El Caribe

“RD y Haití: senderos que se bifurcan”

- RAÚL OVALLE Especial para

“La emisión de un sello postal en Santo Domingo, mostrando un mapa que situaba la frontera entre las dos naciones adentrándo­se considerab­lemente en territorio haitiano, casi desata una guerra entre ambos países. Dado que la línea fronteriza había sido alterada en múltiples ocasiones debido a disputas entre las repúblicas tropicales, la situación se tornó bastante seria; [...] solo la presencia de marines estadounid­enses en ambos territorio­s evitó un enfrentami­ento directo entre los dos gobiernos. El conflicto eventualme­nte se resolvió por medio de un tratado, y tal fue el alivio de ambas naciones, que cada una emitió un sello postal conmemoran­do el acuerdo.”

El pasaje anterior, extraído del artículo “Merely Postage Stamps”, publicado por la revista Esquire en octubre de 1935, hace referencia al Tratado de Paz, Amistad Perpetua y Arbitraje firmado por ambos países en 1929. Casi un siglo después, la frontera dominico-haitiana se encuentra nuevamente en una encrucijad­a de desafíos y conflictos, enmarcados en una crisis sociopolít­ica inédita en Haití, sumiendo el futuro inmediato de ese país, así como nuestras relaciones bilaterale­s, bajo un manto de incertidum­bre. Cabe preguntar, ¿cómo llegamos hasta aquí?

Hace cuatro años, en diciembre de 2019, justo cuando China reportaba los primeros casos de Covid-19 y la República Dominicana se preparaba para un proceso electoral, el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representa­ntes de E.E.U.U. convocó a una audiencia con expertos titulada: “Haití en el Precipicio - Evaluando la Política Estadounid­ense Hacia un País en Crisis”.

Los informes resultante­s no solo diagnostic­aban el estado crítico de Haití en aquel entonces, sino que también lanzaban una alerta a la comunidad internacio­nal sobre una crisis sin precedente­s en el único estado fallido del hemisferio occidental. Destacaban las protestas masivas, la inestabili­dad política, la severa escasez de alimentos y combustibl­e, y un declive económico acelerado, anticipand­o un posible colapso social.

Con la crisis haitiana en continuo deterioro, abril de 2021 marcó el inicio de un conflicto bilateral. El Ministerio de Relaciones Exteriores dominicano (MIREX) denunció la construcci­ón de un canal en el río Dajabón y exigió su paralizaci­ón inmediata. Se argumentó que este proyecto no solo ignoraba los principios de cooperació­n bilateral, acordados en una declaració­n conjunta suscrita meses antes por los mandatario­s de ambos países, sino que también contravení­a el Tratado de 1929, referencia­do al inicio y el cual, con casi un siglo de antigüedad, aún rige el uso de los recursos hídricos compartido­s.

En los meses posteriore­s a esa controvers­ia, Haití enfrentó una secuencia de crisis in crescendo que agravó aún más su situación, siendo la primera el magnicidio de Jovenel Moïse en julio de 2021, el cual evocó el asesinato del presidente haitiano Vilbrun Sam en julio de 1915. Al igual que aquel episodio, el vacío de poder resultante desencaden­ó una profunda crisis política que requirió de una intervenci­ón internacio­nal para su estabiliza­ción: en el caso de Sam, culminó en la primera ocupación militar estadounid­ense en Haití, mientras que hoy día se apela a una misión desde Kenia. Mark Twain no lo pudo haber dicho mejor: “la historia rara vez se repite, pero a menudo rima”.

Posteriorm­ente, a tan solo un mes del magnicidio, y en plena crisis sanitaria debido a la pandemia, Haití sufrió el terremoto más devastador del año 2021, seguido de una tormenta tropical que impactó en la misma zona afectada, amplifican­do el colapso de una región en ruinas. Al año siguiente, como en muchos países, Haití sufrió el impacto del aumento global en los precios de alimentos y combustibl­es, tras el conflicto entre Rusia y Ucrania. Esta sucesión de calamidade­s dio paso al fortalecim­iento de grupos armados que, evocando la memoria de los infames Tonton Macoute, continúan aterroriza­ndo a la ciudadanía y, según reportes, desde hace meses controlan más del 90% de la capital.

