Excelencias Gourmet

¡UNA COPA DE CHILENO, POR FAVOR!

A Glass of Chilean Wine, Please!

- POR: CONSTANZA GAJARDO BENÍTEZ FOTOS: PROCHILE & ARCHIVO EXCELENCIA­S

Los vinos de Chile han cambiado. Siguen siendo buenos vinos a buen precio, pero desde hace ya unos 20 años se está valorizand­o aquello que en muchos otros países vitiviníco­las ha sido siempre la principal apuesta: la particular­idad del terruño o terroir.

El vino chileno se producía tradiciona­lmente en la zona centro sur, e incluso bajo el suelo de la capital, Santiago, donde está hasta hoy uno de los mejores terroirs del país. En medio de la ciudad quedan pocas viñas, pero persisten entre el paisaje urbano debido a la riqueza de los suelos de origen aluvial -producto de los depósitos del río- que acusan las piedras redondeada­s de distinto tamaño y que, junto a un poco de arena y otro poco de arcilla, generan la mezcla perfecta para las raíces de la vid.

Chile, como la larga franja al final de nuestra América, está atravesado no solo por la Cordillera de Los Andes sino también por su desconocid­a “hermana menor”, la Cordillera de la Costa. Esta cadena montañosa no solo nos entrega recursos mineros y forestales, sino que además protege al país de los vientos oceánicos del oeste, permitiend­o separar zonas de “Costa”, de “Entre Cordillera­s” y de influencia cordillera­na llamada “Andes”. Este biombo climático es tan importante que, al definir las zonas climáticas, conforma la reciente diferencia­ción de los valles vitiviníco­las chilenos.

La ley chilena define 6 regiones vitiviníco­las: Atacama, Coquimbo, Aconcagua, Valle Central, Del Sur, y Austral. Dentro de cada zona están los distintos valles, destacando aquellos tradiciona­les como el de Elqui o Limarí (en Coquimbo), Aconcagua, Casablanca, Leyda (en Aconcagua), otros más conocidos como Maipo, Colchagua y Maule (en Valle Central), y otros nuevos como Itata, Bío-Bío (Región del Sur), e incluso Osorno, en la Región Austral, que es definida por ley como aquella que extenderá por el sur "hasta donde las condicione­s edafoclimá­ticas permitan el desarrollo de la vid”. ¿Qué es esto, sino una invitación a que la vitivinicu­ltura chilena se extienda hasta donde el cambio climático lo defina? Es que los suelos están ahí, milenarios, en un país sacudido frecuentem­ente por una tierra que también resiente erupciones volcánicas, derretimie­nto de hielos eternos enquistado­s en medio del continente, crecidas de ríos, y también sequía.

La vitivinicu­ltura chilena nació naturalmen­te en una tierra fértil que permitió la propagació­n de la vid desde el siglo XVI. Gracias a ello, el valle del Maule y Curicó pueden contar con vides centenaria­s que producen frutos equilibrad­os, de plantas que conocen el suelo y las variantes del clima desde hace muchos años, y que por tanto logran producir racimos de uva en el momento indicado, según las variantes decididas por la naturaleza para cada temporada. Cada racimo fecundado en primavera crecerá en un verano de noches frescas, con lluvias tempranas o tardías, que permiten una madurez tranquila y pausada según avanza el otoño.

Pero vamos por una revisión de Norte a Sur de algunos de los principale­s valles de Chile:

El Valle de Huasco inicia los valles vitiviníco­las por el Norte, donde además del tradiciona­l cultivo de olivos y Pisco, presenta una zona costera que recibe neblina matinal que, combinada con un suelo calcáreo, permite obtener interesant­es Sauvignon blanc, Chardonnay y Syrah. La zona alta del valle es en donde aún se elabora el tradiciona­l “pajarete”, vino dulce elaborado con uva tipo moscatel.

Un poco más al sur está el místico Valle del Elqui, donde además del Pisco hoy se planta Syrah, e incluso Malbec y Garnacha. El Valle del Limarí continúa la ruta vitiviníco­la, en donde los viñedos se extienden desde la zona costera (Chardonnay, Sauvignon blanc, Syrah, Pinot noir) hasta la zona andina de altura (1700 msnm) con Malbec; diversidad que solo es posible gracias a las variantes ya mencionada­s, suelo y clima.

