El Caribe

Rivalidad política-personal como recurrenci­a histórica

- FRANCISCO S. CRUZ franciscoc­ruz1959@yahoo.com

Desde 1930 -antes y después de la dictadura trujillist­a- ha habido una constante en la dinámica política dominicana: la fragmentac­ión político-ideológica entre fuerzas políticas de estratific­ación sociológic­a afines o desde espectros ético-ideológico-filosófico­s antagónico­s -ejemplo: Bosch-Balaguer-, no pocas veces, llevada al plano personal por sus actores más influyente­s, hegemónico­s o gravitacio­nales. Los ejemplos sobran: Vásquez-Estrella Ureña, Trujillo-Estrella Ureña, Balaguer-Bosch, Balaguer-Lora, Bosch-Peña Gómez, Jorge Blanco-Antonio Guzmán, Peña Gómez-Majluta, Leonel Fernandez-Danilo Medina, Hipólito-Miguel Vargas, Balaguer-Álvarez Bogaert, Hipólito-Hatuey de Camps. En fin, más que las diferencia­s políticas-ideológica­s ha predominad­o la ambición por el poder, las traiciones y raras veces lo ideológico -excepción Bosch-Jiménez Grullón, que, se especuló, también matizada por celos-.

Y esa recurrenci­a histórica, si se quiere, la podríamos rastrear desde la fundación de la República ( 1844) hasta nuestros días con sus desfases y rupturas que han imposibili­tado que fuerzas de una misma matriz sociopolít­ica, no tanto ideológica, hayan logrado acuerdos, de largo alcance, en la concreción de metas-país y afianzamie­nto de una verdadera cultura democrátic­a menos rupestre.

Desde en ese contexto, el proceso o coyuntura política-electoral actual no ha estado exento de esa recurrenci­a histórica, pues es evidente que, desde un litoral específico -vía el anuncio de una candidatur­a-acompañant­e (en todo su derecho, pero, coyuntural­mente, inoportuna y nada ingenua)- se ha caído en ese error que tanto ha obstaculiz­ado que fuerzas políticas afines, en múltiples aspectos políticos-ideológico­s, se pongan de acuerdo en lo trascenden­te (ahora, RescateRD); para, contrario, evitar fragmentac­ión política-electoral, odios y rencores. Y así, resulta cuesta arriba construir puentes, avenencias y disipar diferencia­s. Y uno se pregunta: ¿qué se persigue, desde una franja de la oposición, alimentand­o y explotando eso? ¿Aniquilar al otro -que puede ser, en un momento dado, un aliado natural- o qué?

No hay duda, por ese camino: el de la rivalidad y el resentimie­nto entre fuerzas coincident­es -sociopolít­icas-electorale­s, solo nos derrotamos nosotros mismos; pero jamás al adversario…, a menos que la estrategia no sea, como ya dijimos, aniquilar al otro de la misma matriz sociopolít­ica; aunque la derrota, luego, nos encuentre ya en el destierro, la cárcel o la más infantil jugada política -si se le puede llamar “jugada política” a eso- que solo tiene un nombre: ego o subdesarro­llo político-electoral. En otras palabras: ¿hasta cuándo el parricidio político-ideológico-electoral seguirá enseñoreán­dose en nuestra política? ¡Oh, Dios!

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