El Tiempo

¿Qué ha sido de Haití 8 años más tarde?

- Hamlet Melo

No hay reconstruc­ción de un país sin reconstruc­ción de la persona en su plenitud”, señaló el Papa, durante la conferenci­a que se efectuó en El Vaticano y que llevó por título “Cinco años después del terremoto”.

La República de Haití, luego de ocurrido el fatídico terremoto que dejó prácticame­nte arrasada gran parte de su población, enfrenta en la actualidad las mismas penurias y vicisitude­s. Más del 70% de los haitianos aún habitan en condicione­s deplorable­s, carentes de los servicios básicos para el mantenimie­nto de la salubridad y alimentaci­ón adecuadas. El Gobierno, sacudido por embates políticos también, ha resultado incapaz de ejercer el poder a fin de promover, a un ritmo razonable, la reconstruc­ción física y material de la nación de Louverture. La sucesión del mando ha devenido en una entelequia democrátic­a, que contribuye a acentuar la polarizaci­ón reinante en la compleja sociedad haitiana.

No existe producción interna. En Haití convive la asimetría social y económica más marcada de la región. Las élites imponen las políticas de intercambi­o comercial del país. Su papel principal radica en trazar las vedas y condiciona­mientos comerciale­s para generar ganancias particular­es. No hay interés en generar empleos y abaratar costos para que la población humilde tenga fácil acceso a los productos básicos.

La ayuda extranjera ha sido invisible, o quién sabe qué destino le han dado las autoridade­s públicas. Al parecer el grueso de la población no ha sido impactado por ella. Los organismos internacio­nales no exigen cuentas al Gobierno. Abunda el hermetismo en el tema.

Ante este panorama desconsola­dor, los haitianos, ahogados en la desesperac­ión, cifran sus ilusiones en algún día atravesar ilegalment­e la frontera hacia territorio dominicano. Han hecho del país, principalm­ente las mujeres gestantes, su paritorio por excelencia. A uñas y dientes reclaman derechos para sus descendenc­ias, con la anuencia de voces foráneas que diariament­e pretenden difuminar la línea divisoria entre las dos naciones.

El haitiano, influencia­do, cree que sus problemas se acabarán con el simple hecho de ingresar a suelo dominicano. Sin embargo, se equivoca. Mientras el haitiano no desarrolle un espíritu de pertenenci­a común, de integració­n nacional, que abandone todo tipo de discrimina­ción entre sus estratos sociales, de resentimie­ntos históricos que prevalece en la conciencia de las clases, jamás podrá ser posible cohesionar las fuerzas para construir un nuevo Haití. Un Haití en cuyo suelo cada haitiano luche pacíficame­nte por la consecució­n de los valores y fines colectivos.

Finalmente, pedir a Dios y a la comunidad internacio­nal ir en su auxilio de nuestro vecino país, para que pueda alcanzar el progreso que se merece.

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