El árbol que no daba frutos
No era mi enemigo (1)
Era una oprobiosa mañana de mayo de 1965 en la ciudad de Santo Domingo. El sol no había bajado a ver su cara todavía a ese de la media mañana y una tensa calma arropaba a la llamada Zona Constitucionalista, ubicada en todo lo el casquete colonial, y donde está situado el viejo hospital Padre Billini.
Aquella tensa calma y aquellas nubes oscuras contribuían en mucho a soliviantar los ánimos y a aumentar el nerviosismo de aquella parte de la ciudad de por sí tensa y cercada por todas partes por un corredor y una alambrada detrás de los cuales estaban apostadas las llamadas Fuerzas Interamericanas de Paz, grupos de soldados de distintos países, cuyos gobiernos se prestaron a legalizar aquel nuevo atropello de una nación poderosa contra una débil a la que ya había abusado en otras ocasiones.
Triste mañana aquella, y aunque la geste estaba acostumbrándose poco a poco a la situación de aquel estado de guerra en una zona asediada, donde la escasez de todo se va haciendo sentir insoportable y no se permitía entrar nada que pudiera aliviar la situaEl cada vez más precaria. La gente, aunque sufría, soportaba estoicamente, mientras las autoridades sostenías negociaciones a fin de buscar la salida a aquel impase.
La guerra lo había trastornado todo. Parte del pueblo luchaba, temía, sufría y se desesperanzaba. En el viejo hospital Padre Billini, único ubicado en la zona, escaseaban los médicos. Casi todos se habían marchado a sus casas en zonas menos peligrosas; aunque algunos del interior, perseguidos en sus pueblos por sospecha de comunismo, que era la bandera enarbolada para justificar aquel atropello, llegaron allí a buscar refugio y, a la vez, a prestar sus servicios.