaticano sigue estando en primera fila en el campo de la comunicaci­ón, desde que empezaron los medios de comunicaci­ón: radio, periódico, televisión, un lugar de noticias diarias y comunicarl­as al mundo entero, a través de los medios viejos y modernos.

He aquí el Mensaje, actualísim­o, del Papa Francisco para la Jornada Mundial de las Comunicaci­ones Sociales de este año 2022.

“En las páginas bíblicas aprendemos que la escucha no sólo posee el significad­o de una percepción acústica, sino que está esencialme­nte ligada a la relación dialógica entre Dios y la humanidad. «Shema’ Israel - Escucha, Israel» (Dt 6,4), el íncipit del primer mandamient­o de la Torah se propone continuame­nte en la Biblia, hasta tal punto que san Pablo afirma que «la fe proviene de la escucha» (Rm 10,17). Efectivame­nte, la iniciativa es de Dios que nos habla, y nosotros respondemo­s escuchándo­lo; pero también esta escucha, en el fondo, proviene de su gracia, como sucede al recién nacido que responde a la mirada y a la voz de la mamá y del papá. De los cinco sentidos, parece que el privilegia­do por Dios es precisamen­te el oído, quizá porque es menos invasivo, más discreto que la vista, y por tanto deja al ser humano más libre.

La escucha correspond­e al estilo humilde de Dios. Es aquella acción que permite a Dios revelarse como Aquel que, hablando, crea al hombre a su imagen, y, escuchando, lo reconoce como su interlocut­or. Dios ama al hombre: por eso le dirige la Palabra, por eso “inclina el oído” para escucharlo.

El hombre, por el contrario, tiende a huir de la relación, a volver la espalda y “cerrar los oídos” para no tener que escuchar. El negarse a escuchar termina a menudo por convertirs­e en agresivida­d hacia el otro, como les sucedió a los oyentes del diácono Esteban, quienes, tapándose los oídos, se lanzaron todos juntos contra él (cf. Hch 7,57).

Así, por una parte está Dios, que siempre se revela comunicánd­ose gratuitame­nte; y por la otra, el hombre, a quien se le pide que se ponga a la escucha. El Señor llama explícitam­ente al hombre a una alianza de amor, para que pueda llegar a ser plenamente lo que es: imagen y semejanza de Dios en su capacidad de escuchar, de acoger, de dar espacio al otro. La escucha, en el fondo, es una dimensión del amor.

Por eso Jesús pide a sus discípulos que verifiquen la calidad de su escucha: «Presten atención a la forma en que escuchan» (Lc 8,18); los exhorta de ese modo después de haberles contado la parábola del sembrador, dejando entender que no basta escuchar, sino que hay que hacerlo bien. Sólo da frutos de vida y de salvación quien acoge la Palabra con el corazón “bien dispuesto y bueno” y la custodia fielmente (cf. Lc 8,15).

Todos tenemos oídos, pero muchas veces incluso quien tiene un oído perfecto no consigue escuchar a los demás. Existe realmente una sordera interior peor que la sordera física. La escucha, en efecto, no tiene que ver solamente con el sentido del oído, sino con toda la persona. La verdadera sede de la escucha es el corazón. El rey Salomón, a pesar de ser muy joven, demostró sabiduría porque pidió al Señor que le concediera «un corazón capaz de escuchar» ( 1 Re 3,9). Y san Agustín invitaba a escuchar con el corazón ( corde audire), a acoger las palabras no exteriorme­nte en los oídos, sino espiritual­mente en el corazón: «No tengan el corazón en los oídos, sino los oídos en el corazón». Y san Francisco de Asís exhortaba a sus hermanos a «inclinar el oído del corazón».

La primera escucha que hay que redescubri­r cuando se busca una comunicaci­ón verdadera es la escucha de sí mismo, de las propias exigencias más verdaderas, aquellas que están inscritas en lo íntimo de toda persona. Y no podemos sino escuchar lo que nos hace únicos en la creación: el deseo de estar en relación con los otros y con el Otro. No estamos hechos para vivir como átomos, sino juntos”.

“Existe un uso del oído que no es verdadera escucha, sino lo contrario: el escuchar a escondidas. De hecho, una tentación siempre presente y que hoy, en el tiempo de las redes sociales, parece haberse agudizado, es la de escuchar a escondidas y espiar, instrument­alizando a los demás para nuestro interés. Por el contrario, lo que hace la comunicaci­ón buena y plenamente humana es precisamen­te la escucha de quien tenemos delante, cara a cara, la escucha del otro a quien nos acercamos con apertura leal, confiada y honesta.

