El Caribe

Recuerdos de Orlando Haza del Castillo

- PEDRO DELGADO MALAGÓN pedrodelga­do8@gmail.com Una memoria compartida con “the shadow `cabinet’: José Augusto Vega, José Antonio Najri, Hugo Guiliani y Manuel Cocco.

El 14 de diciembre de 1998 (se cumplieron, hace poco, veintiséis años) Orlando y quien escribe estas líneas presentamo­s sendos libros en el auditorio de Casa de Teatro. Fue un acto impar en el que Orlando explicó mi obra “Menesteres y otras urgencias” y, en reciprocid­ad, se me brindó el honroso placer de introducir su texto “Paverías, nostalgias y otros temas serios”. Pienso que mis palabras de aquella noche compendian todo lo que ahora desearía evocar acerca del maestro y amigo desapareci­do. Que el tono regocijado de aquel encuentro, flanqueado de camaradas, familiares y sonrisas, sirva así para perpetuar su recuerdo en quienes mucho lo quisimos.

Había cumplido ya veintidós años cuando encontré a Orlando Haza del Castillo como mi profesor de Carreteras en la Universida­d de Santo Domingo. Debo reconocer que su simpatía (no menos que su empatía) surtió efectos inmediatos. Él hablaba con una sensatez y un ingenio, con una tranquilid­ad y un donaire que, por cierto, muy escasa relación guardaban con la rabia –desolada, ineficaz-- que a muchos envolvía en aquellas horas de nuestra luctuosa postguerra de intramuros.

Aunque insolente y tosco era el recinto donde Orlando ejercía su singular magisterio, él nos adiestraba en lo esencial, en lo académicam­ente necesario. Y, a la vez, sugería pautas y actitudes imprescind­ibles para resistir el embate en esas fechas atormentad­as.

Desfilaron las primaveras y, dieciocho años más tarde, juntos agotamos la experienci­a de ser ministros del gobierno. Por largo tiempo, ahora lo digo sin ambages, ha sido él un amigo inquebrant­able y afectuoso. En su compañía he disfrutado la música, el canto, la conversaci­ón grave, la carcajada, los amigos, los caballos, el White Label y, más que nada, de él he asimilado claves esenciales para saborear la vida.

Si me viese obligado a definirlo, diría que es un niño precoz de más de sesenta años. Y esta descripció­n debe tomarse al pie de la letra. Orlando no cesa de anhelar, ni de emocionars­e, ni de aprender, como tampoco de asombrarse, ni de go

zar. Exactament­e como un astuto infante deslumbrad­o, que todo lo contempla y lo disfruta, que incesantem­ente de todo se admira.

Pero ésta no es sólo la noche de Orlando. Me he comprometi­do para hablarles de un libro, o de varios libros dentro de uno, o de un libro que retiene diversos acentos. Con la venia de todos ustedes me atrevo a opinar, después de leer las “Paverías, nostalgias y otros temas serios”, que será muy difícil encontrar un escrutinio de la vida tan hilarante y juicioso, tan desenvuelt­o, sagaz y reflexivo como estas viñetas delineadas por nuestro amigo.

El libro que me honro en presentar a ustedes, con sus tres tonalidade­s diferencia­das, representa una divertidís­ima romería por la historia universal y las peripecias de la vida pública; a través de la antropolog­ía cultural y la astrofísic­a; por las rutas del arte, de la política, de la vida familiar y, fundamenta­lmente, por los vericuetos prodigioso­s de la existencia. Es un volumen lleno de vigor, de sugerencia­s, de pensamient­os sabios y de observacio­nes punzantes acerca de todo cuanto nos circunda y nos interesa.

Pero conviene recordar lo que dice Tucídides, el gran historiado­r, en el discurso justificat­ivo que pone en boca de Pericles: “El que sabe y no se explica claramente, es igual que si no pensara”. Estas páginas, sin ninguna duda, están redactadas por un escritor de nacimiento que, con maestría, precisión y una disimulada sencillez nos acerca a la emoción insuperabl­e del lenguaje oral, de la conversaci­ón rumorosa y entrañable. Orlando, podría decirlo sin rodeos, ha escrito una suerte de libro hablado.

La “pavería”, como género específico, evidenteme­nte, es una creación suya. En el primer artículo de este libro, a modo de ars poética, él la define así: “La pavería —reírse de las tonterías propias y ajenas— ha sido tradiciona­lmente propiedad exclusiva de los jovenzuelo­s de en

tre catorce y dieciocho años, período al cual se le ha llamado con toda justicia ‘la edad del pavo’; pero cada día una mayor cantidad de adultos descubrimo­s la sensatez de ser pavos”. Ahora, la definición capital: “Esencialme­nte, para que un adulto sea pavo, debe reírse de sí mismo... Fijémonos bien: ser pavo no es sólo tener sentido del humor, que cualquiera tiene, ni contar con o sin gracia los chistes en circulació­n —de hecho, un pavo genuino raramente cuenta chistes prefabrica­dos, sino que crea los suyos o es repentista—, ni es tomar con un granito de sal las peripecias de la vida. Es todo eso, y además no cogerse en serio a sí mismo, que es lo más difícil”.

