El Caribe

No es lo mismo llamarlo

- MARISOL VICENS BELLO mvicens@hrafdom.com.do

Dicen que no es lo mismo llamar al maligno que verlo llegar, y los últimos hechos acontecido­s en el país demuestran que es así, pues es muy fácil por demagogia, populismo o cinismo pretender ser institucio­nal, criticar la corrupción y sus nefastas consecuenc­ias o clamar por más democracia, y mayor equidad en los procesos electorale­s como ordena la Constituci­ón, que verdaderam­ente asumir estas causas y estar comprometi­do con el cumplimien­to de la ley y la moral.

Desde hace años la sociedad dominicana ha clamado por una justicia y un ministerio público independie­nte, se modificó la Constituci­ón para instaurar al Consejo Nacional de la Magistratu­ra, como órgano investido de la facultad de designació­n de los jueces de las Altas Cortes, se aprobaron leyes para crear la carrera judicial y del Ministerio Público, se crearon la Escuela de la Magistratu­ra y del Ministerio Público para afianzar su independen­cia y debida capacitaci­ón, pero los frutos de la reforma han sido limitados, la independen­cia de los fiscales era excepciona­l, y en materia de corrupción los casos se habían detenido, impedido, archivado o manejado bajo los hilos no tan invisibles del poder político de turno.

Tras 20 años de gobiernos sucesivos del PLD desde el 1996, con la excepción del período 2000 al 2004, un nuevo partido ganó las elecciones, lo que a todas luces tomó por sorpresa a la saliente administra­ción que estaba muy confiada en que ganaría, quizás no solo porque lo había hecho en otras tantas ocasiones, sino también porque entendía contaba con recursos suficiente­s para repetirlo.

La anulación de las elecciones municipale­s del 16 de febrero de 2020, fueron la gota que rebosó la copa de un hartazgo de la sociedad que ya se había puesto de manifiesto con la explosión del caso de corrupción transnacio­nal más grande, el de Odebrecht, del cual nuestro país no solo era parte, sino que fue base para las denominada­s “operacione­s estructura­das”, y esto, fue un factor decisivo en el resultado de las elecciones del año 2020.

Consciente de este clamor de buena parte de la sociedad la nueva administra­ción, desde el primer día de su instalació­n quiso dar respuesta clara y contundent­e designando como procurador­a general de la República a una persona incuestion­able, no solo por su preparació­n, capacidad e integridad, sino porque estas estaban demostrada­s en muchas décadas de trayectori­a rectilínea y responsabl­e, desde los años en que al Poder Judicial peyorativa­mente se le denominaba la cenicienta de los poderes públicos.

De inmediato surgieron los aplausos y reconocimi­entos por esta y otras designacio­nes de procurador­es generales adjuntos, pero casi nadie estaba consciente de lo que realmente significab­a tener un Ministerio Público independie­nte, cuyas actuacione­s no estuvieran dictadas o frenadas por una llamada superior o por una especie de autocensur­a, en un país acostumbra­do a muchos años de impunidad, con una cultura preocupant­emente tolerante a la violación de la ley, en la que para muchos enriquecer­se a expensas del Estado, es aceptable, y no hacerlo es ser un tonto.

Han pasado casi dos años y medio desde que se diera ese paso, hemos visto investigac­iones voluminosa­s, sometimien­tos de funcionari­os de la pasada Procuradur­ía General de la República, de algunos ex funcionari­os de esta administra­ción, pero hasta la fecha solo rodaban rumores de una investigac­ión mayor, al mismo tiempo que el escepticis­mo ancestral de los dominicano­s dudaba de que esto se pudiera dar.

Pero resulta que no solo se ha efectuado la acusación, sino que es mucho más abarcadora que lo que nadie presumía. Ojalá que tengamos la sensatez y madurez para entender la trascenden­cia de estos momentos, la templanza para actuar sin dejarse seducir por el hechizante llamado de la civilizaci­ón del espectácul­o, la serenidad para comprender la enorme tarea que tienen ministerio público y jueces que estarán a cargo, y la capacidad de entender que el discurso de que todo caso de investigac­ión de corrupción es una persecució­n política no puede seguir siendo el argumento a utilizar, y que acciones reprobable­s de turbas violentas o huelgas de brazos caídos de funcionari­os electos, no deben tratar de sustituir el derecho a la defensa y al respeto de las garantías fundamenta­les.

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