Una llamada a la sensatez
Los tiempos no son fáciles para ningún país del mundo. Con urgencia tenemos que sanar las diferencias y conciliar diálogos sinceros, cuando menos para generar atmósferas más armónicas, comprensivas y tolerantes. No tiene sentido volver a cometer los errores del pasado. Las guerras no las gana nadie. Ni los vencedores que suelen humillar al rival derrotado imponiendo sus furias, ni tampoco los vencidos suelen quedarse en reposo tras una confrontación bélica.
Es la sensatez la que nos hace comprender la esencia de lo que somos, la que nos serena y nos hace más humanos, la que nos obliga a entendernos y a promover, no la ley del temor, sino el espíritu de la compasión. En consecuencia, hemos de aprender a perdonarnos y a reconocernos miembros de una familia, en la que no es posible la exclusión. Quizás tengamos que madurar, organizarnos la existencia de otro modo, dignificarnos y realzarnos como linaje auténtico, lo que exige despojarnos de toda falsedad. Igual que nadie puede ser moderado con el estómago vacío, tampoco es de recibo dejarnos engañar a nosotros mismos, con un cúmulo de estrategias corruptas, lo que nos obliga a despertar, al menos para que cese de propagarse tanta injusticia, tanta desigualdad social, tanta inhumanidad en definitiva. De ahí, lo importante que es hacer una llamada a la reflexión, una autocrítica cada cual consigo mismo, para ese cambio de perspectiva, menos tensa y más pacífica.
No olvidemos que la mayor agitación social tiene que nacer del desprendimiento, no del interés, de la sabiduría que da un soplo respetuoso y considerado con toda savia humana.