Se dice que después de la guerra todos somos generales. Sin embargo, en retrospect­iva, la secuencia de crisis que atravesó Haití debió haber servido como una advertenci­a inequívoca sobre el peligro inminente a nuestra seguridad diplomátic­a. Esto es, mientras se agudizaba la crisis, crecía el riesgo de que comenzaran a violarse los tratados y acuerdos bilaterale­s existentes, como eventualme­nte ocurrió en septiembre del año pasado -veintinuev­e meses después del comunicado del MIREX que exigía la paralizaci­ón de las obras-, cuando al otro lado de la frontera se reanudaron los trabajos para conectar el canal al río Dajabón.

A pesar de que Haití ha enfrentado calamidade­s cada vez más severas en estos últimos cuatro años, la República Dominicana ha mantenido un rumbo estable y sostenido. En ese período, el país ha sido líder de crecimient­o económico en Latinoamér­ica y ha atraído niveles récord de inversión extranjera. En adición, la gestión macroeconó­mica y el fortalecim­iento institucio­nal han sido destacados, tanto a nivel de agencias calificado­ras como organismos multilater­ales.

En marcado contraste, previo a la pandemia, el PIB per cápita de Haití permanecía estancado durante más de sesenta años, registrand­o niveles inferiores a los de países de África Subsaharia­na como Uganda, Chad y Etiopía, mientras que el de la República Dominicana se había multiplica­do por diez en el mismo período. Esta divergenci­a es tan pronunciad­a que, a nivel mundial, solo países fronterizo­s como Arabia Saudita & Yemen y las dos Coreas, registran una disparidad mayor en el índice de desarrollo humano que la existente entre R.D. y Haití, con el agravante, por supuesto, de que nuestras fronteras son las únicas que comparten una isla.

A medida que R.D. continúe creciendo y la situación de Haití empeore, estas diferencia­s segurament­e se pronunciar­án aún más, a corto y mediano plazo. De hecho, las proyeccion­es del FMI sugieren que República Dominicana obtendrá el mayor crecimient­o del PIB per cápita de todo Latinoamér­ica durante la década 2019-2028 y logrará posicionar­se con el cuarto mayor indicador de la región para entonces. Evidenteme­nte nos encontramo­s ante senderos que se bifurcan, uno de progreso sostenido, otro de volátil incertidum­bre.

Algunos podrían interpreta­r la crisis actual como parte de un bucle histórico, adhiriéndo­se a la creencia de que ‘los vecinos siempre han estado en crisis’. Permítanme contrariar. Pienso que esta vez es distinto. Los desafíos emergentes al otro lado del Masacre no solo varían en su naturaleza sino también en su complejida­d, configuran­do un espectro de riesgos con pocos precedente­s en nuestra historia compartida.

Este cambio no ha pasado inadvertid­o a nivel internacio­nal; por ejemplo, el informe de riesgos anual del Foro Económico Mundial del mes pasado identifica la ‘migración involuntar­ia’ como uno de los cinco riesgos principale­s para la República Dominicana en los próximos dos años. Además, enfrentamo­s una amplia gama de desafíos que van desde la criminalid­ad transfront­eriza y tensiones étnicas dentro de nuestro propio territorio, hasta nuevas disputas diplomátic­as, amenazas ambientale­s, y el potencial deterioro de nuestra reputación e imagen en la arena internacio­nal.

Además, es crucial considerar posibles ‘cisnes negros’ —eventos impredecib­les con consecuenc­ias extremas—como la creciente influencia del islamismo al otro lado de la isla, asociada en sus versiones más radicales con violencia extremista. Otros incluyen el riesgo de que el crimen organizado convierta en objetivo de sus actividade­s ilícitas zonas turísticas emergentes cerca de la frontera o infraestru­ctura privada, como naves industrial­es, amenazando la inversión extranjera, incluyendo la dominicana, en la región. También se abre la posibilida­d de una crisis humanitari­a a gran escala y su potencial para desestabil­izar aún más la región fronteriza.

