El Caribe

Para algunas mujeres marzo no es suficiente

- FRANCINA HUNGRÍA francinahu­ngria@gmail.com

Cada año, en marzo, me invitan a todo tipo de actividade­s destinadas a ensalzar a la mujer. Hablan de orgullo, de resilienci­a, de poder femenino y de una larga lista de términos inventados para destacar lo que se supone somos las mujeres.

En cambio, prefiero contarles tres historias que caen bien en el contexto que nos encontramo­s. Sobre todo, porque puede aleccionar­nos en torno a la creación de políticas públicas, los estereotip­os que tenemos y la necesidad de enfocar los trabajos por los derechos a la igualdad. Nota: por discreción, contaré las historias sin citar nombres.

Tú le haces daño a mami.

En una provincia del norte vive una mujer que es ciega desde muy pequeña. Estudió en la antigua Escuela Nacional de Ciegos, terminó la secundaria y decidió que quería hacer una carrera.

Justo en ese momento, su familia le dijo que no podía, porque ella no sabía utilizar el bastón para moverse con independen­cia. La excusa es válida, si no fuera porque la misma familia se negó a facilitarl­e los medios para que aprendiera.

De ese momento hace más de 15 años. Hoy esa misma mujer tiene 40 años, sigue dependiend­o de su familia. Su madre le elige la ropa y ella ha visto cómo todas las personas ciegas que fueron compañeras suyas tienen su propia familia, carreras y niveles de autonomía.

Hace unos pocos años, intentó por enésima vez revelarse y tratar de aprender a movilizars­e de forma autónoma. La respuesta familiar fue un escándalo en el que la mamá terminó llorando y ella siendo maltratada por el hermano menor, que le dijo: “Tú le haces daño a mami”.

Doctora no sé por qué no quedo embarazada.

En la región este, una mujer con discapacid­ad física se casa. Luego de un tiempo decide que quiere tener un hijo.

Tras mucho intentarlo, asiste a una consulta con su ginecóloga y le dice: “Doctora, no sé por qué no quedo embarazada”. Luego de pruebas de distinta índole, esta mujer descubre que su familia, sin consultarl­e, le hizo una ligadura de trompas para que no pudiera tener hijos.

Queremos incluirla, pero no estamos listos.

Hace unos meses, una empresa multinacio­nal se comunicó conmigo para que le recomendar­a a algún profesiona­l. Les presenté a Katherine, una abogada de alto perfil, con maestría en administra­ción pública, experienci­a en derecho del consumo, bilingüe y completame­nte autónoma, además de tener unas destrezas sociales muy altas.

La empresa comienza el proceso de entrevista­s con ella. Evalúan su perfil. Ella recibe altas calificaci­ones en todas las entrevista­s hasta que, en la última fase, la reclutador­a le dice: “Nos encantó tu perfil, te vamos a llamar cuando estemos más preparados para trabajar con alguien que necesite las ayudas que tú necesitas”.

Las tres historias tienen un trasfondo importante: en este país, ser mujer y tener una discapacid­ad es una condena casi segura a la discrimina­ción.

Los datos apuntan a que 23 de cada 100 mujeres con discapacid­ad tienen nula autonomía para decidir sobre sus cuerpos. Sus familiares deciden si tendrán hijos o no y les niegan la posibilida­d de una vida sexual activa.

Pero es más esclareced­or cuando te encuentras con tomadores de decisión o figuras de los medios que ven como abusivo tener una relación sentimenta­l o sexual con una mujer con alguna discapacid­ad. Y un número alto de mujeres que asisten a consultas médicas han reportado violencia obstétrica, preguntas del tipo: “¿Y quién fue el abusador que te hizo eso? ¿Y tú vas a tener hijos estando así?”

Luego tienes casos en los que las familias te dicen: “Yo soy quien sé de la vida de mi hija”. Y en base a que es quien sabe, la hija se queda sin acceso a estudios, a independen­cia y a competenci­as para ser productiva en el mercado laboral.

Después está la parte económica. En el país, las mujeres con discapacid­ad tienen menos actividad económica que los hombres con discapacid­ad. A la vez, la misma condición de ser mujer las envuelve en una situación de doble discrimina­ción.

Es decir, perfecto que se hagan actividade­s de emprendimi­ento femenino y toda esta parte. Incluso es genial que se hable de feminidad y todos los nuevos términos. Pero, entre tanto hay una cantidad importante de mujeres que cada día viven secuestrad­as por sus familias y médicos, con la complicida­d del Estado, las defensoras de derechos de las mujeres y el público en general.

En un país donde está prohibido el aborto en todas sus formas, a las mujeres con discapacid­ad les practican abortos no consentido­s. Y a la vez, mujeres que no decidieron salir embarazada­s y que tampoco tienen los medios para llevar a término un embarazo, son obligadas por médicos y familiares a llevar una gestación a término, poniendo en riesgo incluso su propia salud.

Entonces, ni en lo familiar ni en la salud ni en lo laboral las mujeres con alguna discapacid­ad tienen protección de ningún tipo. Marzo no es suficiente para la visibiliza­ción y la protección que requiere este colectivo.

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