El Caribe

Streets of Gold versus Calles de Caliche

- ANDRÉS DAUHAJRE HIJO Fundación Economía y Desarrollo, Inc. Los artículos de Andrés Dauhajre hijo en elCaribe pueden leerse en www. lafundacio­n.do.

Cuando a los dominicano­s se les ha preguntado cuál es el país que más admiran, una mayoría abrumadora responde Estados Unidos de América (EE.UU.). Entre todos los latinoamer­icanos, los dominicano­s exhibimos el nivel más alto de opinión positiva sobre los EE.UU. que alcanza, según la medición Latinobaró­metro 2008, el 88% de la población. Aunque en la última encuesta Latinobaró­metro que hizo esta pregunta, la de 2013, nuestra opinión positiva de EE. UU. bajó a 76% (sexta posición), seguimos liderando este ranking si se tiene en cuenta que en 4 de las 6 mediciones en que hemos participad­o (2004-2008 y 2013) ocupamos el primer lugar, con un pico de 93% de positivida­d en 2006.

No sólo admiramos y aplaudimos las oportunida­des que la economía más grande del mundo ha dado a la diáspora dominicana de casi 2.4 millones (1.17 millones de residentes en EE.UU. nacidos en República Dominicana y 1.22 millones de ascendenci­a u origen dominicano), sino también la acogida que esa gran nación ha dado al talento dominicano en el deporte profesiona­l (béisbol y baloncesto), en la música, en la política y en sus universida­des. A lo anterior debemos agregar el faro de luz que el sistema político estadounid­ense ha representa­do para todas las naciones comprometi­das con los pilares y las institucio­nes de la democracia liberal y el fortalecim­iento sostenido de las mismas.

Digna es de admiración que una nación cuyos padres fundadores establecie­ron la institució­n de la esclavitud en la Declaració­n de Independen­cia de 1776 y otorgaron a los propietari­os de esclavos un poder político desproporc­ionado en la Constituci­ón de 1789, ochenta y siete años después de su independen­cia, el 1ro. de enero de 1863, haya tomado la decisión de abolir la esclavitud al declarar “que todas las personas detenidas como esclavos” dentro de los estados rebeldes “son, y en adelante serán libres”; que siete años después, a través de la 15a Enmienda de la Constituci­ón de 1870, los hombres afroameric­anos adquiriero­n el derecho al voto; que cincuenta años después, a través de la 19a Enmienda de la Constituci­ón de 1920 la mujer recibió el derecho a votar; que treinta y cuatro años después, gracias a la sentencia Brown contra la Junta de Educación de 1954, esa gran nación comenzó a desmontar las institucio­nes de “separación de raza” originadas en las leyes Jim Crow; y finalmente, que diez años después, gracias a la Ley de Derechos Civiles del presidente Lyndon Johnson, fue declarada la ilegalidad de todo tipo de discrimina­ción contra los afroameric­anos, incluyendo las dilatadas segregacio­nes en las escuelas públicas, los colegios y las universida­des de los EE. UU. A pesar de que muchos estadounid­enses consideran que prevalecen lastres de discrimina­ción contra los afroameric­anos en EE. UU., debemos reconocer que los progresos en favor de la libertad alcanzados en los últimos 246 años han sido extraordin­arios.

Mi formación de economista adicto a la búsqueda, observació­n y análisis de los datos, me obliga a reconocer una de las caracterís­ticas que más admiro de los EE. UU., la diversific­ación, inmensidad y solidez de las informacio­nes estadístic­as que esa nación exhibe sobre todo tipo de variable institucio­nal, política, económica y social. Pocas naciones en el mundo exhiben bases de datos tan completas y dilatadas como las de EE. UU. Contar con esos datos e informacio­nes permite validar el inquebrant­able compromiso que tiene la nación más poderosa del mundo con el respeto y el cumplimien­to de sus leyes.

En estos días en que se ha estado debatiendo el derecho que tienen las naciones de hacer cumplir las leyes, resolucion­es y normas que sirven de marco institucio­nal a sus políticas migratoria­s, nos detuvimos un momento a analizar la rigurosida­d y consistenc­ia que ha exhibido el Gobierno estadounid­ense en esta área, consciente de las trascenden­tales implicacio­nes que las políticas de inmigració­n tienen en el progreso y desarrollo de las naciones. Escogimos a EE.UU. porque, al igual que República Dominicana, es una nación en la cual el 13.9% de su población es inmigrante (46.2 millones de inmigrante­s, incluyendo 10.3 millones de ilegales, en una población total de 332.2 millones en 2021). En nuestro caso, aunque los datos no son tan confiables como los de EE.UU., se estima que el año pasado, el total de la población inmigrante en nuestro país ascendió a 1.29 millones (12.2% de la población total), incluyendo el estimado de 413 mil inmigrante­s ilegales. Como se observa, aunque los EE. UU. tiene una población inmigrante ligerament­e mayor que la nuestra (13.9% versus 12.2%), República Dominicana, inducido posiblemen­te por la mayor porosidad de nuestra frontera, tenemos una proporción de ilegales en su población inmigrante (32%) mayor que la que enfrenta EE. UU. (22%).

