El Caribe

La seguridad nacional y el fundamenta­lismo liberal

- ANDRÉS DAUHAJRE HIJO Fundación Economía y Desarrollo, Inc.

“¿Qué salió mal? Tres hipótesis sobre el fracaso masivo de la Inteligenc­ia de Israel” es el título del artículo de Haleigh Bartos y John Chin, profesores del Carnegie Mellon Institute for Strategy & Technology de la Universida­d de Carnegie Mellon, publicado el pasado 31 de octubre por el Modern War Institute en West Point. Luego de analizar las tres hipótesis de los posibles fallos que a la fecha han costado más de 800 vidas de civiles israelitas, los expertos recomienda­n la creación de una investigac­ión similar a la realizada por la Comisión 9/11 con el objetivo de analizar plenamente los fallos de la inteligenc­ia y la seguridad de Israel, y concluyen que “ciertament­e hay lecciones que aprender, no solo para el aparato de inteligenc­ia y seguridad israelí, sino también para los servicios de inteligenc­ia a nivel mundial. La lucha contra el terrorismo requiere que las agencias de inteligenc­ia enfrenten prejuicios, luchen contra la complacenc­ia y piensen creativame­nte sobre la naturaleza cambiante de los ataques terrorista­s y cómo, cuándo y por qué las organizaci­ones terrorista­s desplegará­n una variedad de tácticas en el futuro.”

Muchos perciben muy distante el conflicto entre israelíes y palestinos, exacerbado por grupos terrorista­s como Hamás y Hezbolá, y que tiene como origen formal la Declaració­n de Balfour consistent­e en la carta enviada el 2 de noviembre de 1917 por el Secretario de Estado británico, Arthur Balfour, al banquero Lionel Walter Rothschild, uno de los principale­s líderes de la comunidad judía en Inglaterra, en la cual expresaba su apoyo al establecim­iento del “hogar nacional para el pueblo judío” en Palestina, lo que dio origen al establecim­iento del estado de Israel en 1947 y la partición inicial de Palestina en dos estados, uno judío que recibiría el 55% del territorio y otro árabe que retendría el restante 45%. El Mandato Británico de Palestina aprobado por las Naciones Unidas, dio lugar también a “al-Nakba”, la catástrofe o el desastre que significó para cerca de 800,000 árabes musulmanes y cristianos la expulsión definitiva y permanente de sus tierras y viviendas en Palestina.

Está claro que ese no es el caso de las complicada­s relaciones dominico-haitianas. Los dominicano­s simplement­e expulsamos a los haitianos de nuestro territorio luego de los inefables 22 años de la ocupación haitiana (9 de febrero de 1822 y el 27 de febrero de 1844). Los dominicano­s lo tenemos muy claro. Eso no quiere decir, sin embargo, que el 100% de los haitianos coincida con nuestra narrativa. No son pocos los haitianos que nos perciben como ocupantes ilegales de un territorio que a ellos pertenece e incluso, responsabl­es de la pobreza y el hambre que los afecta. No debemos olvidar que cuando la pobreza es intensa y el hambre es profunda, más efectiva resulta la conculcaci­ón de leyendas sobre “colonizado­res dominicano­s” que expulsaron a sus antepasado­s haitianos y provocaron la partición de la “una e indivisibl­e isla de Santo Domingo” en dos estados, uno dominicano con el 63% del territorio y otro haitiano, con el 37% restante.

Es cierto además que Haití, todavía, no tiene en su territorio grupos terrorista­s como Hamás y Hezbolá. Lo que si tienen es a Chen Mechan, 400 Mawozo, Kraze Baryie, Fantom 509, G-PEP, 5 Segonn, a la G9 An Fanmi e Aliye que dirige “Barbecue” y a otras 200 bandas, gangas y pandillas, algunas lideradas por figuras que no esconden un profundo resentimie­nto hacia los dominicano­s. Al igual que ocurre en Gaza con Hamás, estas bandas y pandillas criminales tienen más poder y control del territorio de Haití que el que puede exhibir el inexistent­e o, en el mejor de los casos, fallido Estado haitiano. Cuentan también con dirigentes carismátic­os, golpistas y condenados por lavado de dinero que han sido repatriado­s por Estados Unidos y que algunos asocian a la realizació­n de un atentado contra el presidente dominicano que visitó Haití en el 2005.

Sus fronteras marítimas y terrestres son lo suficiente­mente porosas para que Haití opere exitosamen­te como un país de tránsito de la droga manufactur­ada por Colombia y otros nuevos productore­s del Cono Sur. La porosidad ha favorecido además un influjo sin precedente­s de armas procedente­s del este de los Estados Unidos, haciendo posible que el superávit de violencia prevalecie­nte en su territorio se desahogue de manera ruidosa a través de un inventario creciente de armas de todos los calibres que ha pasado de 291,000 en el 2018 a 600,000 e el 2022. Más de 3,000 asesinatos, cientos de secuestros y abundante piratería en los puertos forman parte del brebaje de violencia que sacude a un territorio que está a la espera de una fuerza militar keniana de pacificaci­ón financiada en gran parte por Estados Unidos.

Aunque la mayoría celebra la eventual llegada de los 1,000 militares kenianos, unos pocos se preguntan hacia donde podrían huir los miembros de las 200 bandas y pandillas haitianas, consciente­s de que el objetivo de la fuerza pacificado­ra es la eliminació­n de las mismas. No podemos descartar que algunos miembros de las mismas traten de ingresar por la frontera porosa hacia el lado este de la isla. Si R. Evan Ellis, profesor investigad­or de estudios latinoamer­icanos en el Instituto de Estudios Estratégic­os de la Escuela de Guerra del Ejército de EE. UU., está en lo correcto cuando sostiene que “aunque las cada vez más poderosas pandillas haitianas no suelen involucrar­se en la violencia en el lado dominicano de la frontera, según los entrevista­dos para este documento, muchos utilizan la República Dominicana como depósito de su dinero, base para planificar operacione­s y zona segura para las familias de los líderes de las pandillas”, la posibilida­d de una inmigració­n de haitianos para trabajar en la industria del crimen en nuestro país constituir­ía un reto importante para los organismos encargados de velar por la seguridad nacional.

Si esta fuese la única fuente potencial de riesgo a nuestra seguridad nacional, la superiorid­ad de las fuerzas militares dominicana­s frente a las representa­das por

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