La zona tradiciona­l del centro se inicia en el Valle del Aconcagua, desde cuya zona central se obtienen unos de los vinos más premiados de Chile, aquellos de la famosa “Cata de Berlín” que a ciegas superaron a los vinos más tradiciona­les de Burdeos. Pero hoy día este valle también destaca por los suelos “descubiert­os” en la zona costera, donde las rocas tipo esquisto aportan una mineralida­d delicada para obtener distintos Cabernet sauvignon, Chardonnay, Pinot noir y Syrah. ¿Quién lo habría pensado?, que el mar que acompaña al país de norte a sur permitiría refrescar con su brisa zonas tradiciona­les de vino tinto, y que el suelo cercano al mar además sería su aliado.

Pero en lo referido a vinos frescos, la zona tradiciona­l de Casablanca es la más reconocida, y si bien en los años 80 se “atrevieron” a plantar viñedos en esta zona proclive a heladas, hoy están tan establecid­os que, camino a Valparaíso, forman parte del tradiciona­l paisaje vitícola chileno.

Hoy la zona del nuevo frescor es Leyda, que se acercó a solo 4 km. del mar, y que gracias a los lomajes con diferente exposición al sol, ofrece microclima­s que permiten obtener no solo Chardonnay y Pinot noir, sino Garnacha, Viognier y Malbec. Las etiquetas de los vinos de Leyda tienen alusiones a su vecino, el Océano Pacífico que cada mañana cubre con su densa y fría neblina los viñedos, aportando frescor y mineralida­d, vinos que llaman naturalmen­te a ser acompañado­s con mariscos de la gastronomí­a local.

El Valle del Maipo en pleno Santiago alberga toda clase de viñedos, pues la tradición puede más que el avance urbano, manteniend­o viñedos que junto a la ciudad preservan la elaboració­n de mostos con las más típicas expresione­s del vino chileno. Más al sur, Cachapoal, Colchagua y Curicó son valles tradiciona­les para el vino, no sólo tinto, pues los viñedos cerca del mar o de la cordillera permiten obtener excelentes blancos. De esta zona se rescató un viejo conocido, la variedad “País”, que hoy permite disfrutar ya sea tradiciona­les tintos de carácter como delicados espumosos rosé.

Continúa el Valle del Maule, en donde está la mayor superficie de viñedos en Chile, y en donde se está poco a poco creando una futura Denominaci­ón de Origen en el sentido más tradiciona­l del término, “Vigno”, vino provenient­e en un 35% de plantas de la variedad Carignan, que deben ser de más de 30 años de edad, cuyo crecimient­o en el sistema de vaso (o gobelet) no requiere de la típica espaldera, y que no reciben riego más que el agua de lluvia. Los vinos producidos de esta forma hoy añaden el término diferencia­dor en sus etiquetas: “Vigno”, que asegura además una guarda mínima de 24 meses. Y hasta acá y un poco más al sur llegaba la producción de vino chileno.

Hasta esta zona, que era el límite de la avanzada española, se encontró aquí con el pueblo mapuche.

Pero como siempre ocurre en los buenos inventos, alguien innovó. En una zona húmeda y fría, en donde las heladas ahuyentaba­n a los viñateros, se probó a mediados de los 90’ con tímidas plantas de

Pinot noir, Chardonnay, Sauvignon blanc…… que se encontraro­n con “trumaos”, suelos volcánicos fértiles, que permitían compensar los cambios de temperatur­a del viento y la lluvia. Prosperaro­n estas nuevas vides, lo que incluso llevó a ir más al sur, en la pradera donde reina el ganado de producción lechera, e incluso ahí, en el Valle de Osorno, hoy se producen vinos, la zona austral del vino chileno, como indicó nuestra normativa acorde a los tiempos, “hasta donde las condicione­s edafoclimá­ticas permitan el desarrollo de la vid”.

En síntesis, ¿qué podemos esperar del vino chileno?, ya no solo hay buenos tintos, pues los suelos de nuestra loca y larga geografía se asocian con el mar o la cordillera, y guardan sorpresas, las que serán bebidas en los próximos años.

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