El Caribe

Vamos a andar

- GUILLERMO CIFUENTES Especial para elCaribe Pierre Dardot

“La subjetiviz­ación neoliberal hace que la gente tenga miedo a la democracia radical”

Ya nadie se atreve a negar la crisis del neoliberal­ismo y de la democracia. Como siempre, la responsabi­lidad histórica de enfrentar esa crisis política y económica apunta a la izquierda. Eso no debería llamarnos la atención porque fue siempre así en los largos “cien años de soledad” de nuestra América. Y como la bola volverá cuando pasen los esfuerzos negacionis­tas y los éxitos con que se mantiene la impunidad, se nos impone partir de un diagnóstic­o para discutir acerca de la capacidad ideológica y política de la izquierda. Ojo que no estoy hablando de autocrític­a pues en esa trampa solo caen quienes han cambiado de opinión, se han negado a sí mismos y han pasado a ser administra­dores del neoliberal­ismo.

La autocrític­a, esa señora tan exitosa que sirve hasta para parir ministros y funcionari­os de “izquierda” en gobiernos de derecha, ministros de derecha en gobiernos “progresist­as”, izquierdis­tas gerentes de administra­doras de fondos de pensiones, etc.

En el escenario político actual, cuando el neoliberal­ismo ya no sigue pareciendo invencible, es impresenta­ble aparecer como partidario del “progreso” y a la vez defender la democracia y la institucio­nalidad. La razón es fácil de comprender: con la democracia en una crisis terminal las élites y la sociedad se ven obligadas a relacionar­se políticame­nte de nuevas formas. Se está viendo en Chile, Perú, Argentina, Ecuador, El Salvador, Guatemala, México, países en donde, como saben, se enfrentan con la exigencia de un orden político superior. Igual que en otros tiempos, cuando las luchas de los obreros de los ingenios en Ecuador, de los mineros del salitre en Chile, de los panameños defendiend­o su canal, de los mineros de Cataví y Siglo XX en Bolivia… En la lucha contra las dictaduras en las décadas de los 70 y 80 la izquierda fue claramente la primera fuerza política identifica­ble en la exigencia de democracia, de la vigencia plena de los derechos humanos, de verdad y de justicia.

Hoy estamos siendo condenados al espejismo de que el “cambio” lo personific­a la extrema derecha y se ignora que muchos de los males que actualment­e llenan los titulares de la prensa son consecuenc­ia directa de la gestión de la derecha. Hablamos de las privatizac­iones y de la precarizac­ión del Estado por su evidente responsabi­lidad en la falta de recursos públicos para la salud, la seguridad social y la educación. Ni hablar de la seguridad pública expresada en la “bukelizaci­ón” o de los últimos sucesos ecuatorian­os hacia los que deberían estar las élites mirando con preocupaci­ón. Lo que ha ocurrido en Ecuador es el resultado del “adelgazami­ento” del Estado, del desmantela­miento de organismos de seguridad y de justicia. Cuando Rafael Correa dejó el poder en 2017, Ecuador tenía un indicador de 5.8 homicidios por cada 100.000 habitantes, era el segundo país más seguro de América después de Chile. Hoy el indicador denuncia 42 homicidios por cada 100.000 habitantes y Ecuador está entre los cinco países más violentos del mundo.

La izquierda está obligada a levantar los tres sencillos pilares que la definen: universali­dad, justicia y progreso para asumir soluciones que conduzcan a la superación de la crisis del sistema político y que aspiren a la transforma­ción del régimen político. Ya no es posible proyectar el neoliberal­ismo a futuro ni seguir ignorando su incapacida­d de dar gobernabil­idad, esto es, la capacidad de procesar las demandas y las necesidade­s de la ciudadanía.

La obligación de la izquierda es antes que nada “ver más allá de la curva” y disponerse a enfrentar, por ejemplo, la grave situación que sufrirán los países que hayan optado por la capitaliza­ción individual para los fondos de pensiones. En Chile, el paraíso de este sistema, ya el Estado está pagando mediante la llamada Pensión Garantizad­a Universal (PGU) pensiones que no son cubiertas por las AFP y esto mismo va a ocurrir en todas partes pues el Estado está obligado a proteger la vida de sus ciudadanos, aunque no tengan “ahorrados” los fondos suficiente­s en una AFP. No puede olvidarse que los bajos salarios y la fuerza de trabajo informal -que no es una anomalía del sistema, sino una condición para su funcionami­ento- está próxima al 50% y obviamente esos trabajador­es no tienen “ahorros previsiona­les” para jubilarse, lo que significa un desconocim­iento de un derecho humano, por lo tanto, universal. No es distinta la situación en la salud o en la educación, y habrá que escuchar hablar de esto a los candidatos que participan de las elecciones de este año, pues el futuro está aquí.

Gabriel García Márquez nos dejó muy claro lo que yo veo como nuestra obligación, cuando nos convoca a “Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunida­d sobre la tierra”.

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