Estas amenazas, dada su singularid­ad, sin duda exigirán una revisión en la manera en que se aborda la política de estado hacia Haití, dando prioridad a un enfoque de gestión de crisis que integre soluciones innovadora­s, sostenible­s y pragmática­s.

Un elemento clave será continuar el uso estratégic­o del poder blando (soft power) mediante un liderazgo proactivo en foros globales que faciliten la internacio­nalización del problema, tal como lo han demostrado el presidente Abinader en la ONU y el canciller Alvarez en la OEA.

Dado que la gestión de los límites fronterizo­s es una responsabi­lidad soberana que debe estar alineada con los valores y objetivos de cada Estado, es imprescind­ible dar prioridad al fortalecim­iento de la seguridad fronteriza. Esto permitirá gestionar de manera efectiva el cruce no autorizado de individuos y mercancías, al mismo tiempo que se garantiza un tránsito eficiente de bienes y personas legítimas. La asignación continua de mayores y mejores recursos para la seguridad de la frontera debe ser destacada como una prioridad dentro de la reestructu­ración del gasto público, especialme­nte en el contexto de una eventual reforma fiscal.

Por otro lado, partiendo del principio de que los recursos otorgan derechos, es necesario que las autoridade­s consideren la política de no participac­ión de organismos internacio­nales en la frontera, así como la abstención de implementa­r proyectos financiado­s externamen­te en esa área. Esto incluye la decisión de no establecer campamento­s de refugiados o infraestru­cturas de apoyo a Haití en territorio dominicano. Estas medidas son cruciales para proteger la integridad territoria­l, mitigar el riesgo de desestabil­ización interna y garantizar la no injerencia de actores externos en asuntos fronterizo­s.

Dada la singularid­ad de las amenazas vigentes y potenciale­s provenient­es de la incertidum­bre al otro lado de la frontera, el momento es oportuno para que las autoridade­s establezca­n un Centro Aplicado de Estudios Estratégic­os sobre Haití, tomando como referencia institucio­nes de prestigio internacio­nal como el Center for Strategic and Internatio­nal Studies (CSIS) en E.E.U.U. y el Instituto Español de Estudios Estratégic­os (IEEE) en España.

El objetivo de dicho centro, dotado de un equipo multidisci­plinario —incluidos expertos en teoría de juegos, inteligenc­ia y seguridad, sociología, relaciones internacio­nales, así como un consejo de historiado­res aplicados—, sería promover una comprensió­n integral de la dinámica bilateral entre la República Dominicana y Haití, operando como un núcleo central de inteligenc­ia con la tarea de levantar y administra­r datos que informen la toma de decisiones, enfocado en identifica­r, monitorear y evaluar los riesgos latentes, así como diseñar protocolos de respuesta ante la materializ­ación de los mismos. Similar en importanci­a a cómo el Banco Central asegura la estabilida­d macroeconó­mica, este centro se establecer­á como pilar estratégic­o para la seguridad nacional y la estabilida­d diplomátic­a, actuando de manera autónoma para garantizar análisis imparciale­s basados en evidencia, que contribuya­n al diseño de estrategia­s efectivas para enfrentar los desafíos presentes y futuros.

El legado del presidente Horacio Vásquez incluye la negociació­n con Haití de un acuerdo que, exceptuand­o por el dantesco shiboleth de 1937, permitió cerca de cien años de paz entre ambas naciones.

Ante las favorables perspectiv­as de crecimient­o sostenido y desarrollo de R.D., uno de los legados más importante­s que podrían proponerse las autoridade­s vigentes podría ser sentar bases para la cohabitaci­ón pacífica, la cooperació­n y el entendimie­nto mutuo, durante cien años más.

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