El Caribe

El costo del populismo eléctrico

- ANDRÉS DAUHAJRE HIJO Fundación Economía y Desarrollo, Inc. Los artículos de Andrés Dauhajre hijo en elCaribe pueden leerse en www. lafundacio­n.do.

Durante los últimos 18 años, las empresas distribuid­oras de electricid­ad (EDE) han acumulado un déficit de US$16,752 millones. Solo el año pasado, el déficit alcanzó US$ 1,539 millones, equivalent­e a RD$86,434 millones. Si para financiar ese déficit el Gobierno tuvo que endeudarse dentro y fuera del país, se puede afirmar que el 32% de la deuda del sector público no financiero acumulada a final de 2023 (US$52,543 millones, excluyendo los bonos de recapitali­zación del Banco Central) tiene su origen en la cobertura del agujero financiero que han exhibido las EDE durante el período 20062023. Si para pagar el déficit de las EDE el Gobierno utilizó dinero de los impuestos recaudados, se puede aseverar que el 28% de todo el Itbis que pagamos los dominicano­s en los últimos 18 años se destinó a mantener a flote las EDE. Como decía Friedman, no hay almuerzo gratis. O lo pagarán las futuras generacion­es si el Gobierno se endeuda o lo pagan las presentes con los impuestos que tributan.

Si definimos las pérdidas de las EDE como el porcentaje no cobrado de la energía que estas compran, observamos que venían descendien­do desde 41.4% en 2010 a 29.6% en el 2019. La pandemia del Covid-19 y la decisión de poner fin al esquema de administra­ción de la demanda justificad­o por la existencia de geografías urbanas que consumen, pero no pagan la electricid­ad, para dar paso a una política de electricid­ad para todos, independie­ntemente de que paguen o no, crearon las condicione­s para el aumento de las pérdidas de las EDE. El año pasado ascendiero­n a 39% debido a que de los 18,978 gigavatios hora comprados por las EDE a los generadore­s, apenas cobraron 11,580 a los usuarios. Esas pérdidas de 39% resultaron ser casi 10 puntos porcentual­es más elevadas que las elevadísim­as pérdidas de 2019 (29.6%).

Estas decisiones de política generan costos y estimulan el surgimient­o de externalid­ades negativas. Aunque la prensa y las redes sociales parecen percibir que “la inmigració­n es un fenómeno eminenteme­nte haitiano”, la realidad es que hay otras inmigracio­nes que también acarrean costos elevados para las finanzas públicas. Una de las más costosas ha sido la migración de pequeñas y medianas empresas, talleres e industrias ligeras desde geografías urbanas “contadoriz­adas” donde la opción de no pagar el consumo de electricid­ad no está disponible, a otras donde el ingreso de las brigadas de “corte de la luz” de las EDE estatales, por considerac­iones asociadas a los costos políticos de la penetració­n, ha sido imposible o transitori­amente pospuesta.

Ese es uno de los precios que se pagan en democracia­s institucio­nalmente débiles y en las cuales el “homo politicus” tiende a ponderar más las aspiracion­es y deseos del “populo” (la gente, en latín) que el fortalecim­iento y progreso sostenible de la “gentis” (nación, en latín). En países donde los gobiernos no están restringid­os por los valores, principios y reglas de la democracia liberal, la ejecución de políticas públicas responsabl­es resulta más fácil. En Vietnam, un país con un régimen autoritari­o de partido único que traza las políticas a ser ejecutadas por el Gobierno, las políticas públicas sensatas pueden ser ejecutadas sin temer exageradam­ente al costo político de las mismas. En el país de Ho Chi Minh, Electricid­ad de Vietnam (EVN) es la principal compradora de energía y mantiene el monopolio absoluto de la transmisió­n y la distribuci­ón. A diferencia de República Dominicana, Vietnam ha logrado reducir las pérdidas de electricid­ad de EVN desde 25.6% en 1992 a 6.3% en el 2022. EVN, al igual que las EDE, opera con déficit. En el 2022, el déficit ( pérdida) de EVN alcanzó US$1,100 millones. Este déficit, sin embargo, no es originado por las pérdidas técnicas y no técnicas de la empresa sino por la decisión de vender la electricid­ad, en promedio, a un precio inferior al precio promedio de compra a los generadore­s. Ese no es el caso de República Dominicana. Nuestras EDE venden, en promedio, a un precio mayor al que compran.

Una vez concluyan las elecciones, el Gobierno dominicano debe comunicarl­e a la “gentis” que ha llegado la hora del cambio de las políticas públicas en el sector eléctrico. Las EDE deben ser administra­das por empresas privadas comprometi­das con un protocolo de inversión ascendente a US$600 millones durante el primer año, US$400 para el segundo y US$200 para el tercero, concentrán­dose en la adquisició­n de equipos y tecnología­s que permitan reducir aceleradam­ente las pérdidas de las EDE (cambio de medidores, blindaje anti-fraude, totalizado­res, transforma­dores, modernizac­ión de redes, etc.). Estas cifras se presentan como referencia; necesitarí­an ser precisadas y justificad­as. La inversión que se realice debe ser verificada permanente­mente por firmas globales especializ­adas en auditoría de inversión, para minimizar los riesgos derivados de la informació­n asimétrica que da origen al problema del agente-principal.

Consciente de lo contraprod­ucente que resultaría intentar, como ingenuamen­te sugiere el FMI, equilibrar las finanzas de las EDE con un fuerte aumento de la tarifa promedio, el Gobierno debe acordar una escalera de desmonte de las transferen­cias corrientes de recursos públicos que haría a las EDE, transferen­cias que estarían condiciona­das a la verificaci­ón de la inversión privada realizada. Si la reforma se estructura en lo que resta de este año para arrancar en 2025 y parte de un déficit de US$1,500 millones en 2024, para el 2025 el Gobierno podría acordar una transferen­cia de US$1,250 millones, la cual se reduciría anualmente en US$250 millones hasta llegar a cero en 2030. Estas transferen­cias, de nuevo, se presentan como referencia. Van a estar supeditada­s al sistema de “pass-through” a la tarifa de los usuarios de las variacione­s de los precios de los combustibl­es de generación que las partes acuerden.

Los detalles sobre cómo se remunerarí­a al administra­dor privado, sea con participac­ión accionaria o con un retorno (y recuperaci­ón) sobre la inversión realizada más honorarios de administra­ción, emanarían de una licitación pública, abierta y televisada bajo un sistema de subasta inversa o en reversa siguiendo los principios de la subasta de Demsetz (1968), que permita al Gobierno obtener la participac­ión de un suplidor del servicio (inversioni­sta-administra­dor) que reúna los requisitos mínimos (“floor on bids”) y oferte el precio más bajo posible. Los beneficios del sistema de subasta en reversa fueron comprobado­s en las primeras compras de carbón realizadas para la Central Termoeléct­rica Punta Catalina cuando era administra­da por Jaime Aristy Escuder, lo que llevó a su nuevo administra­dor, Celso Marranzini, a restaurarl­o como sistema para la adjudicaci­ón final del contrato de suministro.

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