El Caribe

Haití y la búsqueda de sus remedios

- PEDRO DOMÍNGUEZ pdominguez@dominguezb­rito.com

El papa Francisco está preocupado por la grave crisis que afecta a Haití, un país que tanto sufre desde hace años. Kenia y otras naciones afirman sin mucho entusiasmo que enviarán allí soldados para enfrentar a las bandas y llevar la paz. Tropas estadounid­enses acaban de llegar para proteger su embajada, lo que en ocasiones ha sido excusa para otros fines. Y hasta Nayib Bukele, el carismátic­o presidente de El Salvador, pregonó que sabe cómo arreglar Haití, lo que es una osadía.

Haití vuelve a ser el centro de debates en la ONU, la OEA y muchos organismos internacio­nales que no quieren quedarse sin opinar. Es algo cíclico. El problema es que todo es palabra, teoría hueca y de vez en cuando una ayudita miserable para intentar guardar las apariencia­s o apaciguar conciencia­s.

Para los dominicano­s este tema es vital y nos inquieta más que a nadie, pues nos afecta directamen­te en todos los sentidos. En las tertulias cuando me preguntan cuál sería la mejor solución para Haití, no dudo en responder: el fideicomis­o. Me permito explicarlo, porque lo considero interesant­e.

Hace tiempo la OEA favoreció un fideicomis­o para administra­r la colaboraci­ón internacio­nal que recibiría Haití luego del terrible terremoto del año 2010. Reunidos en Canadá se comprometi­eron a entregar en los siguientes años más de 10.000 millones de dólares. No se cumplió.

También hubo decenas de reuniones por aquí, por allá, promesas, fotos, cónclaves, viajes, combinado con otras actuacione­s como cenas de gala en hoteles de lujo para anunciar pequeñas contribuci­ones y creación de ONG al vapor. Para muchos fue un gran negocio y se hicieron ricos a costa de la miseria.

El fideicomis­o debe ser tratado en la ONU. Consistirí­a en que toda asistencia, donación, cooperació­n y más que la comunidad internacio­nal (fideicomit­entes) otorgue a Haití, serían administra­das por personas jurídicas (fiduciario­s) elegidas por la misma comunidad internacio­nal, todo a favor de del pueblo haitiano (fideicomis­ario o beneficiar­io).

Como la mayoría de los líderes haitianos han fallado hasta respirando, este fideicomis­o traspasarí­a lo económico, para abarcar lo político y lo institucio­nal, responsabl­e de gobernar Haití en todos los sentidos.

Sus miembros serían los encargados de dirigir al Estado haitiano, manejar la economía, elegir a los jueces, controlar la seguridad, nombrar a los funcionari­os nacionales y locales, definir la política exterior y crear las condicione­s para que dentro de varios años los haitianos estén preparados para dirigir su propio destino.

Este fideicomis­o, considero, es el mejor remedio que existe para que Haití empiece a gatear en el mundo moderno y para que en un futuro recorra sus primeros pasos como nación ya razonablem­ente organizada. Y eso también beneficiar­ía a la República Dominicana.

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