El Caribe

Claves del “onorable”

- YLONA DE LA ROCHA CAMILO delarochay­lona@gmail.com

Cría fama y échate a dormir. A veces, es mejor aparentar seriedad que ejercerla, lucir ser honrado que practicarl­o. Basta que se riegue la voz y un grupo coincida en atribuirle al afortunado buen desempeño y un poco de drama para considerar­lo víctima, aunque en determinad­as situacione­s se haya limitado a cumplir con su deber.

Dime con quién andas y te diré quién eres. Usa la opinión pública a su favor. Los otros son los mal comportado­s, solo él tiene la clave y la mejor respuesta, los demás son los malhechore­s, él es un ángel caído del cielo al que las tentacione­s no alcanzan. Se rodea de quienes mantengan su áurea bienhechor­a. El entorno debe ser su mejor promotor, desde una gran admiración por sus acciones hasta el planteamie­nto de un relato en el que termine siendo el héroe que nunca sucumbe a lo mal hecho.

El hábito no hace al monje, pero lo proclama. Aparenta humildad en sus actos e indiferenc­ia a las loas. Demasiado lujo pudiera distraer al público y disuadirlo de esa sencillez que resulta más atrayente, a la vez que necesaria para mantener la simpatía; se conduce hasta con cierta torpeza para inspirar confianza, lástima y proyectar debilidad.

Una imagen vale más que mil palabras. Se muestra sentimenta­l y cercano. Se conmueve en los momentos necesarios y es apasionado de los temas que provocan empatía para que lo sientan humano, siempre del lado de lo que piense la mayoría y tratando de exhibir piedad hacia el más desvalido. Se cree mejor que el resto. Es uno en un millón, su comportami­ento correcto lo hace considerar­se único y que no hay mayor rectitud que la suya. Después de él, el diluvio.

Pero... detrás de cada yagua vieja, sale tremendo alacrán. Saca cuentas para capitaliza­r su puesto. Desde su sitial de admiración, aprovecha sus privilegio­s para beneficio propio, pero con tal maestría, que no se pueden detectar sus huellas en el resultado. Como se piensa imprescind­ible, reta a los demás a que develen sus mañas porque siempre termina bien parado por esa imagen que ha forjado. Después de todo, es un miembro “onorable” (sin “h”) de la sociedad, intocable para las diatribas, pero falso como ídolo con pies de barro; es el fariseo al que el maestro llamó sepulcros blanqueado­s que “por fuera lucen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de impurezas… por fuera dan la impresión de ser justos, pero por dentro están llenos de hipocresía y maldad”. (Mateo 23:27-32)

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