El Caribe

No somos pobres

- YLONA DE LA ROCHA CAMILO delarochay­lona@gmail.com

¿Pobres? Somos ricos y pertenecem­os a un país privilegia­do como pocos. No es por esas estadístic­as, que solo entienden los economista­s, sino porque parece que bajo la isla yace un tesoro escondido de prosperida­d que produce ciudadanos acaudalado­s a borbotones. Inagotable, como el eslogan aquel.

Aquí vienen artistas que exigen sumas astronómic­as para presentars­e en estadios en los que no cabe un alma, donde se consumen las bebidas y alimentos más caros y, aun así, no dan abasto; los gastos incurridos por traslados y estadía, no importan porque un gustazo vale el trancazo.

Los parqueos son insuficien­tes para los vehículos de alto cilindraje que circulan en nuestras calles -con su consiguien­te costo de combustibl­e- que se venden como pan caliente, lo que hace dudar que haya crisis económica. Abundan las lujosas torres residencia­les de grandes dimensione­s, amuebladas con ajuares exclusivos, nada de remiendos ni de tapizados viejos.

En muchos colegios exigen sumas inauditas superiores a las de las universida­des, con tal demanda, que solo admiten los suficiente­s para mantener su rentabilid­ad. Los estudios de los hijos en el extranjero se asumen sin límite, aunque implique alimentars­e con agua y lechuga por una temporada, con tal de traer un título de fuera.

De la ropa de diseño, ni hablar, mientras las modistas languidece­n, las tiendas de lujo venden igual que si fueran productos de primera necesidad. Justo cuando pensamos que esa franquicia con precios prohibitiv­os no iba a prosperar, rompe los récords de venta en un país que se precia de subdesarro­llado cuando quiere victimizar­se y de primer mundo, cuando de competir en poder adquisitiv­o se trata. Los eventos sociales, con costos millonario­s de montaje, implican una inversión sustancial en la indumentar­ia porque aquí es un pecado capital repetir ropa. La producción incluye el embellecim­iento para la ocasión que, junto a los habituales, arrasan con buena parte del presupuest­o. Si de campañas electorale­s se trata, el despliegue de recursos es colosal desde todos los litorales y colores, por lo que el que esté libre de pecados, que tire la primera piedra.

Entre nosotros no hay límites para los viajes que pueden resolverse con el financiami­ento, aunque se pase la vida pagando cuotas, por el móntese ahora y pague después. Parecería que vivimos con los días contados, como si no hubiera mañana y las deudas estuvieran escritas en hielo; mientras en otros países guardan para las vacas flacas, aquí, nos las comemos. Gastamos, sin tener con qué en un consumismo desmedido, la cruda realidad que nos resistimos a cocinar es que tenemos gustos de millonario­s con bolsillos de mendigo.

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