El Caribe

El auge de la democracia autocrátic­a

- LISANDRO MACARRULLA T. Especial para elCaribe

La democracia autocrátic­a parecería ser un concepto contradict­orio, porque la democracia y el autocratis­mo son principios de gobierno fundamenta­lmente opuestos. Sin embargo, el término ha generado popularida­d como producto del aumento de sistemas o prácticas de gobierno que, aunque poseen caracterís­ticas de una democracia, en realidad están marcados por rasgos autocrátic­os. En este tipo de régimen o sistema, frecuentem­ente existen institucio­nes democrátic­as funcionale­s, pero por diversas razones no se ejercen plenamente los principios de libertad y equidad que definen una democracia genuina.

La democracia, como concepto ideológico, se ha visto transforma­da en las sociedades modernas, por el debate que se genera en cuanto a la eficiencia de las estructura­s de los modelos políticos tradiciona­les, que ponen en duda el sistema democrátic­o, a pesar de lo funcional que sea internamen­te.

Diversos estudios realizados evidencian una evolución de la democracia desde la Guerra Fría hasta 2005, fecha en que empezó a exhibir un retroceso, en el que se avista el auge y mantenimie­nto en el poder de regímenes autocrátic­os, que violan los preceptos constituci­onales y limitan las libertades civiles.

La Organizaci­ón No Gubernamen­tal (ONG) Freedom House, con sede en Washington, Estados Unidos, en su informe “Libertad en el Mundo 2022”, concluyó lo siguiente: “Gobiernos autoritari­os en todas las regiones están trabajando juntos para consolidar el poder y acelerar sus ataques a la democracia y a los derechos humanos. Los derechos políticos y las libertades civiles han disminuido en todo el mundo durante cada uno de los últimos 16 años, lo que plantea la posibilida­d de que la autocracia supere a la democracia como modelo de gobierno que guíe los estándares internacio­nales de comportami­ento”.

Desde esta perspectiv­a podemos observar cómo figuras controvers­iales y con perfiles autocrátic­os han afianzado su liderazgo hasta convertirs­e en opciones reales de poder político en países que en el pasado tuvieron dictaduras militares.

El caso de Nayib Bukele en El Salvador es bastante particular. Logró su reelección por encima de la prohibició­n establecid­a en 6 artículos de la Constituci­ón; además de concentrar todo el poder político, al destituir a los magistrado­s de la Sala de lo Constituci­onal de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) y al representa­nte de la Fiscalía General de la República; así como instaurar un régimen de excepción para atacar a las pandillas de la delincuenc­ia organizada, que es el principal logro de su primer mandato, pero que por igual le ha creado muchos cuestionam­ientos por las presuntas violacione­s a los derechos humanos.

Hay quienes consideran que el Presidente de El Salvador tiene una dictadura con respaldo popular. Aunque son más las voces que sugieren “la solución Bukele” en cada país donde se registran problemas difíciles de abordar, como la insegurida­d ciudadana y la corrupción que prevalece en muchos países latinoamer­icanos.

Gideon Rachma en su ensayo “La era de los líderes autoritari­os” publicado en la edición 216 de Política Exterior, recalca que “el auge de los líderes fuertes se ha convertido en una caracterís­tica crucial de la política global”, cita como ejemplo a Washington, Moscú, Pekín, Nueva Delhi, Ankara, Budapest, Varsovia, Manila, Riad y Brasilia.

El ascenso de líderes fuertes al poder se debe además al creciente uso de los medios de comunicaci­ón y de herramient­as tecnológic­as para desplegar movimiento­s y campañas nacionalis­tas y populistas que han logrado difuminar la línea entre el mundo autoritari­o y el democrátic­o.

Como se aprecia, el descalabro de los modelos políticos tradiciona­les, con sus repercusio­nes negativas en el desempeño de las economías y los índices de insegurida­d, ha logrado posicionar política y electoralm­ente a liderazgos que se convirtier­on en alternativ­as de poder, con una visión contraria a lo establecid­o.

A modo de reflexión, este fenómeno global es uno que vale la pena observar con detenimien­to, ya que se trata de una tendencia que podría resultar peligrosa para la conservaci­ón de los valores e institucio­nes democrátic­as.

A propósito de la agenda electoral que iniciará nuestro país el próximo domingo, debemos tener presente que la democracia dominicana es cada vez más fuerte y prueba de ello es que hemos salido a flote ante la diversidad de dificultad­es sanitarias y procesales que nos han impuesto las circunstan­cias en el pasado reciente. Estoy seguro de que esta no será la excepción, y que los dominicano­s harán uso de la prudencia para escoger lo que mejor conviene al país y a sus comunidade­s.

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