Un final inesperado
TCasi caída la noche del pasado lunes, cuando regresaba a Higüey, donde residía por cuestión de trabajo, una bala que salió de la nada apagó la vida de Héctor Luís Cruz Báez, mientras viajaba en un autobús de transporte público.
El proyectil que mató a este hombre irrumpió el cristal del vehículo y se alojó luego en su cabeza. Las imágenes muestran a este hombre cual si estuviera dormido, lo que es común entre quienes experimentan la dulce sensación de viajar largas distancias sin el sagrado compromiso de un volante en las manos.
Héctor Luís quizás iba entretenido escuchando música o registrando los puntos que los viajeros toman de referencia para medir el tiempo estimado de llegada. Quién sabe. O tal vez fabricando un plan mental para mudar a La Altagracia a su familia, esposa e hijos, si los tenía, como hicimos quienes optamos por vivir y trabajar en diversos quehaceres en esta provincia.
Lo único cierto es que a sus 30 años Héctor Luís murió de forma fatal, como nadie se merece, ni el más desalmado de los seres humanos. Todo ocurrió tan rápido que posiblemente muchos pasajeros se proyectaron en aquel cuerpo sin vida, ensangrentado, que yacía en un asiento convertido en lecho de muerte.
Ojalá que el final inmerecido y amargo que tuvo Héctor Luís sirva al menos para reflexionar en torno al misterio envolvente de ese concepto indescifrable llamado muerte.
Cualquiera pudo haber sido el desafortunado. Pero el turno gris de irse a destiempo fue para Héctor Luis. Ninguna investigación, por objetiva y justa que sea, será jamás suficiente para calmar a una familia con el corazón vuelto añicos en este momento de angustias y desolación.
Saber si fue una bala perdida o un atentado con fines deliberados, servirá para imponer castigo al responsable de un hecho abominable; repudiable. Determinar una cosa o la otra, es un asunto que les compete a los investigadores del Ministerio Público y la Policía Nacional.
Será sólo cuestión de tiempo, si es que existe realmente la voluntad de conocer a fondo las circunstancias que circundan la bala que lapidó esta vida útil. Mientras tanto, a los que vieron de cerca un episodio criminal poco común les queda el sabor amargo de una experiencia no deseada.
¿Por qué ocurren estas cosas? Nadie lo sabe. Hay realidades que no resisten más que simples comentarios, como este escrito. Ojalá que el final inmerecido y amargo que tuvo Héctor Luís sirva al menos para reflexionar en torno al misterio envolvente de ese concepto indescifrable llamado muerte.
Y también para ser cada vez más conscientes de lo tenue y sensible que es la vida.