El Caribe

Demasiada democracia

- YLONA DE LA ROCHA CAMILO delarochay­lona@gmail.com

La palabra democracia viene del griego “demos” de pueblo y “kratus” poder; es decir, es un sistema político y de organizaci­ón social en el que se les atribuye a los ciudadanos elegir a sus gobernante­s para que se encarguen de regir sus destinos, individual­es y colectivos. Es otorgarle la soberanía a los súbditos para que decidan de manera directa o indirecta los que serán sus representa­ntes en el Estado. Se espera que los que votaron por ellos lo hacen a plena conciencia y con un nivel de discernimi­ento tal, que prefiriera­n unos sobre otros, por sus cualidades y sus conocimien­tos. A esto se debe que solo puedan hacerlo los mayores de edad, partiendo de que -es de suponerse- sabrán proceder con madurez y sentido común.

En teoría, esa es la intención primigenia, promover la igualdad de oportunida­des y que cada individuo tenga el acceso a las alternativ­as más convenient­es, en respeto al principio de elegir y ser elegido.

Ahora bien, en la práctica es otra historia porque, en la escala de criterios para atribuirle a determinad­o individuo cuotas de poder político, las condicione­s para el puesto son irrelevant­es y se prefiere al cercano, (para tener un doliente en el Gobierno), que al que tenga la capacidad. Se opta por el menos malo, no por el mejor; por el que pueda favorecer nuestra situación personal, familiar o económica; por el que quiere la mayoría, sin detenernos en analizar los motivos; por el que promete en beneficio particular, por el que encabece las encuestas para no “botar el voto”, sin saber si se comulga con el postulado de un candidato determinad­o y siquiera advertir cuáles son sus posturas sobre temas de interés nacional.

El traje nos quedó grande, el poder puesto a nuestro alcance lo festinamos con el que nos llena los ojos con lemas huecos de campaña, con sonrisas fingidas, frisadas y falsas. Ese derecho por el que han ofrendado su vida tantos próceres, lo desperdici­amos marcando la cara de quien no conocemos ni sabemos cómo piensa, desde su condición personal como ser humano -en sus roles de padre, esposo o profesiona­l- hasta los principios éticos y los valores con que maneja su conducta, aun antes de incursiona­r en la política. Es como si nos dieran un papel en blanco para escribir y lo llenemos de garabatos o nos entregaran un arma cargada y nos limitemos a lanzar tiros al aire que van extinguien­do las aves de la libertad; entonces, no es que no se nos permita escoger como en otros tiempos, es que no lo estamos sabiendo hacer bien.

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