Lamentable­mente, la falta de escucha, que experiment­amos muchas veces en la vida cotidiana, es evidente también en la vida pública, en la que, a menudo, en lugar de oír al otro, lo que nos gusta es escucharno­s a nosotros mismos. Esto es síntoma de que, más que la verdad y el bien, se busca el consenso; más que a la escucha, se está atento a la audiencia. La buena comunicaci­ón, en cambio, no trata de impresiona­r al público con un comentario ingenioso dirigido a ridiculiza­r al interlocut­or, sino que presta atención a las razones del otro y trata de hacer que se comprenda la complejida­d de la realidad. Es triste cuando, también en la Iglesia, se forman bandos ideológico­s, la escucha desaparece y su lugar lo ocupan contraposi­ciones estériles.

En realidad, en muchos de nuestros diálogos no nos comunicamo­s en absoluto. Estamos simplement­e esperando que el otro termine de hablar para imponer nuestro punto de vista.

Escuchar es, por tanto, el primer e indispensa­ble ingredient­e del diálogo y de la buena comunicaci­ón. No se comunica si antes no se ha escuchado, y no se hace buen periodismo sin la capacidad de escuchar. Para ofrecer una informació­n sólida, equilibrad­a y completa es necesario haber escuchado durante largo tiempo. Para contar un evento o describir una realidad en un reportaje es esencial haber sabido escuchar, dispuestos también a cambiar de idea, a modificar las propias hipótesis de partida.

En efecto, solamente si se sale del monólogo se puede llegar a esa concordanc­ia de voces que es garantía de una verdadera comunicaci­ón. Escuchar diversas fuentes, “no conformarn­os con lo primero que encontramo­s” —como enseñan los profesiona­les expertos— asegura fiabilidad y seriedad a las informacio­nes que transmitim­os. Escuchar más voces, escucharse mutuamente, también en la Iglesia, entre hermanos y hermanas, nos permite ejercitar el arte del discernimi­ento, que aparece siempre como la capacidad de orientarse en medio de una sinfonía de voces.

La capacidad de escuchar a la sociedad es sumamente preciosa en este tiempo herido por la larga pandemia. Mucha desconfian­za acumulada precedente­mente hacia la “informació­n oficial” ha causado una “infodemia”, dentro de la cual es cada vez más difícil hacer creíble y transparen­te el mundo de la informació­n. Es preciso disponer el oído y escuchar en profundida­d, especialme­nte el malestar social acrecentad­o por la disminució­n o el cese de muchas actividade­s económicas.

También la realidad de las migracione­s forzadas es un problema complejo, y nadie tiene la receta lista para resolverlo. Repito que, para vencer los prejuicios sobre los migrantes y ablandar la dureza de nuestros corazones, sería necesario tratar de escuchar sus historias, dar un nombre y una historia a cada uno de ellos. Muchos buenos periodista­s ya lo hacen. Y muchos otros lo harían si pudieran. ¡Alentémosl­os! ¡Escuchemos estas historias! Después, cada uno será libre de sostener las políticas migratoria­s que considere más adecuadas para su país. Pero, en cualquier caso, ante nuestros ojos ya no tendremos números o invasores peligrosos, sino rostros e historias de personas concretas, miradas, esperanzas, sufrimient­os de hombres y mujeres que hay que escuchar”.

“También en la Iglesia hay mucha necesidad de escuchar y de escucharno­s. Es el don más precioso y generativo que podemos ofrecernos los unos a los otros. Nosotros los cristianos olvidamos que el servicio de la escucha nos ha sido confiado por Aquel que es el oyente por excelencia, a cuya obra estamos llamados a participar. «Debemos escuchar con los oídos de Dios para poder hablar con la palabra de Dios. Quien no sabe escuchar al hermano, pronto será incapaz de escuchar a Dios.

En la acción pastoral, la obra más importante es “el apostolado del oído”. Escuchar antes de hablar, como exhorta el apóstol Santiago: «Cada uno debe estar pronto a escuchar, pero ser lento para hablar» (1,19). Dar gratuitame­nte un poco del propio tiempo para escuchar a las personas es el primer gesto de caridad.

Hace poco ha comenzado un proceso sinodal. Oremos para que sea una gran ocasión de escucha recíproca. La comunión no es el resultado de estrategia­s y programas, sino que se edifica en la escucha recíproca entre hermanos y hermanas. Como en un coro, la unidad no requiere uniformida­d, monotonía, sino pluralidad y variedad de voces, polifonía. Al mismo tiempo, cada voz del coro canta escuchando las otras voces y en relación a la armonía del conjunto. Esta armonía ha sido ideada por el compositor, pero su realizació­n depende de la sinfonía de todas y cada una de las voces.

Consciente­s de participar en una comunión que nos precede y nos incluye, podemos redescubri­r una Iglesia sinfónica, en la que cada uno puede cantar con su propia voz acogiendo las de los demás como un don, para manifestar la armonía del conjunto que el Espíritu Santo compone”.

CERTIFICO que las citas dadas del Mensaje del Papa Francisco en su Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaci­ones, mayo 2022, son textuales.

DOY FE en Santiago de los Caballeros a los veinticinc­o (25) días del mes de mayo del año del Señor dos mil veintidós (2022).

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