La segunda parte
Ella había cumplido veintiuno y él ya contaba con veintidós. Cuentan las hadas y los duendes que él ya había cumplido su misión. Ella había recobrado la confianza en sí misma y se valoraba más como mujer. Él la colmaba de atenciones y la hacía caminar sobre nubes de algodón, sin ataduras, sin títulos ni nombres. En una oportunidad, él le reveló el deseo de un futuro juntos y ella, nerviosa y algo dubitativa, selló sus pensamientos con un “es muy pronto para pensar en todo eso”. Él, simplemente se dejó llevar.
Aquel diciembre de cambios y nuevas emociones, él reunió a sus padres divorciados, cada cual con su nueva familia, para recibir el año juntos. Ella también fue, después de las doce. Él mismo la fue a buscar a su casa. Ella, ansiosa, lo esperaba, después del cañonazo.
Un viernes once de mayo, ella fue a una fiesta en casa de unos amigos y él, como trabajaba hasta tarde, decidió salir con los suyos. “¿Puedo salir con una ex novia?”, le preguntó. “Tú puedes salir con quien tú quieras. Nosotros no somos nada”, le contestó ella. Al regresar solo a casa, de madrugada, él sufrió un accidente automovilístico y no sobrevivió. Ella supo la noticia al día siguiente, al regresar de su fiesta, caminando por la misma vereda en la que se habían reencontrado, un año atrás. La llevaron abrazada hasta su casa. Había aprendido muy bien a controlar sus emociones. Caminó lentamente, mientras corrían las lágrimas por sus mejillas. Llegó a casa y sólo entonces, gritó de dolor y desesperación.
Pasaron meses, usando blanco, negro o gris, hasta que un día de junio, alguien le habló por teléfono: “No soy muy bueno para estas cosas, pero si quieres salir a tomar un café a las doce de la noche, iré contigo y si quieres salir a gritar, te acompaño”. Entonces, las hadas y los duendes le susurraron al oído: “la vida es una sola y sigue”. Y así, ella creyó escuchar violines que se unían al melódico sonido de una guitarra y al tarareo de una viejita de Silvio Rodríguez: “En estos días…”