La seguridad nacional y el fundamentalismo liberal
“¿Qué salió mal? Tres hipótesis sobre el fracaso masivo de la Inteligencia de Israel” es el título del artículo de Haleigh Bartos y John Chin, profesores del Carnegie Mellon Institute for Strategy & Technology de la Universidad de Carnegie Mellon, publicado el pasado 31 de octubre por el Modern War Institute en West Point. Luego de analizar las tres hipótesis de los posibles fallos que a la fecha han costado más de 800 vidas de civiles israelitas, los expertos recomiendan la creación de una investigación similar a la realizada por la Comisión 9/11 con el objetivo de analizar plenamente los fallos de la inteligencia y la seguridad de Israel, y concluyen que “ciertamente hay lecciones que aprender, no solo para el aparato de inteligencia y seguridad israelí, sino también para los servicios de inteligencia a nivel mundial. La lucha contra el terrorismo requiere que las agencias de inteligencia enfrenten prejuicios, luchen contra la complacencia y piensen creativamente sobre la naturaleza cambiante de los ataques terroristas y cómo, cuándo y por qué las organizaciones terroristas desplegarán una variedad de tácticas en el futuro.”
Muchos perciben muy distante el conflicto entre israelíes y palestinos, exacerbado por grupos terroristas como Hamás y Hezbolá, y que tiene como origen formal la Declaración de Balfour consistente en la carta enviada el 2 de noviembre de 1917 por el Secretario de Estado británico, Arthur Balfour, al banquero Lionel Walter Rothschild, uno de los principales líderes de la comunidad judía en Inglaterra, en la cual expresaba su apoyo al establecimiento del “hogar nacional para el pueblo judío” en Palestina, lo que dio origen al establecimiento del estado de Israel en 1947 y la partición inicial de Palestina en dos estados, uno judío que recibiría el 55% del territorio y otro árabe que retendría el restante 45%. El Mandato Británico de Palestina aprobado por las Naciones Unidas, dio lugar también a “al-Nakba”, la catástrofe o el desastre que significó para cerca de 800,000 árabes musulmanes y cristianos la expulsión definitiva y permanente de sus tierras y viviendas en Palestina.
Está claro que ese no es el caso de las complicadas relaciones dominico-haitianas. Los dominicanos simplemente expulsamos a los haitianos de nuestro territorio luego de los inefables 22 años de la ocupación haitiana (9 de febrero de 1822 y el 27 de febrero de 1844). Los dominicanos lo tenemos muy claro. Eso no quiere decir, sin embargo, que el 100% de los haitianos coincida con nuestra narrativa. No son pocos los haitianos que nos perciben como ocupantes ilegales de un territorio que a ellos pertenece e incluso, responsables de la pobreza y el hambre que los afecta. No debemos olvidar que cuando la pobreza es intensa y el hambre es profunda, más efectiva resulta la conculcación de leyendas sobre “colonizadores dominicanos” que expulsaron a sus antepasados haitianos y provocaron la partición de la “una e indivisible isla de Santo Domingo” en dos estados, uno dominicano con el 63% del territorio y otro haitiano, con el 37% restante.
Es cierto además que Haití, todavía, no tiene en su territorio grupos terroristas como Hamás y Hezbolá. Lo que si tienen es a Chen Mechan, 400 Mawozo, Kraze Baryie, Fantom 509, G-PEP, 5 Segonn, a la G9 An Fanmi e Aliye que dirige “Barbecue” y a otras 200 bandas, gangas y pandillas, algunas lideradas por figuras que no esconden un profundo resentimiento hacia los dominicanos. Al igual que ocurre en Gaza con Hamás, estas bandas y pandillas criminales tienen más poder y control del territorio de Haití que el que puede exhibir el inexistente o, en el mejor de los casos, fallido Estado haitiano. Cuentan también con dirigentes carismáticos, golpistas y condenados por lavado de dinero que han sido repatriados por Estados Unidos y que algunos asocian a la realización de un atentado contra el presidente dominicano que visitó Haití en el 2005.
Sus fronteras marítimas y terrestres son lo suficientemente porosas para que Haití opere exitosamente como un país de tránsito de la droga manufacturada por Colombia y otros nuevos productores del Cono Sur. La porosidad ha favorecido además un influjo sin precedentes de armas procedentes del este de los Estados Unidos, haciendo posible que el superávit de violencia prevaleciente en su territorio se desahogue de manera ruidosa a través de un inventario creciente de armas de todos los calibres que ha pasado de 291,000 en el 2018 a 600,000 e el 2022. Más de 3,000 asesinatos, cientos de secuestros y abundante piratería en los puertos forman parte del brebaje de violencia que sacude a un territorio que está a la espera de una fuerza militar keniana de pacificación financiada en gran parte por Estados Unidos.
Aunque la mayoría celebra la eventual llegada de los 1,000 militares kenianos, unos pocos se preguntan hacia donde podrían huir los miembros de las 200 bandas y pandillas haitianas, conscientes de que el objetivo de la fuerza pacificadora es la eliminación de las mismas. No podemos descartar que algunos miembros de las mismas traten de ingresar por la frontera porosa hacia el lado este de la isla. Si R. Evan Ellis, profesor investigador de estudios latinoamericanos en el Instituto de Estudios Estratégicos de la Escuela de Guerra del Ejército de EE. UU., está en lo correcto cuando sostiene que “aunque las cada vez más poderosas pandillas haitianas no suelen involucrarse en la violencia en el lado dominicano de la frontera, según los entrevistados para este documento, muchos utilizan la República Dominicana como depósito de su dinero, base para planificar operaciones y zona segura para las familias de los líderes de las pandillas”, la posibilidad de una inmigración de haitianos para trabajar en la industria del crimen en nuestro país constituiría un reto importante para los organismos encargados de velar por la seguridad nacional.
Si esta fuese la única fuente potencial de riesgo a nuestra seguridad nacional, la superioridad de las fuerzas militares dominicanas frente a las representadas por