Antología de la poesía higüeyana
Uno de nuestros más inspirados vates, cuyo nombre verdadero era Fernando Antonio Valdez Pérez, nació el día 30 de mayo de 1899. Hijo de don Antonio Valdez Lovelace y Teresa Pérez Marcano.
Su primer maestro fue Dionicio Arturo Troncoso (Don Chucho), conocido educador, y el grado de preparación intelectual que alcanzó dejaba sorprendido a quienes tenían la ocasión de tratarlo.
Dicen que su elocuencia era tal, que podía emular a un tribuno romano. Dicen que el presidente Horacio Vásquez lo escuchó en una alocución en la que le dio la bienvenida al club Unión Dueyana, y gratamente sorprendido le prometió enviarlo a París a continuar sus estudios, lo que no pudo ser porque le sorprendió la muerte en la flor de la juventud.
Llamado cariñosamente Toñé, algunos de sus contemporáneos lo describían como un amigo entrañable y sincero, de palabra e inspiración fácil, por lo que resultaba una agradable compañía. Tocaba la guitarra y cantaba con una voz no brillante, pero agradable.
Fue también discípulo de José Audilio Santana, y como él, educador y poeta. Como educador, dicen que fue magnífico; como peta, fino y sensitivo. El doctor Moscoso Puello decía de él que tenía un erotismo mucho más fino que el de Apolinar Perdomo.
Contrajo matrimonio con SilveCivil ria Durán, con quien procreó a sus hijos Fernando Antonio y Teresa Amelia. Para Fernando escribió: “Los versos a mi hijo”; para ella, “A mi hija Teresa Amelia”.
Pese a su juventud, fue maestro de muchos de sus contemporáneos, lo mismo que de generaciones más jóvenes. Vivió apenas 29 años, y murió en el apogeo de su carrera poética.
Aunque no escribió libros, dejó un gran acerbo literario en las páginas del Listín Diario, así como en las revistas Panfilia, Renacimiento, Blanco y Negro, y en el Diario de Macorís.
Era una nacionalista furibundo, y cuando la intervención norteamericana de 1916, tomando como tribuna carreta tirada por bueyes, arengó y levantó el forvor patrio de la juventud higüeyana.