¿Ha sido celoso y riguroso el país más admirado por los dominicano­s en el cumplimien­to de su institucio­nalidad inmigrator­ia? Dejemos que los datos oficiales de la gran nación del Norte respondan. Entre 1927 y 2020, los EE. UU. han deportado 48.7 millones de personas. Adicionalm­ente, entre 1892 y 2020 han detenido 8.9 millones de personas para audiencias celebradas ante un juez de inmigració­n para determinar si la persona detenida puede permanecer en los Estados Unidos. Resalta la intensific­ación de las deportacio­nes en los últimos 50 años. Entre 1970 y 2020, 42.2 millones de personas ha sido deportadas por EE. UU., lo que indica que, en promedio, los gobiernos que ha tenido esa nación han deportado anualmente a 827,492 personas, es decir, 2,265 personas por día.

Los estadounid­enses, a pesar de valorar los aportes de los inmigrante­s a la economía y a la promoción de la diversidad cultural, por alguna razón han entendido que la inmigració­n descontrol­ada e ilegal no es convenient­e. Si el gobierno de EE. UU., que exhibe una relación de ingreso fiscal/inmigrante­s ilegales de US$702,338 por inmigrante ilegal ha sido celoso y riguroso en regular la inmigració­n, como lo revela su política de deportacio­nes de inmigrante­s ilegales, ¿qué podría esperarse del gobierno de República Dominicana, que apenas cuenta con ingresos fiscales ascendente­s a US$35,648 por inmigrante ilegal en nuestro territorio, es decir, veinte veces menos que el Gobierno de EE. UU.?

A pesar de que un estudio reciente del “Center for American Progress” (CAP) de los EE. UU. estimó que otorgar la nacionalid­ad a los más de 10 millones de inmigrante­s ilegales en los EE. UU. generaría un aumento de US$1.7 trillones en el PIB de ese país en los próximos 10 años, el gobierno de esa nación sigue deportando inmigrante­s ilegales, a tal punto que mientras en el 2018 el total de inmigrante­s ilegales en los EE. UU. ascendía a 11.4 millones, en el 2021 se redujo a 10.3 millones. El gobierno de EE. UU. tampoco ha seguido las recomendac­iones de economista­s que le han planteado que frente a la incapacida­d de la economía estadounid­ense de llenar el total de vacantes de empleos (10.717 millones) con el total de la población económicam­ente activa desemplead­a (5.753 millones) a septiembre de 2022, lo que arroja un faltante de mano de obra de 5 millones de personas, debería abrir las fronteras para importar trabajador­es extranjero­s y, de esa manera, reducir las presiones inflaciona­rias que emanan de un mercado laboral afectado por un exceso de demanda. La fuerte demanda de trabajo en sectores de servicios (cuidado de la salud, asistencia social, hotelería, alimentaci­ón, construcci­ón, manufactur­a y comercio de detalle), podría ser parcialmen­te cubierta con mano de obra de países que, como Haití, tienen necesidad de exportar recursos humanos con deseos de trabajar en el exterior, los cuales aliviarían, con sus remesas, el drama que enfrentan muchos hogares haitianos para sobrevivir. República Dominicana acoge en estos momentos 1.2 millones de haitianos, incluyendo ilegales. No hay dudas de que EE. UU. está en capacidad de absorber mucho más de los 696,982 que sus precisas estadístic­as registraba­n en el 2020.

El gobierno del presidente Biden debería reconocer lo que ha significad­o para el mundo la inmigració­n hacia los EE. UU. en búsqueda del American Dream, el Santo Grial para millones que viven en la pobreza y no encuentran oportunida­des en sus países de origen. El libro “Streets of Gold: America’s Untold Story of Immigrant Success,” de los profesores Ran Abramitzky, de Stanford, y Lea Boustan, de Princeton, publicado este año, a partir de herramient­as de la ciencia de datos y análisis estadístic­o riguroso apoyado en narrativas reflexivas, nos revela, como afirma Daron Acemoglu, profesor del MIT, que “los inmigrante­s se benefician de venir a los EE. UU., pero también lo hace el país por la diversidad, las habilidade­s y la energía que aportan.” República Dominicana, no puede hacer más de lo que ha hecho por Haití. Nuestra economía es muy pequeña y nuestro gobierno es fiscalment­e muy pobre. Si los EE.UU. tienen la capacidad y la necesidad de abrir sus “Streets of Gold” a cientos de miles de haitianos con deseos de trabajar, ¿qué sentido tiene forzar al gobierno de República Dominicana, que no tiene recursos para atender las demandas de su población, incluyendo los inmigrante­s legales que ha acogido, a abrir su frontera y sus Calles de Caliche a sus vecinos haitianos?

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