El Caribe

“84, Charing Cross Road”

- NÉSTOR ARROYO nestor_arroyo@hotmail.com

Helene Hanff, hija de pobres inmigrante­s durante la Gran Depresión estadounid­ense, soñaba con ser escritora. Para lograrlo salió de Filadelfia con una beca y se mudó a Manhattan. Allí vivió en habitacion­es con muebles viejos, cocinas llenas de cucarachas y con los ingresos tan limitados que muchas veces no sabía cómo pagaría el alquiler.

Un día, por azar, leyó un anuncio de una librería londinense especializ­ada en libros agotados, ella tenía un extraño amor por los libros viejos: “Me encantan esos libros de segunda mano que se abren por aquella página que su anterior propietari­o leía a menudo”, “el día en que me llegó el ejemplar de Hazlitt, se abrió por una página en la que leí: “Detesto leer libros nuevos”. Y saludé como a un camarada a quienquier­a que lo hubiera poseído antes que yo”.

En 1949 envió su primer pedido al número 84 de Charing Cross Road, en Inglaterra: “Soy una escritora pobre amante de los libros antiguos y los que deseo son imposibles de encontrar aquí”. El cambio de moneda le permitía pedirlos, pues en Inglaterra estaban pasando por duros momentos económicos tras la Segunda Guerra Mundial, lo cual le permitió a Helene agradar a los miembros de la librería enviándole­s jamón, huevos, latas de conserva y varios productos más que no era posible conseguir en Londres más que en el mercado negro.

Con el tiempo las cartas contenían algo más que la lista con los libros que Helene quería para la faena o en su proceso de formación clásica, pues incluían confesione­s sobre su amor por los libros, el placer de acariciarl­os, de olerlos, de leer las anotacione­s o dedicatori­as que podría tener del dueño anterior y de que otros pudieran luego leer las de ella. Así sus “estantería­s hechas con cajas de naranjas”, empezaron a llenarse con estos pedidos.

El destinatar­io principal de estas cartas era Frank Doel, empleado de la librería, con el cual, con el paso del tiempo, las misivas empezaron a ser menos formales, con muchos guiños, juegos, indirectas, comentario­s de lecturas, impresione­s sobre el mugroso apartament­o en que vivía y reclamos de tipo personal. Parecía un amor platónico entre estos: ella le reclamaba los libros más bellos y él hacía hasta lo imposible por conseguirl­os en biblioteca­s privadas que estaban en venta.

Pasaron los años y Helene, por los apremios económicos, debe postergar su visita a Inglaterra, con la que sueña despierta. Y en la librería, donde ya todos son sus amigos epistolare­s, algunos fallecen o se embarcan en viajes, en busca de mejores oportunida­des. Mientras Frank, casado con Nora, ve crecer a sus dos hijas y puede, luego de muchos ahorros comprarse su primer carro. Veinte años después de la primera carta, en 1969, Frank murió a causa de una peritoniti­s aguda. Helene, con la autorizaci­ón de la viuda e hijas, ya adultas, de Frank, reunió las cartas y publicó aquella correspond­encia en forma de libro: “84, Charing Cross Road”, que se convirtió en un libro de culto, adaptado al cine y al teatro. A Helene le llegó el éxito de forma inesperada, entonces pudo visitar Londres, pero Frank había muerto y la librería Marks & Co., había desapareci­do.

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