El Tiempo

El árbol que no daba frutos

- ERNESTO RIVERA (DUKE) redaccion@editorabav­aro.com

Yme sigue contando. Tú lo ve así pero ese viejo e freco mucha vece. Mira esa foña que vive allí se acueta con él y yo le digo que no sea tan asqueroso que esa mujer hata foña é. Y tú sabe lo que me dice ese buen freco. Que ella e foña de arriba pero no de abajo.

Al día siguiente seguimos camino hacia Las Guamas en el mismo camino de Nisibón; allí había una capilla dedicada a Santa Lucía la cual era atendida precisamen­te por el papá de uno de los monaguillo­s que andaba con nosotros y este señor a pesar de ser de la ciudad y tener a su familia allí bien constituid­a se había ido a vivir al campo y parece que se aplatanó demasiado.

El caso es que al llegar el Señor Obispo pidió un vaso de agua y el anfitrión le dijo que el agua estaba bien caliente porque la nevera no conjola. El hijo avergonzad­o le corrige que no se dice conjola sino congela. Y el papá le responde con mucha autoridad: Qué viene tu a háblame a mí pendeja, como si no fuera lo mimo miao que orine.

Indudablem­ente Monseñor Beras era un hombre muy gordo y grande y el mismo anfitrión le había prepa- rado una especie de tarima fuerte pero muy rústica cubierta con un colchón de hojas de plátanos.

Cuando mi padre vio aquello indudablem­ente tuvo que reírse y le preguntó que significab­a aquello a lo que él le contestó que era la cama del Obispo.

Pero es que tú te estas volviendo loco hombre de Dios, le dice mi papá, y él le contesta: Bueno, pero e que según el pájaro ejel nío.

Todas estas notas y muchas más que parecen no tener importanci­a son cosas de nuestro folclor anotadas con mucho cuidado y conservada­s “en una libretica” a buen resguardo que un día verás a la luz pública.

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