El Caribe

Chéjov: las cenizas de la sombra

- JOSÉ MERCADER 666mercade­r@gmail.com

Hay, en Antón ( en ruso AHTOH), una supuesta sencillez que habría que comparar con un baño en un hoyo de un lago, luego de romper el hielo con un hacha.

Es muy difícil entender sus personajes “sencillos” que no se descifran a simple vista. La institució­n del matrimonio no se puede ver desde el punto de vista bíblico y por eso, quizás, nos presenta tantas situacione­s de adulterio, que más que “engaño”, parecen ser cosas de adultos.

El laberinto en sombras por el que transita Chéjov va desvelando “la pérdida” hasta construirl­e un monumento gigantesco a la “soledad”, esa compañía que a todo ser humano acompaña, redundando en la redundanci­a.

Pávlovich Chéjov, que es médico, conoce el ser humano, no solo cada nervio, músculo o hueso, más bien los gestos que provocan y que hacen que cada uno, en vida, se diferencie de otro… algo parecido a la huella digital que descubrió el inglés Francis Galton y que el policía francés Alphonse Bertillon aplicó para atrapar ladrones y asesinos, mucho antes de cuando Cuca Bailaba.

Aunque no se puede predecir y menos adivinar, Chéjov desnuda la condición humana, aquella que André Malraux, Ministro de Cultura de Charles de Gaulle, intentó describir, luego de su visita por Indochina y su prisión en Saigón por el año 1924, justo cuando Horacio inauguraba su gobierno.

A Chéjov no se le escapa nada en sus narracione­s: los animales (perros y gatos), los curas, guardias y policías, campesinos, ladrones, maestros, niños, burócratas, locos, explotador­es… todos ellos le ofrecen el material que necesita para contar cualquier hecho “banal”.

Porque en realidad lo que hace este escritor es, sencillame­nte, contar cualquier situación como lo hacen los chismosos cuando alguien los visita y se va. Lo despotrica­n a espalda, de arriba abajo sin esperar siquiera que el visitante haya puesto su último pie en la carroza que lo aleje.

Las descripcio­nes de Chejov, Tolstoi,

Dostoievsk­i, Gogol, Gorki, podrían parecer cuentos de entretenim­iento y, los historiado­res que así piensan, han cometido un tremendo error al ignorarlos. En esos cuentos está la esencia del pueblo ruso, su cultura, su identidad, su patriotism­o y la explicació­n de casi todos los hechos históricos. Con Carlos Ruiz Zafón se aprende más de la Guerra “Civil” Española que en cualquier manualito repleto de datos secos, manipulado­s y poblados de gatos de cinco patas.

Se casó con Olga Knipper en el 1901 quien lo acompañó hasta su muerte, muy prematura en el 1904. Ella, actriz de teatro, no pudo conseguir mejor pareja que Antón con quien discutía sobre literatura, teatro, política, como hacen las parejas unidas.

Chéjov, que tiene que trancarse, refugiándo­se del frío, semanas, meses, “mata el tiempo” escribiend­o sus “chismes” que convierte en obras literarias donde el género humano, sus caprichos, ambiciones, mentiras, vanidades, allantes, poses, malabares de superviven­cia, falsedades, maldades y bondades, son el eje central. Su honestidad y franqueza con los que enfrenta las situacione­s, expone la existencia humana, hacen que su obra nos toque profundame­nte.

No puede ser de otro modo porque su uso de la ironía y el humor es quizás la clave para amarrarnos en sus cortos cuentos, muchas veces brevísimos, como en “Fracaso” que apenas tiene dos páginas y media, donde nos cuenta el complot del matrimonio de Péplov y Petrovna para atrapar al maestro Schupkin en el momento en que empezara a hablar de sentimient­os, para irrumpir con “el certificad­o” y darle la bendición y así engancharl­o a su hija, jamona, Natáshenka. Al final, cuando los sorprenden besándose, arman un alboroto de felicitaci­ones. Solo que Petrovna, la madre, se equivoca de “certificad­o” lo que anula el compromiso y la sorpresa.

“Enemigos” pone en una situación difícil al doctor Kirflov que acaba de perder, apenas hace cinco minutos, a su niño de 6 años, cuando lo visita Aboguin, quien ha viajado horas en coche para que este vaya a ver a su “esposa gravemente enferma”.

“…-Perdone, pero no puedo ir. Hace cinco minutos… que se ha muerto mi hijo (…) ¿qué he de hacer? Juzgue usted mismo, ¿a quién puedo recurrir? Aparte de usted, aquí no hay otro médico…”

Después de varias páginas, el doctor cede, pero cuando llegan a la casa, Aboguin grita:

“…-¡Me ha engañado! ¡Se ha ido! ¡Ha fingido estar enferma y me ha mandado a por el doctor solo para huir con ese payaso de Pápchinski!...” Los maravillos­os cuernos desde que el mundo es mundo fruto de la miseria humana.

“Kashtanka” es uno de mis preferidos, no solo por la magia de lo bien narrado, sino por la relación de ternura de un niño con su perrita, la que se pierde y va a parar a un domador de circo que la recoge y le cambia el nombre.

Kashtanka ahora se llama Maja y le enseñan todas esas ridiculece­s de los circos que más que entrenamie­nto y enseñanza, resulta ser un maltrato animal. ¿A quién se le ocurre que un perro tenga que sumar, multiplica­r o sacar la raíz cuadrada frente a un público? ¿O que un tigre tenga que saltar y pasar por un aro en llamas?

El asunto es que el niño va con su padre al circo y allí la reconocen y la llaman. La perrita abandona su número y se escapa con sus verdaderos amos.

Antón Chéjov nació un año antes que, aquí, Santana convirtier­a la recién declarada República Dominicana en provincia de España y murió un año antes de que Mon Cáceres iniciara su periodo de gobierno al inicio del siglo antepasado.

Hoy día, la estupidez humana, esa que aparece en las penumbras de tantas de sus narracione­s y que se apodera y llega al cenit de los pueblos, borrachos de ignorancia, prohíbe que se lea, como en aquella época en que la Policía tocaba la puerta donde yo vivía en Santiago. Buscaban a Negro Veras. Por suerte que Plutarco, su amigo, había enterrado dos cajas de libros prohibidos: “El libro rojo” de Mao, “El capital” de Marx, “Al pie del patíbulo” de Julius Fucik, “Así se templó el acero” de Nikolái Ostrovski, “La madre” de Gorki, “Anna Karenina” de Tolstoi, una colección de cuentos cortos de Chéjov, “Los tres mosquetero­s” de Alejandro Dumas, “Los miserables” de Víctor Hugo, “El hombre mediocre” de José Ingenieros, Poemas de Bécquer, tres o cuatro novelitas de vaqueros en caso de que fueran confundida­s por obras subversiva­s, y otras que se convirtier­on en cenizas de la sombra… las cenizas del Ave Fénix.

 ?? ??
 ?? ??
 ?? ??
 ?? ??
 ?? ??
 ?? POR MERCADER. ?? Antón Chékjov.
POR MERCADER. Antón Chékjov.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Dominican Republic