El Caribe

Anécdotas del presidente Heureaux (1)

- NÉSTOR ARROYO nestor_arroyo@hotmail.com

Una anécdota podría no ser trascenden­te. Otra podría sintetizar una época. Las anécdotas, con lo que tienen de picardía y enseñanza, quedan más en la memoria que el frío dato histórico y la posible certeza de los hechos. Incluso, aunque no se tenga total confianza en la veracidad de las mismas.

Que se recuerda más, el peso histórico que significab­a empezar una guerra civil en Roma, o la frase, quizás no tan cierta, de que la suerte de César estaba echada al cruzar el riachuelo que, según Montanelli, no llegaba a mojar el tobillo de los caballos.

En el país, nuestros presidente­s no se quedan atrás. También tienen su anecdotari­o.

Nuestras anécdotas muestran, en muchos casos, la fortaleza de nuestros “hombres públicos”, normalment­e “hombres fuertes”, por lado; y la creativida­d para salir de los apuros del dominicano, por el otro.

Las de la Primera República enseñan enormement­e sobre aquella etapa. Las de Trujillo y Balaguer, de su lado, dominan el siglo XX. Aunque, personalme­nte, prefiero las del presidente Heureaux, Lilís.

Las anécdotas del tirano están recogidas en múltiples libros, artículos y ensayos, uno de estos, de los más finos, completos, mejor escritos y de poca extensión, es el libro de Horacio Blanco Fombona: El tirano Ulises Heureaux o veinte años de historia tenebrosa de América (113 páginas).

Horacio Blanco Fombona fue un periodista e intelectua­l venezolano que vivió en el país en varios momentos históricos, combatió con su pluma, de nuestro lado, contra la primera intervenci­ón militar norteameri­cana (1916-1924). El Archivo General de la Nación publicó un texto que reúne muchos de sus artículos de luchador internacio­nalista por la libertad: Crímenes del Imperialis­mo Norteameri­cano, (182 pp.).

En su libro sobre el presidente Heureaux, el intelectua­l venezolano, en las páginas 66 y 67, refiere la siguiente anécdota: “Humillació­n se escribe con H? Un dominicano, desde el destierro, atacó por la prensa al déspota y fraguó planes para derrocarlo. Cansado de su vano empeño solicitó y obtuvo amnistía. Le recomendar­on que tan pronto como llegara a Santo Domingo, fuera a Palacio. Así lo hizo.

Le pasaron al despacho del presidente, quien trabajaba en su escritorio. El recién llegado estuvo de pie como una hora. Al cabo pregunta Lilís a don Teófilo Cordero: -Humillació­n se escribe con H, don Teo? -Con H, presidente.

Lilís termina su trabajo. Alza la vista y se da cuenta de quien está en su despacho. Se dirige a él afablement­e. Le brinda asiento. Comienza la entrevista…”.

Otra anécdota de las muchas anécdotas que describen la “ironía lilisiana”, es: “La espalda al enemigo”. Lilís conversaba con cierta amiga de pie, en la acera frente a la ventana. X bajaba La Cuesta de Vidrio. Lilís informa a la dama: ese que viene ahí es otro de mis encarnizad­os enemigos, sin haberle hecho yo nada. En tanto X se acercaba, Lilís fue dándole la espalda lentamente.

La amiga reconvino a Lilís por despreocup­arse en esa forma ante un enemigo encarnizad­o.

No hay peligro, replica Lilís. Ese hombre es muy valiente y ha jurado no matarme sino cara a cara. Era una ironía lilisiana. X tenía bien ganada fama de no ser un Bayardo”.

Como diría un amigo: se pasaba Lilís.

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