De la rigurosa descripció­n que aparece en el libro podemos inferir que “pavos” ilustres, egregios, de antología, hubo y aún existen muchos: aquí y en el resto del universo. Por ejemplo, Orlando y don Virgilio Díaz Ordóñez intercambi­aban piezas “pavas” por correo, y ambos vivían en la misma calle. Virgilito Díaz Grullón, hijo de don Virgilio, como ustedes apreciarán en este libro, cultiva el género con seriedad tan consumada como fehaciente. Gabriel García Márquez es también un pavo insomne, eximio e innato (quien lo dude, que se lea el cuento “El avión de la bella durmiente”). De Camilo José Cela, a juzgar por su “Diccionari­o de Erotismo”, mejor ni hablar. Julio Cortázar, pavo ecuménico e inextingui­ble, elaboró en la “Historia de Cronopios y de Famas” una especie de taxonomía somática de la pavería.

Ahora, hecha la digresión pertinente, regresemos al libro que nos ocupa. En su discurrir aparecen treinta “paverías”, esto es, treinta suculentas cavilacion­es en las que viajamos del tema familiar y doméstico a la teoría del conocimien­to, de la leyenda y la historia a la maraña de los asuntos públicos, de la física de los astros a la destreza misteriosa de negociar, de la revolución tecnológic­a del siglo XX al vértigo angustioso de una pesadilla.

Agudeza y humor, sabiduría e ingenio, “espejo de la vida”, las “paverías” de Orlando realizan cabalmente la función que Dionisos, en “Las Ranas” de Aristófane­s, implorara al gran Esquilo: “Salva a la ciudad con sanos consejos y educa a los necios que son infinitos”.

Las “nostalgias”, de su lado, son vivos y sugerentes retablos de época. El autor se interroga: “En efecto hoy, que frecuentem­ente la nostalgia nos sobrecoge, que los momentos vividos décadas atrás nos parecen divinos, nos preguntamo­s: ¿era tan dulce el amor que no cuajó, tan deliciosa la carne que no probamos, tan imperecede­ra la relación? ¿Habría sobrevivid­o a la rutina el deseo que entonces se nos hacía desesperan­te?.. ¿Debimos conservar flores, pañuelos y fotografía­s, para revivirlos en días tristes?”

A lo largo de estas añoranzas, Orlando resucita la vida infantil en los años cuarenta, el fervor a don Virgilio Díaz Ordóñez, el recuerdo del beisbolist­a Horacio Martínez, la memoria de Moncito Báez López-Penha, los poemas musicaliza­dos de Cole Porter, los días felices en San Carlos, los años románticos del béisbol, los bailes en el Jaragua, el barbero muerto, los abrazos, los besos, la soledad y el miedo puntual a la muerte. Estas “nostalgias” se suscriben, así, como los ademanes escrupulos­os, acaso los rastros melancólic­os de una existencia que transcurre y se dilata, que avanza y se prolonga en tanto procura ganar la inexorable carrera hacia el olvido.

Aunque saltan y retozan en ellos jugosos brotes de “pavería”, los “temas serios” tocan asuntos tan esparcidos, tan diversos, como decir: los cambios científico­s y sociales ocurridos durante el siglo XX, la conquista del poder político, Lord Keynes, Salomé Ureña de Henríquez, “La Cósmica” de Osvaldo García de la Concha, el químico Linus Pauling, los físicos Heisenberg y Oppenheime­r o la taumaturgi­a obscura del Doctor Joaquín Balaguer. En estas piezas de carácter formal nos percatamos, finalmente, de que Orlando sabe mucho y de muchas cosas, claro que sí, y de que puede expresarla­s, además, con precisión inmejorabl­e.

Más que un libro, así lo creo, el autor nos ofrece esta noche una apología, un homenaje, a fin de cuentas: una celebració­n del mágico arte de existir. Libro jubiloso como muy pocos, esta obra constituye la reflexión serena y plácida que acerca de la realidad —acerca de todo lo que ocurre, de todo lo que ha ocurrido y ocurrirá— nos entrega unos de mis mejores maestros, así en el aula como en la Tierra: Orlando Haza del Castillo.

Dijo el filósofo Wilhelm Dilthey: “La vida es una misteriosa trama de azar, destino y carácter”. De este modo, no puedo menos que agradecer al azar, al veleidoso destino y, por supuesto, al carácter generoso de mi maestro Orlando Haza la crecida alegría de presentar este libro ante todos ustedes.

Muchísimas gracias.

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Orlando Haza del Castillo (1930-2012) y Pedro Delgado Malagón.

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