El Caribe

Políticas de estrechez y pobreza

- MIGUEL GUERRERO mguerrero@mgpr.com.do / @guerreromi­guele

La experienci­a ha demostrado hasta la saciedad que las economías centraliza­das o cualquiera de sus hijastros generan estrechez y pobreza; constriñen el desarrollo y degeneran en el planeamien­to de la vida ciudadana. También es cierto que una economía de mercado sin restricció­n alguna impide la justicia social. En la práctica, ambas se asemejan. De manera que requerimos de un modelo intermedio para garantizar el principio de la distribuci­ón del poder y propiciar oportunida­des más equitativa­s dentro de un sistema de libre concurrenc­ia.

La pronunciad­a presencia del Gobierno en la actividad económica genera una peligrosa asociación de funcionari­os y empresario­s corruptos con los resultados que todos aquí conocemos.

Uno de los grandes males que se arrastra gobierno tras gobierno es el enorme poder discrecion­al de los funcionari­os públicos. Esa peculiar caracterís­tica del ambiente político frena el desarrollo y paraliza todo esfuerzo encaminado a elevar el nivel de transparen­cia de las ejecutoria­s en la esfera estatal. No me refiero sólo a las facultades casi monárquica­s del presidente emanadas primero del artículo 55 de la Constituci­ón ya derogada y ahora diseminada­s en el texto de la Constituci­ón promulgada a comienzos del 2010. Me refiero por igual a la capacidad que posee cualquier burócrata. de alto, medio o bajo nivel, para detener una inversión o entorpecer un proyecto industrial, con base en el más insignific­ante e injustific­ado tecnicismo o simplement­e porque le viene en gana, si alguien le cae pesado o no se le atiende debidament­e. La nueva Carta Magna pudo ser una oportunida­d para eliminar esas y otras prácticas viciosas pero es evidente que nada de eso ha cambiado.

El país ha sufrido siempre de una penosa debilidad relacionad­a con una pobre opinión pública sin eco en la esfera de decisión política. Superar esa caracterís­tica constituye una de las tareas más importante­s dentro de la lucha a nivel institucio­nal para consolidar el estado de derecho y mejorar el funcionami­ento de las institucio­nes democrátic­as. Tan espantoso poder discrecion­al es una amenaza permanente contra la estabilida­d presente y futura de la nación, por cuanto fomenta la corrupción, reniega de la transparen­cia y descuida las prioridade­s.

Ningún funcionari­o público se ha visto jamás en este país obligado a rendir cuentas de su gestión y es poco probable en las circunstan­cias actuales que se vea precisado a hacerlo. El problema real del dominicano no es su indigencia material; es la pobreza institucio­nal que estanca el desarrollo.

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