La tradición de la Virgen
“Madre LA VIRGEN DE LA ALTAGRACIA, Protectora y Espiritual del Pueblo Dominicano”, tiene el 21 de enero su día, en el que millares de personas de nuestro país, de Haití y algunas venidas especialmente del extranjero, caminan hacia Higüey para venerarla.
Es una tradición que comenzó en el país a principios del siglo XVI, y se ha convertido, además de un símbolo espiritual, en un estandarte cultural del pueblo dominicano.
Un ejemplo de ello es que su nombre se multiplica en lugares públicos, plazas, parques, calles y avenidas del país, y que según datos registrados en la Junta Central Electoral y que fueron revelados durante el jubileo por el centenario de su coronación, en el país hay más de 300 mil mujeres y más de 12 mil varones que llevan el nombre de la Altagracia.
Seguramente las homilías de este domingo pondrán el acento en la necesaria solidaridad que todos y cada uno de los cristianos debiéramos tener con los más vulnerables, así como en los más acuciantes problemas recogidos en la Carta Pastoral de la Conferencia del Episcopado Dominicano, este año titulada “La oración”, en la que se invita a la población a orar por las diversas necesidades, por los más pobres, los enfermos y las familias, y por acontecimientos trascendentes, como las próximas elecciones.
Como en toda manifestación de fe, en esta fecha las personas solicitan la intercesión de la Virgen ante Dios para pedir resignación ante una pérdida dolorosa o la curación de una enfermedad; otros agradecerán favores recibidos.
Ojalá esta jornada sirva para reflexionar sobre el destino de nuestro país y, en lo particular, para abandonar el afán de acumular riquezas y la búsqueda exagerada del placer que representan los falsos paraísos del alcohol, las drogas y el sexo.
Hacemos votos, además, para que esta movilización de miles de personas transcurra en paz, y que cada cual regrese a su hogar, a su trabajo, a su cotidianidad, renovado en su fe y completamente sano y salvo.
Y que ilumine también al pueblo, para que permanezca tranquilo, confiado, y mantenga la fe en su protectora, la de la gracia más alta, con la seguridad de que no lo desamparará.
lAdiario recibo correos y mensajes en las redes de la más diversa índole. Me llamó mucho la atención el de un buen hombre, un médico de profesión, me dijo, quien entiende que mis opiniones son fruto de una oposición a ultranza, criterio este al parecer muy expandido en la esfera oficial, según se me ha hecho saber por dis
DANIEL GARCÍA SANTANA
Es bien sabido que la forma de hacer comunicación ha cambiado en el mundo con la utilización masiva de las redes sociales y el surgimiento de más programas y espacios políticos y sociales.
Esos cambios han provocado revueltas sociales y un mayor empoderamiento ciudadano. Sin embargo, han abiertos más puertas para que cualquiera entre a las cabezas de los receptores con malas intenciones, intereses particulatintas vías. Cuando sopeso esta interpretación a las observaciones que con frecuencia hago a políticas, proyectos y conductas del sector público, me asalta la dolorosa sensación de que incurro en el mismo pecado capital en el que caen altas figuras y seguidores fieles del Gobierno; es decir, incapacidad para hacerme entender con claridad.
La verdad es que mis críticas tienen una motivación distinta. Me guío por la ilusión de encender una luz que otros no se cansan de apagar, y dejan con ese proceder a oscuras un esfuerzo de gobierno en algunas áreas que no se llega a apreciar del todo por esa irrefrenable fascinación por la polémica que caracteriza el comportamiento de muchas figuras encumbradas.
La mayoría de los dominicanos no tiene filiación partidista. Lo que quiere en el fondo es que las cosas marchen res, alejado del bien común y sembrando ignorancia.
Entre los aspectos negativos que ha traído la nueva comunicación, está el incremento de espacios televisivos, radiales y de redes sociales en los cuales comentaristas representantes de partidos políticos expresan opiniones sin ideologías, ni norte definido, más allá de sus intereses y del grupo perteneciente.
La objetividad de los hechos y la consecución de las verdades, predicadas por arquitectos y expertos de la comunicación, son aspectos desconocidos o ignorados por la mayoría de “los comentaristas interesados”, cuyas formaciones profesionales, si las tienen, en su mayoría son de carreras distintas a la comunicación social.
Esas características provocan que cualquiera con un poco de lucidez en su pensamiento conozca la posición sobre un tema de determinado comentarista antes de expresarla. Eso estimula el alejamiento de receptores inteligentes y no fanáticos. como Dios manda, sin importar el brazo o cerebro que las dirija. Como ciudadano que vive de su actividad profesional y no medra de las fuentes oficiales, me resulta en extremo difícil desprenderme de mi voluntaria obligación de decir las cosas como las pienso. Mi breve e infeliz experiencia en la vida pública me enseñó que la adulación y las posturas incondicionales de colaboradores terminan haciendo más daño a los gobiernos que las críticas de sus peores opositores.
Mis reservas sobre conductas del Gobierno son fruto de un auténtico deseo de que las cosas mejoren. Como muchos dominicanos pienso que la atención del presidente debería centrarse en la solución de problemas que parecen estar alejándolo del corazón de aquellos que hicieron posible su llegada al Palacio Nacional.
lLo peor en la mayoría de los casos es que “los comunicadores interesados” son veleros, sin ideologías y no les importa si sus defendidos tienen algún norte político, social y económico bien definido.
Pero como todo no es absoluto, hay también muchos buenos comunicadores, que realizan sus labores con la mayor objetividad, inteligencia y alejados de colores e intereses particulares.
La forma de practicar comunicación “interesada” coincide con el comportamiento social definido desde hace muchos años por el catedrático de la radio Álvaro Arvelo Hijo, como el “dame lo mío”.
Debemos reflexionar sobre la pertinencia para el futuro y el bien de los ciudadanos de continuar apoyando ese tipo comunicación interesada, con débiles fundamentos, apegada solo a provechos particulares y no sociales; contraria a las líneas que deberían tener los medios como conductores sociales.
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