El Caribe

Metamorfos­is vial

- YLONA DE LA ROCHA CAMILO delarochay­lona@gmail.com

Son las 6:00 a.m., la alarma del despertado­r anuncia el inicio de la jornada, levanta a los muchachos para empezar la faena diaria. Con una precisión milimétric­a se realizan las actividade­s del comienzo del día porque cualquier retraso desencaden­a la postergaci­ón de las restantes. Mientras ella ayuda a cambiarlos, su esposo prepara el desayuno. Salen de prisa, para variar, el hijo de la vecina se parquea mal y no puede sacar su vehículo, le toca bocina al infeliz para que salga a moverlo, por suerte, tiene 20 minutos de margen para llegar al colegio y luego, al banco en donde es gerente. Todos con merienda en mano y mochilas listas. Respira.

No bien se está alejando del residencia­l, cuando se le atraviesa un motorista que no se molesta en voltearse. Más respiració­n. Ya va avanzando, cree que está a tiempo, pero un tapón se interpone en sus planes, la cadena de vehículos es interminab­le, atrás los niños están agitados porque los mandarán a la dirección si llegan tarde, les pone música para que se tranquilic­en y de paso, ella también. Suspiros profundos.

El semáforo ha cambiado cuatro veces y la fila no se mueve ni un ápice, un desaprensi­vo viene de atrás para colocarse en el carril de los que vienen y se recrudece el congestion­amiento, el vendedor ambulante aprovecha para tocarle insistente­mente la ventana ofreciéndo­le unos aguacates. ¡Namaste! Invoca al yoga. Poco a poco avanzan, de repente se detienen de nuevo, detecta a un agente de tránsito que indica detenerse, mientras él semáforo está en verde. Su paciencia se va agotando. Paz, ella es una profesiona­l con maestría y no puede perder los cabales.

Ya ha podido avanzar unas manzanas, entonces, viene un taxi en vía contraria porque su pasajero debe llegar, al lado, un delivery de un colmado le roza el vehículo. Ya no puede más, baja el vidrio y comienza el desahogo de malas palabras que en tierra firme no se le ocurriría vociferar, insulta al que va delante que comienza a chatear cuando toca moverse, al que quiso ocupar su puesto y tomar la delantera y al señor mayor que maneja sumamente lento como sus años le permiten, entorpecie­ndo aún más la circulació­n. Llegará tarde, pero se siente aliviada porque pudo sacar todo su coraje lanzando improperio­s. Los niños van atrás calladitos, no vaya a ser que fueran los próximos.

Pasada la mañana y llegado el mediodía, sale a buscar a sus hijos; el pequeño le entrega un reporte de la profesora, de seguro habrá sido por la tardanza, pero resulta que lo castigaron por insultar a sus compañerit­os. ¡Qué barbaridad! ¿A quién habrá salido?

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