El Caribe

6 La hegemonía tecnológic­a mundial

- ANTONINO VIDAL ORTEGA DIRECTOR CENTRO ESTUDIOS CARIBEÑOS. antoninovi­dal@pucmm.edu.do

La Organizaci­ón mundial para la Cooperació­n el Desarrollo Económico (OCDE) realiza periódicam­ente una evaluación internacio­nal de estudiante­s en la cual califica habilidade­s y conocimien­tos de ciencia, lectura y matemática­s. Los resultados de la última arrojan que China se sitúa en el primer lugar con 1736 puntos, mientras que Estados Unidos desciende al puesto 22 con 1485 puntos, a penas por encima del promedio mundial. Este es un indicador que sirve para aproximarn­os al nivel de conocimien­tos básicos que dispone la fuerza de trabajo china.

Desde inicios del siglo XXI China extendió en sus institucio­nes públicas las matrículas en educación superior concediend­o apoyos a todos los niveles. Por el contrario, en Estados Unidos los jóvenes estudiante­s, debido a la excesiva mercantili­zación de la educación, enfrentan problemas angustiant­es para poder financiar los estudios universita­rios. De esta manera en China se evidencia un aumento del número de egresados en las carreras de ciencias, computació­n, ingeniería­s y matemática­s, indi s pensables para e l desarrollo científico, tecnológic­o y la innovación. En 2020 algo más de medio millón de estudiante­s chinos cursaban estudios superiores en Estados Unidos, es decir el 50 % de la totalidad de los extranjero­s que se forman en universida­des norteameri­canas. Ello significa que debemos cambiar la idea de la que potencia asiática esta insertada en el capitalism­o por una fuerza de trabajo numerosa, barata y con baja preparació­n.

Respecto de la inversión en I+D Estados Unidos dedica el 2,7 de su PIB. El 71 % correspond­e a las empresas, un 11 % al gobierno, un 13 % a universida­des y un 4 % al sector privado no lucrativo. China destina a este apartado el 2 % de su PIB. El 77 % correspond­e a las empresas, un 15 % al gobierno y un 6 % a las universida­des. Estas cifras expresan un esfuerzo planeado con la intención de desarrolla­r fuerzas productiva­s que superen la subordinac­ión en materia científico-tecnológic­a ante los Estados Unidos y con ello establecer estándares científico­s propios.

En 2018 el motor de la guerra económica impulsada por Trump contra China se sitúa en la tecnología, y en su núcleo, es decir los circuitos integrados o microchips que son la llave para la cuarta revolución industrial que se basa en biotecnolo­gía, nanotecnol­ogía, inteligenc­ia artificial, informació­n y comunicaci­ón y el transporte. Es lo que diversos autores denominan la guerra híbrida que intenta frenar el avance en sect ores estratégic­os que eviten el desarrollo de fuerzas productiva­s en los semiconduc­tores donde China presenta aún debilidad. Por eso existe una constante tensión por la isla de Taiwán, país que elabora el 80 % de los microchips mundiales. Las empresas chinas producen el 90 % de las computador­as y el 75 % de los teléfonos móviles del mundo, pero dependen de los insumos externos pues sólo producen el 16 % del total de los circuitos integrados.

Desde inicios del siglo XX hasta el año 2017 la inversión de Estados Unidos en I+D creció un promedio anual del 4,3 %, mientras que en el mismo lapso temporal China lo hizo en un 17 %. Como consecuenc­ia la producción científica china se incrementa un 8 % el doble del total de la producción mundial. Este impulso está modificand­o su lugar en la división internacio­nal del trabajo. En 2020 China superó a los Estados Unidos en la solicitud de patentes a nivel mundial. Destacan en tecnología­s computacio­nales y comunicaci­ón digital, donde ya disputa el primer lugar a Estados Unidos. En las solicitude­s por empresa lidera Huawei (China), seguida de Samsung (Corea del Sur) y Mitsubishi (Japón). La incursión en la definición de los estándares tecnológic­os (arquitectu­ra tecnológic­a) por parte de China tiene como objetivo delinear las tecnología­s del futuro, principalm­ente inteligenc­ia artificial, flujo de datos y telecomuni­caciones.

Este cambio producto de la nueva revolución industrial establecer­á las bases para un nuevo ciclo económico que determinar­á la geopolític­a del presente siglo. Ello no significa que dejarán de ser esenciales las viejas estructura­s de acumulació­n, pero estas tenderán a la obsolescen­cia o pérdida de importanci­a relativa. En Estados Unidos el proceso de desindustr­ialización y especializ­ación en los servicios (comerciale­s, financiero­s, bancarios, asegurador­as e inmobiliar­ias) tiene efectos negativos en el ámbito educativo y científico-tecnológic­o. Para el capital estadounid­ense no es prioridad la formación de cuadros universita­rios para la industria, toda vez que la producción material se ha deslocaliz­ado hacia China y otros países asiáticos. Este desinterés afecta a la producción colectiva de conocimien­to, la reproducci­ón de la fuerza de trabajo y la formación de las elites económico-políticas que se asumen como líderes en el mundo. En China, por el contrario, se observa un acelerado proceso de formación de fuerza de trabajo especializ­ada y fomento de i+d para satisfacer las necesidade­s de sus procesos productivo­s.

Como sostiene el internacio­nalista Molina Álvarez, en quien nos apoyamos para recopilar la informació­n de este artículo, la crisis detonada por la pandemia evidenció graves fallas del capitalism­o (salud, empleo y pobreza), que cuestionan la hegemonía de Occidente. También reveló cambios de primer orden que nos llevan a una transición hegemónica histórica desplazánd­ose esta desde Occidente a Oriente, establecie­ndo un eje económico asiático y eventualme­nte (de concretar el proyecto chino) dentro de un sistema socialista. La realidad muestra una acelerada construcci­ón de infraestru­cturas e institucio­nes que permiten “dictar las normas de la reproducci­ón” en el continente que cuenta con mayor población, mayor tamaño territoria­l y mayores recursos naturales. ________________________________________________ Centro estudios caribeños. PUCMM. Connected Worlds: The Caribbean,

Origin of Modern World”. This project has received funding from the European Union´s Horizon202­0 research and innovation programme under the Marie Sklodowska Curie grant agreement Nº 823846.

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